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Museos

Mis preferidos son los que muestran cosas insólitas que te dejan boquiabierto

Desde que hace algunos años descubrí el Museo de los Collares de Perro, situado en el castillo medieval de Leeds (Inglaterra), tengo cierta querencia por ... los museos que albergan cosas peregrinas. Me interesa la motivación de quien decide abrir un establecimiento que acoja la exhibición de objetos que consideran preciosos o preciados. A veces es un alcalde que ha escuchado campanas y quiere poner su pueblo en el mapa, otras iniciativas nacen de la soledad de los objetos que han acompañado a quien no pudo conseguir otra compañía o, simplemente, de una situación económica tan desahogada que permite a un individuo sin complejos hacer lo que le viene en gana.

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Todos sabemos los efectos colaterales que supone la implantación de un museo en una ciudad o pueblo. El 'efecto Guggenheim' se estudia en todo el mundo. Una ciudad pequeña, un páramo industrial contaminado y el eco del terrorismo ululando a sus espaldas. No era un panorama alentador. Pero el arte salva lo destruido.

En París me recomendaron visitar el Museo del Alcantarillado, situado bajo el muelle de Orsay, y me sentí como si estuviera en una de las páginas de 'Los miserables'. Víctor Hugo debió de transitar por los más de quinientos kilometros de galerías subterráneas. En La Casa Farina, en Colonia (Alemania), está el Museo del Perfume. Trescientos años de historia de esa materia evocadora que constituye uno de mis perennes deseos.

Pero mis preferidos son aquellos que muestran cosas insólitas, esas que se encuentran pateando el mundo y que te dejan boquiabierto. A pie de carretera o en barrios alejados del centro surge una exposición inolvidable de figuras de perros que coleccionó una señora francesa a raíz de la muerte de su mascota. El Museo de Botones pertenece a una familia que lo construyó, en medio de la nada, como homenaje a un bisabuelo que había tenido mercería.

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He estado en el Museo de la Imaginación, en el de la Nostalgia, en el de Objetos Perdidos, el de Origami, del encaje y la blonda, de la alpargata, el de los orinales y el maravilloso Museo del Vidrio en Málaga. Pero tengo muchas ganas de conocer un museo que me trae a mal traer: el de las Relaciones Rotas. Está en Zagreb, en un palacio barroco, y alberga objetos de parejas fallidas. Este museo no es una broma ingeniosa ni solamente la colección de la memoria sentimental de quienes apostaron por una vida en común; también hay objetos vinculados a conflictos memorables. Y en eso mismo pienso estos días, en hacer la donación al Museo de las Relaciones Rotas de una crónica sobre la semana que hemos vivido en España.

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