Estamos un día más ahí, en la terraza, con el cafecito, y le digo a Lucho: A veces tengo dudas, Lutxo. Él se llama Lucho, ... con ch, pero yo le digo Lutxo, con tx, para que sepa que hay otros mundos. Aunque no creo que se fije. ¿Dudas? ¿A qué te refieres?, dice. Pues verás, por ejemplo, me pregunto si Isabel Presley es una mujer católica. Y me contesta: lo será si ella dice que lo es y punto. Eso ahora ya no hace falta demostrarlo. A mí el que me preocupa es Vargas Llosa. Y entonces yo le digo: a mí no me preocupa Vargas Llosa. A mí lo que me preocupa es el tipo de espectáculo que venden. O sea, el tipo de espectáculo que les compramos, mejor dicho. Porque si lo venden es porque lo compramos, a eso iba.
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Si me preguntas qué le está pasando al mundo, te diré que, por supuesto, no lo sé. Pero sí sospecho que últimamente, cada vez más, se acepta la farsa como animal de compañía, no sé si me explico. La farsa es una estafa social, claro, lo sabemos. Pero nos encanta. Es como si la necesitáramos. Más farsa, por favor. Contadnos lo que queráis que nos fascinará. Como toda esa expectación montada en torno al llamado príncipe Harry de Inglaterra, ese sujeto rubicundo que sale a diario en todos los informativos, como si su farsa de nata montada fuera super especial. Que lo es, me temo.
Lo malo es la banalización de la farsa a gran escala. La banalización de la mentira. Porque primero se tolera, luego se legitima, al final se acepta, se divulga, se celebra, se aplaude, se premia. Hasta que acaba invadiéndolo todo. La farsa es admitida y cotiza en política. Y lo sabemos. Y nos parece bien. Lo consentimos. La mentira. La media verdad. El pufo como parte del juego.
Acabo de ver en Netflix un documental sobre Madoff titulado 'El monstruo de Wall Street'. Madoff era un farsante de las finanzas atrapado en la enormidad de su mentira. No estaba solo. Atrapó a miles. Se calcula que su timo superó los 50.000 millones de dólares. La cuestión es que los sistemas de control lo consintieron solo porque era descomunal e implicaba a entidades bancarias, grandes grupos de inversión, fundaciones prestigiosas y todo tipo de organizaciones no gubernamentales y benéficas.
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No obstante, tolerar la farsa es inevitable en sociedad, ¿no es cierto, Lutxo? Farsa será sinónimo de fingimiento y engaño, pero suena casi bien, dice él. Y tiene razón. «La vida es una farsa contada por un loco, llena de ruido y furia», dijo Shakespeare, creo. Está en el genoma de la especie. Se acabó la Navidad y se falló el Nadal. Ahora tocan los carnavales. Luego la Semana Santa. Y después a votar y el veranito.
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