Borrar

Lunes, 19 de febrero 2018, 23:14

Modo oscuro

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

REUTERS
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".
Cuando la maquinaria agrícola revolucionó la agricultura francesa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un joven Jean-Bernard Huon le dio la espalda a la nueva tecnología. Medio siglo después, en su destartalada granja de Riec-sur-Belon, en un rincón del sur de Bretaña, Jean-Bernard -70 años y una barba muy blanca- todavía usa bueyes para arar sus campos, ordeña sus ocho vacas, muele la harina a mano y recoge incansable el estiércol para fertilizar los cultivos que alimentan a su ganado. "Soy un extraño feliz", dice Huon en la granja donde vive sin agua caliente: "Nunca he sido rico, pero ¿qué me importa?".

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo La vida feliz de Jean-Bernard Huon