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Ponerse morado en fiestas

Se non è vero... ·

Domingo, 5 de agosto 2018, 01:03

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Los colores son en sí mismos un estado de ánimo, no cabe ninguna duda. Decimos de una persona que algo le pone negro, cuando no soporta la actitud o las maneras inadecuadas de alguien, cuando algo le irrita y le inflama soberanamente. También ponemos verde a alguien cuando nos cae especialmente mal. O incluso nos ponemos rojos como un tomate si escuchamos cualquier requiebro o pasamos por un apuro inesperado.

También, como es el caso que nos ocupa, uno puede ponerse morado de comer, de beber en exceso o de ligar, según pinte la ocasión. La expresión 'ponerse morado' trae cuenta de las consecuencias de comilonas copiosas y empachos, que son causa de que la piel adquiera una tonalidad morada -lo llaman cianosis-, por falta de oxígeno suficiente en la sangre.

El caso es que Vitoria eligió ponerse morada el día del inicio de sus fiestas. Y no precisamente de beber, ni de comer, ni de holgar -que también-, sino de guapa y reivindicativa para defender valores.

Todos hemos tenido ocasión de escuchar el rosario de comentarios que ha causado la iniciativa de vestirse o acompañarse de una prenda de color morado en la plaza de la Virgen Blanca el día 4 de agosto, durante la bajada de Celedón. Descalificatorios unos, so capa de defender la santa tradición: «No es día para reivindicaciones». Loatorios otros, reivindicando el respeto y el empoderamiento de la mujer, frente a las agresiones machistas: «No es no. Tengamos la fiesta en paz. Ez beti da ez».

He de reconocer que las fiestas son terreno abonado para el descontrol y el despiporre más absolutos. Particularmente en Euskadi, donde «ponerse morado» adquiere una connotación especial a fuerza de taninos, de vino y viandas. Y como es de sobra conocido, esta es una enseñanza incrustada en el ADN que pasa de generación en generación, de padres a hijos.

Los pequeños observan año tras año a sus progenitores y aprenden por mímesis que ponerse hasta las cartolas de jamar y privar es lo que toca en fiestas, porque es lo que les han visto hacer toda la vida. Te han enseñado que el derecho a emborracharte es una suerte de ceremonia iniciática por la que debes transitar de fin de semana en fin de semana, de fiesta en fiesta, de pueblo en pueblo, para convertirte en un hombre de provecho. Conforme Dios manda. Y si es vestido de blusa, además, tienes licencia 007.

Y claro, controlar tu conducta o el modo en que te relacionas, tras la oportuna y abundante ingesta etílica, acaba resultando una tarea harto complicada. A buen seguro, terminarás haciendo el tonto, dirás estupideces y te pasarás tres pueblos con quien quiera al que le toque en desgracia cruzarse en tu camino. Por tanto, si llega el momento en que no eres consciente o no controlas que hay líneas rojas que no debes traspasar jamás, acepta el consejo y vete a casa a dormir la mona.

Que nadie malinterprete mis palabras y me confunda con un talibán del autocontrol y la privación ascética, o como miembro del batallón anti blusas. No es mi intención pregonar la vuelta a la Ley Seca, mucho menos con los vastos antecedentes penales que atesoro. No. Sería como tratar de predicar y vender consejos que he ignorado para mí mismo con tanta contumacia a lo largo de mi vida.

Pese a los delitos acreditados, he de confesar que me agradó sobremanera que Vitoria se 'pusiera morada' durante la bajada de Celedón, en las fiestas de mi pueblo. Y que por primera vez, el significado de 'ponerse morado' no haya tenido que ver con atiborrarse de cachis o de morapio, sino que haya significado la voluntad colectiva de poder conjugar diversión y solidaridad, cachondeo e implicación, fiesta y compromiso, copas y respeto.

«No es no». Con esta declaración de intenciones, queremos dejar claro el significado de palabras inconfundibles, que no pueden llamar a engaño, y mostramos nuestra disposición a defender el ámbito de libertad que amparan. Manifestamos de forma cristalina que Vitoria no es lugar propicio para el acoso ni para manadas ni cardúmenes. Y lo gritamos bien fuerte para que se escuche en leguas a la redonda y nadie se llame a engaño: intolerantes con la intolerancia. Respetuosos con la diferencia. Amén Jesús.

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