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A un antiguo compañero de trabajo le llamé por escrito zascandil como fórmula en broma de despedida de una carta, y se ofendió. Me dijo ... que había consultado en el diccionario lo que significaba zascandil y que él, de eso, nada. Comprobé que yo usaba zascandil solo en su primera acepción, que es parecida y más suave que cantamañanas, y no, es calificativo grueso en la segunda. Un zascandil es un hombre (hay que actualizarlo a persona, para incluir a las mujeres) despreciable, engañador y que practica la estafa. Descubrí tiempo después que el ofendido lo era.
A la puerta del mercado de La Ribera de Bilbao solía pedir limosna al paso un chavalito de unos once años que para dar pena fingía bastante mal una aparatosa cojera. Un día vi cómo se acercó a darle instrucciones, brevemente y también mal disimulando, un tipo muy gordo de aire brutal y pinta innoble. Tras la corta reunión de trabajo el mánager desapareció raudo, supuse que al encuentro del siguiente mendigo de su organización. El chiquillo, con cara de asustado, se olvidó de cojear por un momento.
Recuerdo que Iñaki Urdangarin y su socio Torres, entre sus zascandileos, utilizaron una fundación con carnada canalla de fines benéficos para pillar donaciones. Mediante la fundación, para mejorar mediante el deporte la situación de niños discapacitados, recaudaron 620.000 euros, de los cuales destinaron a esos fines el 1,5% y se embolsaron el resto. El cebo de la desgracia infantil para la pesca de bajura.
El pirata Edward Teach (Barbanegra) por lo menos daba el palo de frente y con las armas en la mano, jugándose el tipo. Lucrarse mediante la estafa sirviéndose de la infancia desvalida o poniéndola como añagaza es tan deleznable como enriquecerse en periodos extremos de necesidad colectiva con precios desaforados en el mercado negro o robar o abusar de los más indefensos y débiles.
Con los niños como objetivo se daba un caso en el que hacerse con ellos revestía una especial dificultad y otorgaba un plus en el mercado del horror. En el sitio de Sarajevo, durante la Guerra de los Balcanes, los francotiradores mercenarios, a la gran distancia que les permitían sus rifles de precisión con miras telescópicas y nocturnas de infrarrojos, cobraban más por cazar a niños, dado que es un blanco pequeño y corren que se las pelan. Además, si conseguían solo herirlos, podían añadirse unas bajas extra con los apiadados que iban a socorrerlos. Sin embargo, cuando se dio el canibalismo en Leningrado durante su largo asedio en la Segunda Guerra Mundial, los niños eran considerados presa fácil porque los atrapaban con sencillos señuelos.
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