El dedito
Dado que, como cualquier otro, uno ve venir lo que ve venir (y me temo que es mejor verlo que no verlo), a veces, para ... endurecerme, me pongo en lo peor. Cada cual hace sus ejercicios espirituales en el túnel que puede. Y yo siempre elijo el más negro. O sea, que Abascal resulte vicepresidente. Es como si ya lo viera. No obstante, me encantan estas mañanas de primavera. Estamos un día más en la terraza del Torino, como siempre, y le digo: Están las mañanas de primavera y están las noches de verano, ¿cuáles prefieres tú, Lutxo, viejo amigo? Y me suelta: Los atardeceres de otoño. Y sí, bueno, los atardeceres de otoño también tienen su gracia tirando a melancólica, Lutxo, siempre has sido un soñador.
Ahora bien, una cosa te digo: La realidad está ahí, que conste. Eso no debes olvidarlo, viejo y reseco endriago de los páramos. Porque ahora parece que todo es ficción. Parece que nos estamos olvidando de que hay una realidad que tenemos que cuidar. Como si nos hubiéramos vuelto todos un poco lelos con esto del nihilismo narcisista de las redes y las series de Netflix y el Black Mirror y las nuevas distopías cómicas que hacen sátira de la destrucción. Lo que quiero decir es que la realidad importa. Y la realidad son tus condiciones de vida, no lo que ves en los móviles con musiquilla, Lutxo, le digo. Y entonces me informa de que, en breve, Apple va a lanzar al mercado unas gafas de realidad virtual para que los usuarios podamos elegir a diario el entorno en el que querríamos estar y la persona que querríamos ser. Y que él se va a comprar unas porque quiere vivir en el Renacimiento. En el italiano, claro, puntualiza levantando el dedito.
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