885 ascensos al Everest en un mes
Está a punto de perder toda su épica por mucho que sea la cima más alta del mundo
Seguro que recuerdan la fotografía de aquella larga hilera de montañeros haciendo cola para poder alcanzar la cima del Everest. La imagen, que dio la vuelta al mundo y provocó un gran debate sobre la masificación en la cima más alta del planeta, tenía una intrahistoria interesante y paradójica. Su autor, Nirmal Purja, no era, como podía suponerse, un escalador víctima de aquel atasco alucinante sino quizá el máximo exponente del tipo de alpinismo comercial que lo hacía posible. Ya saben: oxígeno embotellado a espuertas, cuerdas fijas desde el Campo Base a la cima, escaleras, batallones de sherpas... Nirmal Purja, de hecho, tiene como reto personal –y esto lo dice todo– ascender las 14 montañas de más de 8.000 metros en sólo siete meses. El récord actual está en más de siete años.
Acabamos de enterarnos de algunas cifras relativas al Everest. Cito las dos más espectaculares. En mayo, 885 personas alcanzaron su cumbre y 11 murieron en el intento, en su gran mayoría por haber permanecido más tiempo del debido expuestas a altitudes tan extremas. Son muchos los que se preguntan cómo solucionar este problema. Los hay que desearían actuar por las bravas. Aquí bravos nos sobran, como es bien sabido. Piden prohibir las expediciones comerciales o exigir unos requisitos draconianos a los que participan en ellas. En su lucha contra la banalización de algo que consideran sagrado no parecen importarles demasiado las consecuencias económicas que ello tendría para Nepal y el Tibet. Otros, más razonables, se conforman con limitar el acceso de un modo racional. ¿Cómo no va a ser el Everest un desastre si esta temporada se han aprobado 1.024 permisos de ascenso?
Puede que sea muy optimista, pero creo que esto se solucionará poco a poco y por sí mismo. Me explico. La masificación se debe a que el Everest es un lugar mítico que provoca un poderoso efecto llamada en muchos corazones intrépidos de todo el mundo. El problema es que los atascos son incompatibles con el mito, o con cualquier tipo de épica. ¿Cómo va uno a soñar con el Everest si corre el riesgo de encontrarse allí arriba con su vecino del quinto, o con un tertuliano de la tele, o con un millonario japonés de cien años al que los sherpas le suben en un rickshaw?