El viejo truco
Vuelven las mandarinas. A mi mujer le encantan. Siempre que hay mandarinas, compra varios kilos: le gusta vivir despreocupadamente. Y a mí me parece bien, ... claro, creo. Así que la mesa está llena de mandarinas y yo estoy ahí, tan tranquilo, preguntándome por qué tienen que poner una pegatina en cada una de las mandarinas, cuando, de pronto, en el telediario se ponen a hablar de Inglaterra. Y lo dejo todo. De inmediato. Inglaterra me chifla. Siempre me ha chiflado, supongo. Pero ahora más, naturalmente. Inglaterra ahora es flipante, no entiendo nada. ¿Tú entiendes algo? ¿Qué hacen? El caso es que no lo sé, pero me parto de risa con todo lo que hacen. Quizá por eso mismo, precisamente: porque no hay manera de entender nada de nada. Debe de ser humor absurdo. O humor negro. O ambas cosas juntas, claro. Al fin y al cabo, los inventores del humor inglés son ellos. Pueden hacer todas las mezclas que quieran. Cuando dijeron que había posibilidades de que volviera Boris Johnson, por poco me tiro la cerveza por encima.
Pero bueno, que no pasa nada. Ellos sabrán. Yo creo que nos hablan mucho de Inglaterra para que pensemos en lo bien que estamos aquí. Es una antigua argucia informativa: te cuentan las tragedias de otros países, un asesino en Wisconsin que ha matado a muchos, terribles inundaciones en Laos, huracanes, un choque de trenes en no sé dónde, sequías en Africa, y piensas: viva España. Somos muy simples. Ahora, en todas las televisiones de Europa hablan de Inglaterra a diario. Es un viejo truco, ya lo sabemos. Pero a los franceses les encanta, claro. Y a los alemanes, ni te cuento.
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