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A Ricardo Remiro (52), un rubicundo pastor de ojos muy azules, se le vela la mirada cuando su vara de avellano rojo describe un ... arco y nos muestra los tristes prados de su majada y la fuente seca de Andazarri. El rebaño de 380 ovejas latxas de cara negra, esquiladas hace un mes, se cobija bajo la sombra del hayedo, y entre espinos y enebros. Cuando 'Concha', la sabia perra de 14 años, las mueve en los pastos agostados y las pezuñas de las ulzamesas levantan una polvareda, a Remiro le acomete una desolación devastadora. «No quiero ni mirar, es que me invade una tristeza terrible», se lamenta el pastor, ganador en tres ocasiones del concurso de queso de Ordizia (2008, 2011 y 2013) y uno de los productores de Idiazabal más valorados del país. «No he visto nunca una cosa así...», se duele el pastor.
«¿¡Impone, eh!?», interroga el padre, Nicolás Remiro (81 años). «Estamos en julio y llevamos un mes con la sierra seca. Si es que hasta los helechos y los espinos se están poniendo amarillos...»
-¿Por qué cree qué pasa esto?
Remiro padre guarda unos segundos de pesado silencio antes de responder con una sinceridad desconcertante en tiempos de sabelotodos. «¡No sé contestar a eso!»
«Deben ser ciclos. En el 53 debió pasar algo aún peor que esto. Lo contaba Heliodoro Arana, un hombre de 94 años, muy cazador, que tiene cerdos. En el 53 también tuvieron que bajar los rebaños al pueblo porque no tenían nada que comer en la sierra», explica Cristina Ruiz de Larramendi. Hace casi un mes que Remiro y su esposa, 'agotaron' el rebaño, dejaron de ordeñarlas. Sin buenos pastos en esta tierra fronteriza con Álava, sin apenas agua, con las ovejas menguando a ojos vista, ordeñarlas era como escupir al cielo.
Y, sin leche, no hay queso. «Elaboramos hasta el 21 de junio, cuando agotamos el rebaño. En primavera, con pastos frescos, nuestras ovejas, tipo ulzamesa, con cuernos, una especie en peligro de extinción, dan unos dos litros. Pero con la sequía se veía que bajaba la producción de día en día. Y, de no comer, las ovejas se iban quedando cada vez más estrechas», dice Remiro. Otra docena de pastores como ellos sufre las consecuencias de la seca en Urbasa. Y medio centenar de propietarios de ganado mayor en las sierras de Entzia y Urbasa claman al cielo por la lluvia salvadora.
Hasta el 10 de mayo, constatan con esa precisión en las fechas de los hombres de campo, la primavera vino buena. Hubo hasta perretxikos en abundancia. «Por San Pedro se echó cuatro litros, pero desde mayo un par de borrascas habremos tenido y para de contar. A partir de entonces dejó de llover. A primeros de junio ya vimos que las ovejas sufrían muchísimo», señala Remiro padre.
«Lo pasaron muy mal, se quedaron sin leche y a ellas no les apetecía ni salir, se quedaban en el hayedo y no salían a los rasos». Tuvieron que empezar a alimentarlas con una mezcla de cereales y grano entero (avena, guisantes, maíz). «La primera vez que lo hemos hecho en nuestra vida. El primer día varias se atragantaban del ansia. Han tenido que aprender a comer entero, a comer pienso», dicen mientras hacen cábalas sobre las consecuencias que este tipo de dieta provocará en el organismo de su rebaño, en el gusto de su grasa y de su leche. En el sabor del queso futuro.
Estamos a mil metros de altitud, en un paisaje desolado. El viento solano, tórrido, ha agostado las praderas y secado las fuentes, como esta de Andazarri donde tanto le gustaba a Remiro sentarse a meditar, a contemplar las nubes y las ovejas, absorto en sus pensamientos, silbando algún aria de Verdi. «Ahora me entra una tristeza terrible», dice con un nudo en la garganta.
Es lunes, el día más caluroso del año (por ahora). No se ven ni pájaros. Alguna malviz salta, de vez en cuando, y vuela en corto para protegerse rápido del mazazo del sol. Las yeguas se refugian, panzudas y desbaratadas, bajo las famélicas sombras. Por no florecer este año ni han florecido los cardos morados. El termómetro roza los 40º.
«Burruummm, beee...», guía con la voz Remiro a su rebaño. Concha (los Remiro, trashumantes, llevaban sus ovejas a Zubieta, al caserío junto al que entrena la Real y por eso en casa siempre habrá una Concha) las dirige por la vereda. Pasan por la Fuente de las Lentejas: la llaman así por los fósiles de nummulites, unos protozoos que vivieron hace 64 millones de años. Seca también. «Las ovejas han empezado a comer hasta los enebros y las flores del brezo, que aquí llamamos biércol». En el nacedero lleco de El Cholo vemos aletear una torcaza.
Todas las tardes, Remiro camina tres kilómetros por la sierra y acerca al rebaño hasta la majada donde el padre pasó los veranos antes de que hubiera todo terrenos, para que beban y coman pienso (unos 300 gramos por cabeza). Manda la economía. Las ovejas, que no se han refrescado la boca en la ardiente jornada, se abalanzan sobre el abrevadero, en un tropel salvaje y necesitado.
Algunos pastores no han aguantado más y han bajado sus rebaños al valle. «Hay explotaciones que están cerrando. La soja y el maíz están muy caros. Si en marzo los precios estaban en 240 € la tonelada ahora están a 420 €. ¿Que si hemos subido el precio del queso? 50 céntimos. Ahora lo vendemos a 22,50 €/k...», confía Remiro. Para hacer un kilo de queso se necesitan unos 6,5 litros de leche. La edad media de las ovejas del rebaño es de unos 6 años, «aunque he conocido ovejas buenas con 15», dice. En la cámara donde se curan las piezas terminadas queda este año espacio libre. Lo que nunca. Dos semanas largas sin leche se nota, y mucho, en las exiguas economías de estos infatigables pastores.
En la rama de un haya, a espaldas de la majada, cuyas piedras se levantaron hace 300 años, cuelgan dos sacos blancos con 40 litros de leche cada uno donde Remiro prepara la gaztazarra (queso viejo), reliquia que aprendió de su madre, fallecida antes de cumplir los 50. En una de las bolsas medra una gaztazarra de orujo, rareza que en Urbasa sólo elabora nuestro pastor.
En un aprisco, alertas, están los 9 machos del rebaño. Viven a papo de rey, tranquilos por unos días, cogiendo fuerzas. La semana que viene les tocará cubrir al rebaño, a medida que las ovejas alcancen el estro, el celo. Parirán en diciembre. Las tareas forestales y agrícolas están prohibidas; por temor a un incendio no se puede cosechar ni enfardar ni usar motosierras. A la quesería llega un camión con 15.400 kilos de alfalfa, para el invierno.
Los pastores bandean la tiranía del clima como pueden. Eli Gorrotxategi, de La Leze, elabora queso mientras su marido,Jose Mari Jauregi, conduce al rebaño a refrescarse junto al río Artzanegi, que atraviesa la cueva de San Adrián tras nacer en la sierra de Altzania. En Bizkaia, Bidane Baskaran mira al cielo cada día esperando el desembarco de las nubes reparadoras. Cada vez quedan menos pastos frescos y sus ovejas abrevan junto a un pozo perforado por la familia.
Pero en Urbasa, donde el nacimiento del Urederra es una pura postal, el agua se ha filtrado y evaporado entre los terrones secos de las balsas. Pinta mal. Pinta seco.
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