Debate a la bilbaína
Diario de campaña ·
El debate entre los aspirantes al Ayuntamiento fue de una corrección llamativaFue al final del debate entre los seis candidatos a la alcaldía de Bilbao que se celebró ayer en EL CORREO cuando el tono ... se elevó (un poco) y se dio un (leve) bullicio. Sucedió porque Jone Goirizelaia pareció proponer una medida asombrosa, pero astutísima: que el Ayuntamiento suelte su parte del pastón que costará el soterramiento del TAV cuando el tren ya esté en Abando y veamos que funciona de una vez. Como si en lugar de una gran infraestructura estuviésemos comprando un lavavajillas en una tienda sospechosa de internet. Al escucharlo, los candidatos se precipitaron a contestar y las periodistas que moderaban el debate comentaron que justo al final se animaba la cosa. «Estaba siendo todo hasta ahora…», comenzó a decir Olatz Barriuso. «Muy razonable», se adelantó Alfonso Gil. Y remató: «Ha sido un debate muy bilbaíno».
Yo ahí pensé que las guerras carlistas también fueron muy bilbaínas. Y que el debate sobre si poner o no la estatua del Sagrado Corazón se resolvió en Bilbao a pedradas y a tiros. Quiero decir que no sé en qué momento la diplomacia y la cordialidad entre oponentes se ha convertido en una virtud bilbaína. Igual lo de la ciudad de valores está cuajando por impregnación. Ayer, a doce días de las elecciones, el debate entre las fuerzas municipales se desarrolló con enorme corrección. Algunos ejemplos: Jone Goirizelaia, o sea, la previsible líder de la oposición, llama «Juan Mari» al alcalde todo el rato; Podemos, la principal fuerza de la izquierda novedosa -digámoslo así-, coincide con el PP en que la inseguridad es el principal problema de los bilbaínos; a Bildu está a punto ya de gustarle más el Guggenheim que a Juan Ignacio Vidarte; en su primera intervención, todos felicitaron a Ana Viñals, que cumplía años. «Menudo cumpleaños te estamos dando», bromeó Alfonso Gil, que, de tan relajado y cordial parecía a punto de invitar a sus rivales a comer después en su casa, no fuesen a estarle, con el lío de la campaña, conformándose con picar cualquier cosa por ahí.
Hay que reconocer que la sensación es enormemente civilizada. Nos hemos vuelto medio daneses y eso explica que luego veamos otros debates que se dan a cara de perro y nos escandalicemos. ¿Cómo se explica que haya más potencia ofensiva, más colmillo, más carga demagógica, en cualquier pleno que en un debate electoral?
En el que se celebró ayer en EL CORREO hubo cruces de opiniones más o menos incisivos, pero los candidatos se mostraron un respeto constante y una simpatía frecuente. Como viene pasando en toda la campaña, no coinciden en la solución a los problemas, pero lo hacen de un modo asombroso en su diagnóstico. Se evitan las referencias efectistas a la política nacional y ni siquiera en los temas polémicos (Zorrozaurre o los 'menas') la oposición parece situar al Gobierno como la causa apocalíptica de todos los males, sino como a un agente que debería hacer más o debería repensárselo un poco. Es una forma de hacer política razonable, adulta y ejemplar. Pero también algo arriesgada. Se diría que apuntala a quien está en el poder mientras limita la capacidad para movilizar voto de quien no lo está.
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