Lo esencial o lo importante
Hacer sitio a la pérdida es una asignatura pendiente de la sociedad del bienestar
Los jóvenes asintomáticos no adjetivan la vida como las personas que pasan de los sesenta. No hay más que asomarse a la ventana y ver ... la urgencia que muestran en sus objetivos estivales, tan carentes de matices en la intensidad de sus acciones. Ellos no pasean, corren; no picotean, devoran; y no reflexionan, sino que actúan en una gran mayoría empujados por su revolución hormonal. Lo de la multa y la obligatoriedad ha ayudado mucho a que se pongan la mascarilla, ahora solo falta que comprendan la diferencia entre lo esencial y lo importante, cosa harto difícil de improvisar en una etapa en la que todo está por averiguar.
No creo que bajemos las cifras de contagios acotando posibilidades o recriminando su comportamiento en lugares de ocio donde la proximidad y el perder la cabeza para darse de bruces con la sorpresa ha sido la esencia del éxito de estos lugares. Quizás, en vez de cargar las tintas contra ellos, se debiera pensar en renunciar a lo que a todas luces es imposible. La noche, en su acepción de ocio, ha dejado de existir como tal en casi todo el mundo, lo mismo que han desaparecido tantas cosas: el abrazo inesperado, el pintarse los labios de color frambuesa, que tu médico te mire a los ojos, la agenda de vacaciones, las bodas multitudinarias o beberte una cerveza en paz.
Hasta este momento, nuestros días estaban repletos de quehaceres importantes que, de golpe y porrazo, han sido sustituidos por lo esencial; la vida y la salud. Reconozcamos que este quedarse a solas con la vida, tragarse este sapo y mantener la disciplina social nos causa una zozobra desconocida que no es posible aceptar a los dieciocho años, y habiendo estado educado con una total ausencia de frustración. Los talluditos lo llevamos mejor. Por eso, me preocupan los jóvenes que van y vienen en un simulacro de proximidad, el miedo que se les inocula y el poco espacio que se les deja en este verano en el que perder la cabeza para encontrarla después les está costando tanto.
Hace un tiempo cayó en mis manos un libro del que no recuerdo (y lo lamento) su autor. Era un tratado de filosofía de andar por casa de esos que no acostumbramos a leer. De él guardo la impronta de unas frases que aludían a la felicidad. El filósofo se permitía aconsejar a sus lectores que, para obtener el equilibrio y la felicidad, había que aprender primero a perder, porque lo de ganar todo el mundo lo entendía. Me permito dudar de que esas generaciones que se saltan las normas estén acostumbradas o al menos sepan hacer sitio a la pérdida, una asignatura pendiente de la sociedad del bienestar.
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