Una salida muy personal
Siempre me ha extrañado que para quitarse la vida se escojan medios dolorosos
No he olvidado las imágenes en blanco y negro, que vi de niño en telediarios de los años sesenta, de monjes budistas que se rociaban ... de gasolina y se prendían fuego para protestar por la guerra en Vietnam. Me fascinaban porque me causaba horror. Y todavía ahora, cuando lo veo en documentales recientes acerca del conflicto que cubrió de oprobio a la Administración norteamericana. Me impresionaba la quietud con que los estoicos monjes soportaban las llamas que los envolvían, sentados en el asfalto de Saigón, hasta que los cuerpos carbonizados caían, se desplomaban como los troncos consumidos que se parten en la chimenea. Esa atroz forma de suicidio como expresión de una protesta extrema ha quedado nominada genéricamente quemarse a lo bonzo. Nunca he comprendido cómo puede ser uno capaz de quitarse la vida de ese modo tan terrible, con tanto dolor físico.
Cuando vivía en Barcelona, un día, en una estación del metro, un hombre corrió por el andén y saltó a la vía cuando el tren ya venía por el túnel. Pensé que lo perseguía la pasma y que esquivaría al monstruo rugiente, escapando por la otra vía. Pero no, fue al encuentro del tren y consiguió su objetivo, que lo destrozara. Leí que en bastantes casos de esta otra manera de suicidio atroz se sobrevive a las ruedas del convoy y quedan lisiados con amputaciones de brazos o piernas.
Muchas personas que han entrado en conflicto con la existencia escogen o se dejan llevar por un suicido paulatino, gradual, a través del alcohol o la comida o las drogas duras, hasta que el propio organismo marque el punto final. Otras, lo dejan al azar, a la intervención involuntaria de terceros. No es raro ver a viejos y viejas que cruzan los semáforos en rojo mirando al suelo. Pero lo que consideramos en puridad suicidio es terminar con tu vida de una vez, de un solo golpe activo. Cuanto más rápido y por ello indoloro, mejor. Por eso, siempre me ha extrañado el que alguien escoja medios dolorosos y lentos, como ahorcarse en corto. Volarse la mollera con un arma de fuego quizá sea la mejor de lo peor, aunque hay que disponer de un hierro y asumir que dejas una firma desagradable, trabajosa de limpiar.
A la razón de falta de esperanza absoluta del que se quita de en medio, puede unirse otra, pragmática y generosa. Y es que las compañías apoquinan los montantes de los seguros de vida si el suicidio se produce con un mínimo de un año de cuotas pagadas. Si tiene usted pensado el sueño eterno para dejar unas perrillas a los suyos, dese prisa, antes de que las aseguradoras cambien esa cláusula de cobertura. El suicidio, una salida muy personal.
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