Las reinas de la calleja y de los mejores fritos ofician en Karrika (Bilbao)

Hay bares que se visitan para probar la especialidad de la casa, otros porque son acogedores o están en un rincón pintoresco, algunos simplemente porque nos pillan de paso, aunque el camarero nos dedique una mueca de disgusto y la sonrisa sea lo más caro de la carta. Por eso da gusto entrar en el Karrika y que a uno le reciban con una carcajada a mandíbula batiente. Este diminuto bar de Atxuri es el reino de Mertxe y Marisa, madre e hija –«o casi hermanas, yo la mayor», bromea la retoña–, que cada fin de semana a la hora del aperitivo consiguen iluminar con su gracejo la oscura callejuela de la Encarnación.

El bar lo fundó la madre hace más de 30 años y aquí servía a destajo menús del día para los currelas del barrio. A mediados de los 90 Marisa y otras dos amigas de la infancia lo transformaron en taberna noctámbula y en la planta de arriba, donde hoy está el comedor, bailaba la chavalada hasta que parecía que se iba a caer el techo. Tras unos años en barbecho, en 2016 las dos inquietas mujeres unieron fuerzas para darle el último arreón al Karrika de sus amores, ofreciendo un picoteo rico y sencillo a amigos, vecinos y algunos turistas con olfato.

El bar tiene el aspecto de lo que es, una tasca que podría estar en un barrio portuario de cualquier ciudad de costa. Pintado de blanco y azul y ornado con cuatro detalles marineros, la decoración aquí la pone la clientela. Una parroquia fiel en la que todo el mundo se llama por su nombre y cualquier noticia vuela de boca en boca calle arriba o plaza abajo. En los locales vecinos están casas bien conocidas por cualquier gurmé de la villa como el Miren Itziar o el Arandia de Julen, pero el Karrika es una referencia para 'conaisseurs', con tal de que no sean tan pijos como para soltar palabras en francés.

La cocina es de lo más sencillo que te puedes echar a la cara. Una plancha bien gobernada en la que lo mismo caen gambones, langostinos o unos champiñones dignos de la Laurel. Mertxe domina el arte de la fritura y unos chopitos como los suyos no se pueden comer en ninguna otra taberna de Bilbao.

Completan la carta de picoteo cuatro cosas elementales –morcilla, pimientos verdes, mojojones o chorizo a la sidra–, todas ricas y bien hechas, ideales para regar una segunda o tercera ronda, que aquí se viene es a mojar el gaznate.

Pero lo mejor de la casa es sin duda el postre. No piensen en torrijas ni tartas de queso al horno, sino en la animada charla que brinda este par de mujeres a las que les sobran anécdotas que contar. Sólo les diré que Mertxe fue peluquera en el barrio de las Cortes y es una temible jugadora de póker, y que su hija Marisa ha aprendido todo lo que sabe escuchando detrás de las puertas. Tírenle de la lengua. No hay nada que deje mejor sabor de boca que una buena carcajada.