

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Las gesticulaciones exageradas y el histrionismo desaforado de Elon Musk me recuerdan a Jim Carrey en la época de sus registros de comedia más pasados de rosca. Así mismo, los rasgos de su cara parecen de muñeco de goma blanda (fláccida) o de marioneta de ... barro a medio cocer. Su inquietante físico, unido a que según Forbes es el hombre más rico del mundo y por tanto poderoso en consonancia, da mucho miedo. Cualquier cosa se puede esperar de este psicópata al que el gran jefe, que infunde aún más miedo y grima, ha dado alas y le ha puesto despacho en la Casa Blanca.
Que Musk, arrebatado, hizo el saludo nazi que le salió del corazón, está más claro que la sopa del asilo. Creo que le pasó como al desvencijado doctor Strangelove que interpretaba Peter Sellers en la sátira de Kubrick sobre la guerra fría '¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú'. Al científico loco se le descontrolaba el brazo mecánico, que hacía por su cuenta el saludo nazi y lo dejaba en evidencia. Es probable que Elon no pudiera evitarlo como rúbrica, embargado por la emoción del momento histórico que certificaba el nacimiento de un nuevo orden y la cirugía de la depuración. O en palabras de Trump tras jurar el cargo, la llegada de «la edad de oro» y «la revolución del sentido común».
Pasé la tarde pegado al televisor viendo la investidura (en la tele pública, que la daba entera, sin interrupciones y con menos comentarios de programa de tertulia que no contempla el respiro de unos segundos de silencio) preso de una especie de fascinación horrorizada. La puesta en escena y el ritualismo oscilaron entre la solemnidad y el espectáculo: los americanos saben darle a cualquier evento el marchamo del entretenimiento y el 'show business'. Nunca más justificado que en el caso de la toma de posesión de este malo de Batman secundado por el irreal Musk, que es un Joker.
Me encantó la comitiva de llegada de los anteriores presidentes y sus primeras damas (salvo la ausente Michelle Obama). Lo viejos que están los Clinton o que a Bush hijo los años no le han aminorado la cara de tonto. Biden y Kamala Harris, justo detrás de Trump, revestían una especial dignidad por contraste con el grotesco charlatán de feria. Y también colocados muy cerca, los representantes de todo el dinero del mundo, aunque no por delante de la línea de la familia, a tenor de un simbolismo escuela Corleone.
Cuando Donald intentó dar un beso imposible a Melania (el ala rígida de su sombrero era como el de Lee Van Cleef), pensé en el difuso momento en que los límites de la ficción verosímil se habían desbordado y suplantaban la realidad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.