La huerta solidaria de Kepa Añibarro en Gatika
El baserritarra cultiva verduras tradicionales y algunas especies exóticas al tiempo que ofrece charlas y talleres para personas con discapacidades
Iba para químico pero la agricultura se cruzó en su camino hasta convertirse en su medio de vida, sí, pero también en un mecanismo para ayudar a quienes más lo necesitan. Kepa Añibarro es feliz en su invernadero de Gatika, en un terreno de 7.000 metros cuadrados situado en la parte trasera de uno de esos feos polígonos industriales que generan riqueza, claro, pero también emborronan nuestros paisajes.
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En el sosiego de una vega próxima a Mungia, sólo Piztu, el gato abandonado convertido en morador permanente de las huertas, rompe la calma con su inquieto ir y venir y arrimarse a los visitantes. En el invernadero vecino, otro joven baserritarra se esfuerza con las laias, esa herramienta del demonio con forma de tenedor gigante que antaño se empleaba para labrar la tierra y que destrozaría las espaldas menos dispuestas. En su radio suenan los Door.
Kepa Añibarro se formó en Paisajismo y Mundo Rural en la Escuela Agraria de Derio porque «tenía claro que me iba a dedicar al campo mediante técnicas ecológicas», explica. Una decisión que suscitó dudas entre los allegados de este joven bilbaíno, cuya familia rompió hace generaciones con la agricultura. «Quiero acercar unos alimentos saludables y de proximidad a la gente de mi entorno, familiares y amigos, pero también a mis clientes». El mecanismo, claro está, es la venta directa, el contacto con los compradores sin intermediarios, para sacar el máximo rendimiento a su actividad. El whataspp e Instagram han llegado para quedarse en el mundo rural.
Verduras de aquí y de allí
El baserritarra consiguió los terrenos a través del banco de tierras de la Diputación, resolviendo así el principal problema con que se topan los que pretenden labrarse (nunca mejor dicho) un futuro ligado a la agricultura. «Es la mayor dificultad», admite. Allí tuvo que esforzarse por preparar una superficie abandonada desde hace años y, por ser una vega, un suelo arcilloso con un exceso de humedad que dificultaría cualquier actividad productiva. Tuvo que enriquecer la parcela y sigue cuidándola mediante el compost que adquiere a la diputaciones de Bizkaia y Gipuzkoa, obtenido mediante el reciclaje de los desperdicios que vierten los ciudadanos.
En ese terreno, tanto bajo plástico como al aire libre, cultiva especies autóctonas como pimientos, tomates, acelgas, espinacas, habas, remolachas o calabacines, pero de muchas variedades, de forma que dispone de género durante todo el año y no hay etapas de parón. Junto a ellos, encontraremos plantas como rúcula, siso, mostaza, brócoli, escarolas, albahaca o unos sorprendentes tomates de árbol, que crecen en un arbusto de hasta cuatro metros de altura.
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Ahora busca socios para mejorar la oferta por medio de invernaderos más grandes o introduciendo animales, como gallinas ponedoras. «Esto es trabajo, y cuando más trabajas más atractivo resulta el proyecto, ves sus frutos», asegura.
Labor social
Esa es sólo una parte de su actividad; hay una perspectiva diferente que se resume en el nombre de la empresa: Berpiztu (renacer en euskera), su afán por «regresar a las antiguas costumbres». Y ahí entran también las charlas y talleres que ofrece para personas con discapacidades, como los integrantes de APNABI, la asociación de familias de personas con un Trastorno del Espectro del Autismo, o con aquejados con otras enfermedades mentales.
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«Los adultos vuelven a ser niños curiosos y felices con la agricultura –explica–. El contacto con la tierra es una herramienta que les ayuda, se les ve tranquilos e interesados». Junto a Añibarro, observan cómo se plantan las verduras, cómo las semillas se convierten en frutos, y «desconectan de sus problemas».
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