El regreso a casa con un grupo «irrepetible»
El 8 de mayo hizo un año que nos dejó nuestro compañero Iñigo Muñoyerro, testigo directo de la gesta vasca en el Everest, que relató desde Katmandú para los lectores de EL CORREO. En 2010, cuando se cumplió el 30 aniversario, nos contó con todo lujo de detalles la intensa vuelta a casa con los alpinistas
A Iñigo Muñoyerro le hubiera encantado volver a recordar 40 años después la gesta del alpinismo vasco en el Everest. Enamorado de la montaña, del ciclismo en todas sus modalidades y del deporte en general, falleció el 8 de mayo de 2019 y dejó un enorme vacío entre sus familiares, amigos y compañeros de EL CORREO. Sirva de homenaje y recuerdo la reproducción de este artículo que escribió en 2010, 30 aniversario del primer ascenso vasco al techo del mundo que vivió en primera persona.
«Han pasado 30 años de aquella improvisada conferencia de prensa en una habitación del hotel Sidharta de Katmandú, donde se alojaba la primera expedición vasca en ascender al Everest, el techo del mundo. Una gesta inolvidable. Los pocos enviados especiales desplazados a Nepal nos apiñábamos alrededor de Martín Zabaleta Larburu, el montañero herniarra de 30 años que había subido al Everest. Junto a nosotros se acuclillaban sus compañeros. Nos rodeaban familiares y amigos llegados de Bilbao en un chárter. Entre ellos se estaba el veterano Pedro Hernando, padre de Emilio, el más joven (27 años) del grupo. El avión lo había fletado la desaparecida Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, patrocinadora de la aventura.
Hacía calor, mucho calor. Todo el mundo fumaba. Bebíamos cerveza San Miguel, Shinga y Leopard. Estaba caliente. No nos importaba. El ambiente era de alegría contenida, pero también de cansancio. Martín había subido el día 14 y estábamos a finales de mayo. Se habían retrasado más de la cuenta en las alturas. Primero en el descenso desde el campo base a Lukla (entonces no había helicópteros de rescate) y luego, tres días más, esperando la mejoría del tiempo en un aeropuerto de pesadilla. La pista era de hierba, los 'yaks' la mantenían igualada y los aterrizajes y despegues se hacían de cara al precipicio.
Fuimos a recibirles al aeropuerto. Bajaron con buen paso, la barba recrecida y con la tradicional banda blanca al cuello. Los nepalíes, dicho sea de paso, no les hicieron mucho caso. Horas después Martín Zabaleta ya se había afeitado. Estaba arrellanado en una butaca. Faltaba el sherpa Pasang Temba, en el hospital, donde le examinaban el brazo que se había roto en el descenso. Consumido, con la cara agrietada y quemada por el sol, era piel y huesos. La camisa y los pantalones le bailaban.
Recuerdo que Martín comenzó a hablar con calma, sin aspavientos. Primaba lo deportivo. La política vino después, cuando volvimos a la península. Nos narró su proeza, la de ser el primer vasco en pisar la cumbre. Cómo habían escalado y la alegría que les supuso llegar a lo más alto a las tres de la tarde, hora local, de día 14 de mayo, tras 12 horas de subida. Lo primero que vieron fue el trípode que habían colocado los chinos. «Pasang fue el primero en llegar. En los últimos metros echó a correr por la nieve al ver el vértice. Cuando le alcancé nos abrazamos y empezamos a llorar». Creo que se emocionó al contarlo. Su hermano Jon casi se pone a llorar.
«Sus compañeros asentían en silencio. Ya les había contado la ascensión con pelos y señales, pero aquella era la definitiva, la que los medios de comunicación allí desplazados íbamos a dar como buena. Allí estaban el doctor Juan Ignacio Lorente, el jefe del grupo (...) Felipe Uriarte, poeta y autor del libro de la expedición (...)'. Javier Garayoa, médico en Pamplona y en la expedición. El bilbaíno Emilio Hernando (...), Quique de Pablos, biólogo...
«Zabaleta también trató de explicar lo de la foto en la cumbre. En la única toma en la cima aparece su sherpa y no él, como hubiese sido lógico, sujetando la ikurriña y la bandera nepalí anudadas a un piolet. Un gesto de modestia de Martín. Contó que permanecieron tres cuartos de hora a casi 9.000 metros de altura. Durante ese rato llamó a sus compañeros: «tardé unos minutos en hacerlo. Use el'walkie', Grité ¡Gora Euskadi¡ y les dije que habíamos llegado». Cuando iniciaron el descenso cogió el rosario que habían dejado los polacos y tres banderas: la ikurriña, la de Nepal y una antinuclear. Aclararé que los alpinistas polacos, que también estaban acampados en el glaciar de Khumbu, tenían la única radio de onda corta de toda la zona. Por medio de ella pudimos enterarnos en Katmandú de que habían conseguido cumbre.
«Fueron dos horas y media largas, en una sala del modesto hotel Sidharta, que pasaron como un suspiro, irrepetibles. Al final, abrazos, presentaciones, saludos y más cerveza. Luego nos fuimos en bicicleta a cenar al hotel Oberoi, el mejor de la capital nepalí, y para rematar hubo copas en el bar del no menos lujoso Annapurna, donde se alojaba la prensa. Estos dos albergues están próximos al Palacio Real y también de Durbar Square, la plaza donde se daban cita los 'hippies' (entonces había muchos en Katmandú) que buscaban 'hierba' y donde curiosamente también estaba la sede central de la Policía.
«Han pasado treinta años de aquella gesta vasca en el Everest y el tiempo nos ha dispersado, a los montañeros y a los periodistas. Zabaleta volvió al Himalaya e incluso ascendió el Annapurna y el Kangchenjunga, pero creo que estaba desencantado. Ahora vive en Estados Unidos donde además de carpintero, ejerce de guía en Andws y Rocosas. Aquel día tuvimos la suerte de escucharle, de asistir al final feliz de Everest'80, la continuación victoriosa de Everest'74, la famosa expedición Tximist en la que se reunieron muchos de los mejores alpinistas vascos y españoles. Todos ellos, irrepetibles».
Como tú, Íñigo