Las urnas
Edgar Morin previene de los regímenes neoautoritarios con fachada parlamentaria
El ataque terrorista de Hamás a Israel fue hace justo cuatro meses. La gente normal estábamos mirando a Ucrania con cara de estupor o de ... espanto, según el día. La gente normal aborrece la guerra, claro. Decimos que la guerra es locura, odio y destrucción. Nos llevamos las manos a la cabeza y acudimos a manifestaciones para exigir un alto el fuego inmediato. Y siempre que podemos opinar nos posicionamos a favor de la paz. Las bellas palabras nunca faltan. Ah, qué sería de nosotros sin las bellas palabras, Lutxo, le digo. Y me suelta: Pues yo prefiero la verdad a las bellas palabras. No obstante, Lutxo, dejemos el problema de la verdad para otro día y aferrémonos a las bellas palabras, por favor. Las bellas palabras, a veces, son más importantes que la verdad.
Por lo demás, resultaría perverso pretender ignorar que la locura, el odio y la destrucción forman parte intrínseca de la naturaleza humana. Dicho de otro modo: no son opcionales. Siempre van a estar ahí. Si no estuvieran, no seríamos humanos, seríamos otra cosa. El bueno se puede convertir en el malo muy rápidamente. De hecho, si te fijas, verás que es así como funciona. Primero eres víctima y luego eres verdugo. Es un sistema de aprendizaje automático e infalible. Casi todos los verdugos a los que señalamos fueron víctimas antes.
¿Por qué hizo Hamás lo que hizo? Tardaremos en saberlo. Pero quizá sencillamente lo hicieron porque vieron la oportunidad. Nunca hay que desestimar la desesperación como factor importante en la toma de decisiones. Ahora bien, en ese preciso instante todo el mundo previó la que se avecinaba: la que viene siendo la respuesta de Netanyahu. Recuerdo que hace quince años John Berger, que era hijo de un judío convertido al cristianismo, denunciaba el aberrante «cálculo esencial» (así lo llamaba él) que subyace en este trágico e interminable conflicto entre el pueblo palestino y el Estado de Israel. «La muerte de un israelí justifica la muerte de cien palestinos», decía. Mientras siga vigente esa pavorosa aritmética secreta del sionismo, las cosas seguirán yendo a peor por allí.
Edgar Morin, que sigue vivo y lúcido, decía en una entrevista relativamente reciente que estamos en uno de esos momentos en los que la historia vacila. En los que no se sabe qué rumbo tomará. Pero a la vez avisaba del peligro que representa el avance de los regímenes neoautoritarios con fachada parlamentaria en todo el mundo. Putin y Netanyahu están demostrando que de vacilación, nada. Que el rumbo está bien trazado. No hay más que ver el talante de los nuevos líderes planetarios. Todos ellos salidos de las urnas.
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