El valor de Europa
De la existencia de Auschwitz sabían pocos. La masacre de Gaza la vemos por televisión
Considerad si es un hombre / Quien trabaja en el fango / Quien no conoce la paz / Quien lucha por la mitad de un panecillo / Quien muere ... por un sí o por un no.» Estos versos podrían referirse al presente de exterminio en Gaza. Pertenecen al poema que abre 'Si esto es un hombre' (1947), del escritor italiano y judío Primo Levi. En ese libro imprescindible y fundacional de la literatura sobre los campos de exterminio, Levi cuenta con la irrefutable fuerza de la veracidad el horror sostenido, minucioso y grotesco que lo demolió en cuerpo y alma en Auschwitz.
Netanyahu se ha atrevido con cinismo a llamar a otros nuevos nazis, y de un modo insultante, propio de su aliado Trump; también citó sin asomo de vergüenza al milenario pueblo judío. Uno de los verdaderos nazis de su Gabinete dice que matar a niños palestinos, con bombas o de hambre, ahorra problemas futuros. Israel, el Estado que se inventó e incrustó en la Palestina histórica para dar cobijo a los judíos apátridas y los supervivientes del Holocausto. Parece mentira su presente.
¿Cuánta distancia y diferencia hay entre Auschwitz y Gaza? ¿Las cifras de ambos genocidios? ¿El carácter de asesinato industrial? Sí hay una importante diferencia: de que existía Auschwitz sabían pocos hasta que fue liberado. La masacre cotidiana de Gaza la vemos el mundo entero por televisión.
¿Y qué hacemos los europeos al respecto? ¿Qué fuerza hace la Unión Europea para que el criminal Netanyahu y sus secuaces se detengan? Poco o nada. Hay muchos intereses económicos creados con Israel, que es lo único que importa, e incluyen la compra y venta de armas en ambas direcciones (gran papel de Alemania). Además, oponerse al perturbado de la Casa Blanca puede salir caro. Pedro Sánchez sin embargo ha promovido una iniciativa correcta. Necesitado está de frecuentar lo correcto.
Se remonta a 2005 un viaje en tren que hice de Colonia a París. Una novela mía tenía cierto éxito en Alemania y volvía de unos bolos que hice por varias ciudades en compañía de mi traductora alemana. Y en aquel tren que pasaba por Bruselas antes de internarse en Francia, me sentí feliz y ufano (un aprendiz de reyecito del mambo) de ser un escritor europeo, al comienzo de la madurez, que formaba parte de una Europa de civilización y progreso, como me parecía que se apreciaba dentro y fuera de aquel tren. Hoy, veinte años después, soy un viejo escritor descreído de casi todos y de casi todo, incluido el decepcionante valor de Europa. Lo único que no me ha disminuido, sino al contrario, es una inexorable lucidez. A pesar de su amargo sabor, prefiero que así sea.
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