Román Bengoa: «No sabía nada cuando decidí dedicarme a la agricultura»
El baserritarra dejó su empleo en un taller para dedicarse al campo pese a carecer de experiencia. «No tengo queja; trabajo muchas horas pero hay empleos más duros»
Hay gente decidida, resuelta, animosa... y hay gente como Román Bengoa y Txaro Zarandona, que un buen día decidieron abandonar a los salarios regulares, las pagas y las vacaciones para dedicarse a la agricultura. Y en su caso ni siquiera existía un interés por volver allá donde los dejaron sus padres, porque carecían de toda experiencia cuando pensaron que ya era hora de dar un giro a sus vidas y ocuparse en el cuidado de la tierra y la venta de verduras. Ahora se ganan la vida dignamente en un caserío de Berriz gracias a sus invernaderos y las huertas al aire libre.
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Román y Txaro trabajaban en una empresa dedicada a la estampación metálica en la comarca del Duranguesado, donde ambos nacieron, y a comienzos de la década de los 90 adquirieron unos terrenos para hacerse una casa en las faldas del Oiz. Un lugar empinado al final de una carretera rural, con unas vistas espléndidas al Anboto y una colina que les impide ver lo peor de la civilización: la autopista de San Sebastián y las industrias que rodean Durango.
La idea era mudarse a vivir allí, entre robles, cerca de un arroyo cantarín, pero una cosa lleva a la otra, de modo que en 1994 renunciaron a sus empleos y un año más tarde levantaron el primer invernadero. Ahora cultivan 1.500 metros cuadrados bajo plástico y el doble al aire libre. «No sabía nada cuando decidí dedicarme a la agricultura», asegura con una sonrisa que deja perplejo al interlocutor. Pero como con voluntad todo es posible, se inscribió en algunos cursos y visitó varias explotaciones, siempre con la idea en mente de, rizando el rizo de la dificultad, dedicarse en exclusiva a la producción ecológica.
«Cambia tu forma de pensar»
«Es la agricultura del futuro, cuando eliges esa modalidad cambia tu forma de pensar y te diferencia de otros productores», añade. Rotar cultivos para evitar plagas, apostar por la prevención en detrimento de la química, cultivar plantas y semillas y detectar qué variedades resisten mejor son las claves de una técnica que, cuando empezaron, aún estaba en pañales. «Entonces era más fácil vender que ahora porque había muchas tiendas pequeñas; ahora es más complicado». La vía de comercializar el género es el mercado de Durango, donde acude cada sábado, y un fiel grupo de consumo compuesto por unas 19 familias que adquieren sus verduras dos veces al mes.
De sus impolutos y bien ordenados invernaderos (basta observar la fotografía que ilustra este texto) salen lechugas, pimientos, tomates, vainas, apio, rúcula, remolachas, rabanitos, guisantes, acelgas, espinacas, cebolletas... nada ajeno a una explotación tradicional, de las de antaño, y apenas ha explorado las verduras exóticas que otros colegas suyos cultivan.
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Planificación
La agricultura ecológica ha tenido una buena salida entre los consumidores más jóvenes, con vaivenes debidos a la crisis financiera de 2008, pero, en su opinión, para comercializar los productos de la tierra «es preciso hacer una buena planificación, saber cuánto y dónde vas a vender, para que nada quede en casa».
Sonríe Román Bengoa cuando piensa que, de haber sabido que se dedicaría al campo, habría procurado escoger unas parcelas más adecuadas, sin tanta pendiente, pero ahora no parece importarle. «No tengo queja de mi elección; trabajo muchas horas pero hay empleos más duros, como los que tienen que ver con el cuidado de otras personas. Aquí te programas tú», concluye, mientras se pregunta por qué a los corzos, habituales visitantes de su explotación, les gustan las acelgas y sin embargo obvian los pimientos.
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