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Los chips

El futuro que nos queda pertenece a los Señores de la Tecnología

La dependencia vasca de Taiwán se dispara un 75% en cinco años» decía ayer un titular de este periódico. Esa dependencia se centra casi exclusivamente ... en un área: la importación de chips. De los chips sabemos que están en todas partes: en el coche, en el televisor, en el ordenador y en el escáner médico. Neuralink es la empresa creada por Elon Musk para implantar chips en cerebros humanos. TSMC es el fabricante de chips más importante del mundo, por volumen y por calidad, y es taiwanés. «Ponte el chip», esa frase que fue nueva no hace mucho y ya es vieja, invoca el poder director de un elemento que todos conocemos de un modo vago, simbólico, superficial, pero sólo quienes saben de ingeniería, de química, de física y hasta de física cuántica conocen en toda su gloria microscópica.

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Detrás del chip como mercancía está la revolución técnica que lo hizo imprescindible, y detrás de toda la tecnología que condiciona nuestras vidas están los conocimientos científicos cada vez más dispares, complejos e inabarcables. Detrás del «apoyo incondicional» que Nancy Pelosi fue a ofrecer personalmente a Taiwán tal vez esté el hecho de que Taiwán es la fábrica de chips del mundo; pero si Pelosi y los congresistas norteamericanos que la han seguido en su gesto se hubieran quedado en casa, la fábrica de chips del mundo podría trabajar con más tranquilidad y la industria vasca no estaría avizorando ansiosa el mar de China.

Detrás de la dependencia vasca de los chips taiwaneses hay unas cuantas causas, no todas negativas. Cuando se inició la carrera por deslocalizar la producción, incluso la de elementos de alta tecnología, se estaba alterando el mapa geopolítico y sembrando las rivalidades de hoy en nombre de la libertad de la empresa privada, que actuaba movida por la obsesión irracional de reducir y reducir y reducir costes. La parte buena es que detrás de la preocupación de la industria vasca está… la industria vasca. Lo dijo el economista Niño Becerra cuando acudió a la Jornada Tecnológica de Euskaltel de junio: «la decisión que tomó el lehendakari Ardanza de apostar por el alto valor añadido fue fundamental». Ay, si pudiéramos fabricar chips… Pero eso no se improvisa. Que los necesitemos no es mala cosa. La «inflación de oferta», en palabras de Niño Becerra, es terrible, pero peor sería estar en un modelo productivo muy dependiente del factor trabajo porque eso significa tener topada la productividad y asegurada la pobreza. El mundo está cambiando tanto que, quién sabe, tal vez todas estas preocupaciones sean insignificantes o inútiles. Sin embargo, el futuro que nos queda pertenece a los Señores de la Tecnología. No sé si tiene buena cara. Pronto lo sabremos.

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