Karma
El error (o lo que sea) de Casero arruinó la proeza del par de idealistas de UPN
«Estoy destrozado», ha declarado Alberto Casero, el del error. Y es bueno que lo esté. Es comprensible. Yo, al menos, te comprendo, buen Casero: ... he cometido muchos errores a lo largo de mi vida. Sé que se pasa mal y me solidarizo. Mi mujer, en cambio, está de un buen humor increíble desde el jueves. Así que, si me lo permites, en confianza, te lo agradezco por eso. Aunque lo hayas hecho sin querer. Porque, visto lo visto: cualquiera sabe, claro.
Errores y traiciones, ¿quién no los comete? Todos los cometemos. Sin querer o queriendo. O 'sin querer, queriendo', que se decía antes. Que también es posible. Errores y traiciones están ahí todo el tiempo. Y luego, también, está esa otra cosa rara que es el lapsus freudiano. A mí siempre me ha inquietado mucho el lapsus freudiano. Porque el lapsus freudiano es como una especie de mezcla perversa de ambas cosas. Medio error, medio traición. A ver si me explico. El error es involuntario y la traición tiene que ser deliberada, vale: eso lo sabe todo el mundo. Ambas cosas forman parte de nuestras vidas desde siempre. Si no las conoces, es que no eres humano.
Pero el lapsus freudiano es más oscuro: es cuando cometes un error porque tu propio inconsciente te traiciona. Que es lo que les ha podido pasar a los de la UPN, ese par de paladines: Sayas y Adanero. Yo creo que esta pareja de genios con mala pata representan el inconsciente de la UPN. Algo así como la verdad oculta que se manifiesta a través de un error garrafal. Suena triste, lo sé. Pero es nuestra condición humana. Y hay que apechugar con ella, creo yo. Como decía el diablo (o tal vez San Agustín): Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía.
La política esta llena de movidas de estas, ya sabes. En parte, va de eso. Pero, fíjate, Casero: tu error (o lo que sea) ha venido a arruinar la proeza de este par de candorosos idealistas. Ponte en su lugar. Se creían héroes. Imagina la tesitura mental en que se hallaban. Iban a traicionar a su pequeño y entrañable partido por el que han dado sus mejores años. Pero en el fondo de sus corazones albergaban una ilusión: estaban convencidos de hacerlo por una causa mayor. Estaban dispuestos a ser castigados, pero también sabían que su hazaña sería inolvidable. Porque hay que reconocer que, si sale bien, habría sido un bombazo. Muchas felicitaciones de gente importante. Y entonces llegas tú y restableces el equilibrio con un simple error. Imagina el jarro de agua fría en sus cabezas. Tuvo que ser brutal, creo. En fin, dan hasta pena. Pero bueno. «Es el karma, es el karma», lleva días canturreando mi mujer.
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