Banderas impotentes
El mundo protesta por el genocidio que Israel está cometiendo en Palestina. La vuelta ciclista se llena de banderas palestinas, en Menorca salen media docena ... de embarcaciones a dar vueltas por el puerto de Mahón enjaezadas de indignidad, en París, en un mercadillo se colocan en las mesas donde se expone el género, y en un pueblo de Italia se envuelve un castello en los colores de un pueblo que sangra. Las iniciativas surgen casi huérfanas, creativas pero impotentes en las cuatro esquinas del mundo aun sabiendo que de nada sirven estas pataletas ciudadanas que casi avergüenzan; nuestros gestos son bochornosos frente a la desnutrición y el calvario de los palestinos, reconozcámoslo. Son los mandatarios, nuestros políticos, los mismos que se reúnen para hablar de aranceles, los que no emplean los recursos para gritar por la vida de ese pueblo que lleva décadas sufriendo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo guardó silencio y secretos sobre lo sucedido. Ocultó la vergüenza del después, no se habló de los repartos del botín, ni de otras humillaciones. Ahora Europa vuelve a guardar silencio, a nadar guardando la ropa, a mirar para otro lado. Se me ocurren montones de acciones para incomodar, forrar de burocracia o directamente prohibir a ese pueblo elegido de Dios que se pasee por el mundo como si la cosa no fuera con ellos. El victimismo sin límites que declaran en cuanto pueden y nuestra silenciosa culpa deben tener un punto final. Los que votan a Netanyahu e invaden Palestina se creen inmunes e invencibles. Está claro que de nada sirve aplazar el reconocimiento del Estado palestino, agitar banderas o rezar por los muertos de mañana.
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