

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Chota no en sus acepciones de cantamañanas, pusilánime o torpe, sino en la de jerga carcelaria («Ese 'e' un 'shota' y una maricona mala; 'musho ... cuidao' con él»), cuyo significado es soplón, delator, chivato. Se supo tras la Segunda Guerra Mundial que la temible Gestapo no contaba con tantos agentes como se pensaba ni en Alemania ni en los países ocupados o colaboracionistas. Su eficacia como cazadores de judíos escondidos y de resistentes al nazismo estaba en buena parte basada en una numerosa nómina de delatores privados movidos por odio o por obtención de privilegios. Contaba con muchos en la propia Alemania, pero también, por ejemplo, en la Francia ocupada. Así lo reflejó Louis Malle con dos títulos memorables: la conmovedora 'Adiós, muchachos' y 'Lacombe, Lucien'. En ambas, los delatores franceses son unos palurdos resentidos por haber sufrido desprecios o ultrajes. En la primera, además aparece una despiadada harpía, una monja de la enfermería del colegio que delata con un repugnante disimulo al niño judío que intenta evitar que lo pillen metido en una cama y bien tapado.
La policía política de Franco, la Brigada Político Social (que no fue disuelta hasta 1978), era debidamente informada de cualquier atisbo de rojerío sobre todo por los porteros de los inmuebles, la mayoría de ellos camisas viejas (veteranos falangistas) que por su empleo se pasaban el día en la puerta mano sobre mano y sin quitar ojo ni oreja sobre su pequeña área de control. Tiene gracia cuando en 'La escopeta nacional', de Berlanga, el industrial catalán Canivell, el gran Saza, pretende el enchufe de Antonio Ferrandis, el ministro falangista, para colocar sus porteros automáticos en todas las casas de protección oficial. Ferrandis le dice: «¡Hombre, Canivell!, quieres dejar sin trabajo a los nuestros, a los más fieles».
Una auténtica apología de la delación se halla en 'La ley del silencio', de Elia Kazan, donde Marlon Brando es un soplón en los muelles de Nueva York. Así intentaba Kazan justificarse después de haber sido él mismo un chivato de sus compañeros, sospechosos de ser comunistas, en la caza de brujas del senador republicano McCarthy. Distinto es el caso que retrata esa excelente película de John Ford que es 'El delator', basada en la novela de Liam O'Flaherty. Gypo Nolan (Victor McLaglen), un pobre borracho primario y sin control, revela a los ingleses, durante la guerra civil irlandesa de 1922, el escondite de su jefe del IRA y vive la tragedia de ser un soplón que se arrepiente sin remedio de su traición por unas monedas, como Judas con Jesucristo, en un paralelismo deliberado.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La NASA premia a una cántabra por su espectacular fotografía de la Luna
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.