Adiós, mascarilla
Furgón de cola ·
El presidente del Gobierno anuncia que nuestros rostros vuelven a la normalidadDos días después de que la ministra de Sanidad repitiese que trabajaban en lo de levantar la obligatoriedad de la mascarilla «de manera conjunta y ... coordinada» con las comunidades, Pedro Sánchez, el presidente que no ha tomado una sola decisión pandémica sin el respaldo de la ciencia y los expertos, anunció de repente, sin previo aviso y sin la menor explicación, que el día 26 fuera mascarillas. Lo hizo en el clásico lugar donde un Gobierno anuncia las medidas sanitarias: el Círculo de Empresarios Catalanes. Y lo hizo como remate eufórico de un argumento alucinante: los expertos más serios y solventes dicen que la economía española «se va a salir del mapa» y yo como presidente quiero pedir calma, pero, desde la prudencia, entre nosotros, esto va a ir como un fórmula uno, chavales: lo nunca visto.
A continuación, Sánchez se desató por el lado lírico y dijo que, ya sin mascarillas en el exterior, «nuestras calles, nuestros rostros, recuperarán su aspecto normal». Y añadió que «la alegría de vivir de la sociedad es la alegría de vivir de sus representantes en las instituciones públicas». Es raro: ayer muchos de esos representantes, entre ellos el lehendakari Urkullu, no parecían muy alegres con el anuncio. No por el contenido, sino por las formas: Pedro Sánchez pasando de todo para dar la buena nueva personalmente y sin la menor sombra o cuestión.
No debe sin embargo descartarse la posibilidad de que lo de ayer fuese para Moncloa la opción discreta. Piensen que el presidente podría haber ido desenmascarillando personalmente a cada español, admirando su rostro descubierto y diciéndole que era bellísimo, abrazándolo cuando el español se derrumbase entre lágrimas de agradecimiento, mesándole el cabello después y adormeciéndolo entre susurros: «Tranquilo, ya pasó, gracias a mí ya pasó todo».
Por cierto, cuando el presidente anunció que el próximo sábado fuera las mascarillas en la calle, los empresarios catalanes rompieron a aplaudir. Fue una ovación magnífica. Me gusta imaginar que al fondo de la sala había un empresario catalán que no aplaudió, sino que cruzó los brazos y no dejó de repetir «vergonya, quina vergonya» mientras negaba con la cabeza. Era Manel Barrufet i Solsona, importador de mascarillas con sede en Cerdanyola.
MADRID
El tonito
La investidura de Isabel Díaz Ayuso en la Asamblea de Madrid transcurrió con normalidad. La presidenta bis se ocupó en sus discursos de lo madrileño, lo español y la libertad en general, confirmando que, si Almeida es alcalde y portavoz, ella es presidenta y jefa de la oposición al Gobierno. Es fácil imaginar a Pablo Casado y a Teodoro García Egea encerrándose en un baño en Génova para apoyarse con los puños en el lavabo y mirar fijamente su reflejo, cada uno el suyo, en un espejo, durante horas. Ayuso contó ayer con los votos de Vox y Vox se esforzó en que se notase bien la textura de esos votos. Rocío Monasterio señaló al diputado de Podemos Serigne Mbayé para decir que entró «de forma ilegal en el país». El diputado Mbayé, ciudadano español nacido en Senegal, pidió que lo retirase y la portavoz de Vox recurrió a su tonito de institutriz medicada como a un arma de destrucción masiva. El consiguiente círculo vicioso de desafío e indignación es la piscina de bolas donde mejor juegan los peores.
EUROCOPA
Palco VIP
La UEFA amenaza con no jugar la final de la Eurocopa en Wembley si el Gobierno inglés no levanta algunas restricciones sanitarias. Especialmente, la que obligaría a los 2.500 invitados VIP de la organización a pasar una cuarentena. Boris Johnson dijo ayer que siempre se pueden hacer «exenciones sensatas». Pero no entró en detalles. Hace unos días, a causa del avance de la variante Delta, a los ciudadanos del Reino Unido se les retrasó cuatro semanas el fin de las restricciones, un momento que el país conoce como 'Día de la libertad'. ¿Cómo explicas entonces que los VIP vuelen sin problemas a Londres para ver el fútbol, precisamente el fútbol? Ayer Andrew Lloyd Webber rechazó la invitación de Johnson para hacer una representación de prueba de su musical 'Cenicienta' harto de que el deporte tenga privilegios y el teatro sea siempre «pospuesto y subestimado». En caso de que lo de Wembley no pueda ser, la UEFA no tendrá problemas para jugar la final en Budapest, donde el campo se llena hasta los topes, no se ve una mascarilla y probablemente sirven en los descansos goulash de pangolín porque la carne está llegando baratísima desde China.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión