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Ni Rufián ni sus colegas son del PP ni de Ciudadanos mientras el presidente del Gobierno no sabe de quién es, aunque siga siendo muy suyo. La deshumanización del largo conflicto se ha convertido en una riña callejera donde no interviene la gente de la calle. Ni Rufián ni sus colegas allegados son partidarios del bloqueo impuesto por Pedro Sánchez, que ha logrado bloquearse a él mismo. Por eso ha regresado una forma de matonismo barreado que nos muestra lo peor de nosotros mismos sin investigar si tenemos una casa mejor. Quizá por eso, Pedro Sánchez cada vez está más lejos de todos, aunque siga confiando en darles alcance.

Estamos adiestrándonos en el difícil deporte de escupirnos unos a otros, para ver quién llega más lejos sin moverse de su sitio. No sabemos si es peor la llamada legalidad o los que se oponen a ella. No únicamente los que buscan las llaves de la Moncloa son los que la han perdido y eso son las penúltimas consecuencias porque después tienen que venir otros que están guardando turno.

Escupir tumbados boca arriba tiene estas consecuencias, que no sabemos cómo van a acabar, aunque sospechamos cómo empezaron. Cualquier solución es mejor que la de escupirse unos a otros, aunque exija menos puntería. Los españoles nos llevamos mal con nosotros mismos. Así ha sido desde que Quevedo miró la patria suya, que sigue siendo la nuestra. Lo peor son los compañeros de partido, que no aspiran a entenderse porque cada uno sigue a lo suyo, aunque no tenga seguidores. Escupir tumbados boca arriba tiene estas consecuencias, que no sabemos cómo empezaron pero van a acabar muy mal, si es que acaban.

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