Bebé. Llanto. Sonrisa

La escena del contexto restante no puede ser más gris. Todos con mascarilla, trajes arrugados, más acurrucados que cuando las familias veraneaban hace veinte años en el 'Seiscientos', y madrugones reflejados en las ojeras. Pero un bebé, de pronto, aporta una nota de luz en la cabina. Y lo que era gris ya no lo es tanto. Veo cómo un señor, que yo creía malhumorado, se baja la mascarilla y le saca la lengua. Otra señora, embutida en una chaqueta impecable, comienza a lanzar muecas en su dirección. Otro chico, antes ensimismado en unos cascos que ni David Guetta, sale de su inframundo para lanzarle carantoñas.

Y el bebé mirando a todos y cada uno. Cada vez que posa la mirada sobre alguien, ese alguien se transforma y él recibe una sonrisa a cambio. Y todo eso lo consigue un ser minúsculo, alguien que ha estado la mitad del viaje taladrando con llantos cargados de decibelios a los que ahora le sonríen, porque se lo perdonan. ¿Por qué alguien así es capaz de generar eso a su alrededor?

No lo sé. Supongo que es algo que llevamos dentro. Que nos atrae más lo bello que lo gris. Y que queremos ofrecer lo mejor a alguien -un bebé- de quien nos compadecemos porque es débil, humilde, y cuya primera expresión en esta vida ha sido la de llorar ¿Cómo será eso? ¿Imaginan? Que en cada persona que mirásemos, viéramos solo complicidad, sonrisas, muecas graciosas, guiños… Me vale para tomar nota e intentar regalar sonrisas a todo el mundo, no solo a un bebé, por si sirven para animarle un poco el viaje.