Por unas fiestas con endorfinas
Nací el mismo año en el que un grupo de inolvidables vitorianos oficializó la llamada bajada de Celedón. Desde aquel 1957 hasta nuestros días ha llovido mucho.
¿Acaso no ha cambiado nada en estos 65 años? Por supuesto que sí, pues, como decía Julio Caro Baroja, para que una fiesta se mantenga es necesario que pueda adaptarse a los cambios sociales. No obstante, observo ciertos cambios de tendencia, y eso está bien, salvo por una cuestión, cual es que la sustitución de rituales y actos festivos por otros sin alma de fiesta nunca podrá dar paso al tiempo festivo.
Una nueva ola de puritanismo asfixiante nos invita a comportarnos de forma recta y virtuosa y nos dice qué está bien y qué es 'pecado'. Así, encender un puro en la bajada de Celedón es algo casi prohibido, apología del tabaquismo; comer carne no es saludable, tampoco alimentos ricos en grasas, así que esos almuerzos festivos fuera; ni que decir tiene que el vino o las bebidas alcohólicas debieran eliminarse de nuestras vidas; las canciones 'picantes' no pueden cantarse pues te convierten en un monstruo heteropatriarcal; exhibir animales durante fiestas es un atentado contra bueyes o borricos; ahora en vez de 'ir a los toros' vamos en 'alegre kalejira' y, finalmente, acompañar a la Virgen Blanca u ofrecerle flores en su hornacina ya se cuestiona pues la sociedad es aconfesional y acercarse a una iglesia queda feo.
Así estamos. En vez de recomendar a la ciudadanía que sea responsable en su consumo de alimentos, de bebidas, de tabaco, de sexo, de... fiesta, en vez de educar a la ciudadanía para una fiesta que busque ubicarse entre un irrenunciable respeto al prójimo y la chispa de humor con gracia y salero, nos estamos perdiendo en la prohibición, en una nueva 'inquisición' que nos va a negar gritar ¡Viva Celedón! porque rima con cojón.
Dicen que para vivir necesitamos de endorfinas, las 'hormonas de la felicidad'. Pues bien, todo lo placentero, al menos durante siete días, parece que está abocado a desaparecer por pecaminoso, pues también durante ese tiempo debemos ser virtuosos y angelicales. Sólo hay un problema: que eso no es fiesta, es otra cosa.
Sé que me la juego, pero yo voy a reivindicar unas fiestas con endorfinas ¡caramba! que para lo demás ya tenemos 358 días.