Hace unos años, tomé un taxi en el centro de la Ciudad de México para dirigirme a Lomas de Bezares, una colonia del extrarradio poblada ... por gente adinerada. El taxista era de los dicharacheros y me contó que Miguel Bosé vivía por la zona, porque justo el día anterior lo había llevado a su casa. «Ese hombre está bien loco», me dijo entre carcajadas... Le seguí la corriente y no me molesté en procesar la información, más allá de confirmar lo que ya me imaginaba: que Bosé cuando está en el DF reside en un barrio exclusivo y blindado.
Lo de loco, después de haber entrevistado a Bosé cuatro veces a lo largo de los años, lo traduje por excéntrico, estrafalario... Nada que yo no supiera. Hasta que el domingo vi al cantante en 'Lo de Évole' y concluí que tal vez el taxista no exageraba. Espero que Miguel Bosé (o lo que queda de él) tenga amistades más sólidas que la de su «amigo» Jordi Évole, capaz de poner los índices de audiencia por encima de la cordura de un entrevistado. Porque, como dirían en México: Jordi, no te hagas el güey... Sabes muy bien que no estabas entrevistando a un negacionista. Tú estabas entrevistando a un friki. Y eso es tan viejo como el Mississippi, como Sardá conversando con el famoso Carlos Jesús, que creía ser la reencarnación de Cristo y aseguraba haber muerto dos veces. Por momentos dudé de si aquello era 'Salvados' o 'Sálvame', programa especializado en colocar a un juguete roto frente a la cámara y darle cuerda hasta que vuelque.
Queda elegante enzarzarse en sesudos debates sobre si hay que dar o no espacio a un negacionista. Pero para qué nos hacemos los pendejos... Todos sabemos que esa aquí no es la cuestión, que 'Lo de Évole' fue puro circo, con Bosé haciendo de mujer barbuda y hombre sin cabeza, a la vez.
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