Naturalmente
Salir en la tele es lo máximo del exhibicionismo. Pero si no sales, tampoco pasa nada
La vida es como es, claro. Al menos, en parte. Lo que quiero decir es que no hay que olvidar que en cualquier momento, a ... lo largo de toda esta columna o en el resto de páginas del periódico, pueden aparecer detalles desagradables propios de la naturaleza humana. Por eso digo que la vida en general y la naturaleza humana en particular son como son, claro. Y que, como decía mi tío Pío, el sereno: «Nada humano me es ajeno».
El exhibicionismo, por ejemplo, Lutxo, viejo amigo. El exhibicionismo está ahí, seamos honestos: no finjamos no verlo. El exhibicionismo es una parte esencial del jugueteo social. Perdón por la rima. Esos pobres millonarios que pagaron un dineral, a una empresa que probablemente estará ya en la ruina, por acuclillarse en una caja de sardinas para poder vislumbrar la inmensidad del océano a través de una ventanilla minúscula estaban haciendo el ridículo ya antes de entrar. Y al parecer unos cuantos hombres sabios ya habían visto lo que podía pasar y habían intentado avisarles del peligro. Pero la historia está llena de gente sabia y sensata que intenta quitarles de la cabeza las insensateces a los insensatos. Y eso es imposible.
Somos las dos cosas: sensatez e insensatez. Sin la insensatez tampoco habríamos llegado hasta aquí. ¿Somos exhibicionistas? Respóndete tú. Ahora bien, yo diría que ser exhibicionistas es, sin más, lo primero que somos. Antes de haber nacido ya estás reclamando atención. Y si solo tienes oscuridad es oscuridad lo que exhibes. De modo que, en este preciso instante, estaba pensando en el grano que le ha salido a Putin en el culo cuyo nombre es Evgueni Prigozhin: ese feroz líder de mercenarios capaces de todo que ha levantado la cabeza para salir en la tele con el ceño muy enfadado.
Salir en la tele es lo máximo del exhibicionismo. Pero si no sales, pues tampoco pasa nada. Lo tuyo serán los placeres modestos. Y punto. Ni tan mal. No obstante, por consiguiente, y dado que acaba de empezar el verano y parece que va a hacer mucho calor, Lutxo, viejo gnomo, yo estoy aquí para reivindicar los placeres modestos. Los que tienen que ver con la poesía de la vida, no sé si me explico. Porque la vida es como es, vale: eso es innegable. Pero también es poesía. Y, a veces, los muy arrogantes no entienden esto. Puede que lo hayan olvidado, peor para ellos. Así que, aprovechando que esta es nuestra última columna de la temporada, Lutxito, te invito a que recuerdes siempre y no olvides jamás la poesía de la vida que, en verano precisamente, suele resultar por lo general muy veraniega: en el buen sentido de la palabra, naturalmente.
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