Lunes, 19 de febrero 2018, 23:14
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
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