Escribo bajo el efecto de la melancolía y, como bien saben mis lectores, de tiempo en tiempo escribo bajo sus efectos. He dejado sobre la ... cama, a medio leer, la que será la última obra de un escritor al que he admirado y admiro. Sus personajes caminan pegados a él, en una actitud pudorosa que invita al lector a su casa, a su baño, a su nevera y a la conversación con su cartera… Salgo de la lectura para reencontrarme con mi realidad, me voy hacia la cocina aún algo emocionada por la intimidad experimentada. Pico la cebolla y, mientras se carameliza a fuego lento, coloco las sillas alrededor de la mesa, abro la ventana, vuelvo a dar una vueltita al sofrito y sigo habitando a medias esa casa de Princeton donde mi escritor me ha llevado quizás por última vez a los restos de su vida. Solo cuando contesto al teléfono se esfuma el escenario, desaparece la sensación de haber viajado a su intimidad, al secreto que nos unirá cuando haya terminado la novela.
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Leer es habitar un tiempo prisionero, una burbuja de luz ancestral que un hombre o una mujer vierte en las páginas; y, sin embargo…, ¡qué pocas oportunidades damos a los libros! La literatura tiene capítulos de predestinación que ni las pitonisas más diestras habrían podido adivinar. Poseen la capacidad de dejarnos boquiabiertos en esas ocasiones en que las líneas desvelan nuestros propios enigmas.
Han pasado casi diez años desde que murió Gabriel García Márquez, unos cuantos más desde que su cerebro comenzó a deslizar erratas en su pensamiento, muchos más desde que se publicó su última novela y ahora, este mes, sale a las librerías un libro póstumo. Cada vez resultan más frecuentes estos misteriosos hallazgos. Se encuentran Picassos desconocidos, manuscritos perdidos, reliquias desaparecidas… Creo que es un intento por recordar el valor de lo que se va devaluando, porque a pesar de que crecen las publicaciones, con los libros me parece que empieza a pasar como con la cirugía estética; hay cada vez más rostros perfectos, más escritores de éxito y, sin embargo, cuesta enormemente dar con una perla, tanto como sorprenderte con la belleza de la imperfección.
Yo llevo a bordo de mi vida preciosas historias que leí desde que tuve necesidad de escapar, soy afortunada porque tengo una vida de repuesto y vengo a decirlo aquí por si hubiera alguien que, mientras me lee, decide volar con un libro. Sigo bajo el efecto de la melancolía y que conste que, como periodista, tengo cientos de motivos para envenenar esta columna, pero no puedo hacerlo porque me esperan en la página 72 para acompañar a alguien a vivir una aventura.
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