La ciudad con las Fernández de Retana Pinedo
LA VIDA EN EL BARRIO. En sólo dos décadas, Vitoria triplicó sus vecinos hasta dar un salto capital para empezar una transformación urbana sin parangón. Los 70 fue la época de mayor explosión demográfica de una ciudad en la que los barrios, hoy de oro, definían y marcaban carácter
jorge barbó | igor martín (fotografía)
Domingo, 21 de noviembre 2021, 02:03
El escritor Roberto Bolaño decía que su patria, su única patria, eran su hijo y su biblioteca. Para muchos, el paisaje de su patria se limita a aquel bar en el que jugaba al kinito o al banco del parque en el que se dio su primer morreo. El barrio configura una unidad básica, todo un universo vital y sentimental que, en Vitoria, Judimendi condensa a la perfección. Aquí, muy cerca de la tienda de chucherías de las Fernández de Retana Pinedo, se levantó uno de los primeros grandes centros cívicos de la capital alavesa. Aquí, de Olaguíbel al Polvorín, se ha asistido a una profunda transformación urbana y social que se ha extendido por toda la ciudad hasta moldear la Vitoria actual.
Entre kojaks, chicles Boomer, jamones dulces, regalices de los rojos y de los negros y lenguas de gato. Entre donuts -¡Anda!, la cartera- y cromos y Mortadelos y petazetas y yoyós. La gran evolución que ha vivido la capital alavesa en las últimas décadas, la increíble transformación de su paisaje urbano, pero -y sobre todo- también en su paisanaje ha tenido su fiel reflejo aquí, en estos escasísimos diez metros cuadrados, en este localito que, como la cámara funeraria de un faraón, lleva más de 40 años inalterable. Aquí, en esta tienda de chucherías tan abigarrada, en este quiosquito de barrio, un sociólogo podría haber hecho el mejor trabajo de campo para esbozar el cambio que llevó a Vitoria de ciudad rural a ciudad capital. Tras este mostrador, Mari Carmen y Begoña todavía se asombran de cómo el tiempo, con lo lento que pasa, es capaz de llevarnos tan lejos. Y sin salir del barrio.
«Cuando quitaron las vías del tren y abrieron el centro cívico el barrio fue otro»
A pesar de que en el toldo que protege la puerta de la tienda se puede leer Haurtxoa en letras desvaídas, en realidad todos conocen este sitio como La Sofi. A cualquiera de por aquí, de Judimendi, del barrio más barrio de Vitoria, seguro que la memoria le hace un chisporrotazo, una especie de conexión en sus recuerdos de infancia al leer el nombre oficioso de esta tiendita que, muy probablemente, se encuentre detrás de alguna que otra de las diabetes de los niños de los 60 y 70, hoy cincuentones y cuarentones achacosos en permanente lucha contra los triglicéridos. Este sitio era y es toda una institución, un punto de encuentro para todos los críos del barrio que salían en tropel del cole y también de misa los domingos. «Era un ritual, los críos estaban ansiosos porque acabara el oficio para poder salir y venir a la tienda. '¡Tranquilos que La Sofi va a seguir ahí hasta que acabe la misa!'», se sonríe Mari Carmen Pinedo, que durante tantísimos años estuvo al frente de esa tienda y que todavía hoy recuerda esa cola de críos en pantalón corto, los zapatos más o menos lustrosos y las rodillas peladas, con esos cinco duros quemándoles en los bolsillos y con las mismas ganas de fundírselos que un poeta en día de paga.
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Son sus hijas, Begoña y Maria Jesús, las que regentan hoy la tienda. Y juntas, cuarenta años después de que subieran la persiana a diario y sin faltar ni uno solo, las tenderas son capaces de trazar una cartografía sentimental de un barrio, de una ciudad que fue y que ya no es. Sin nostalgias. Las Fernández de Retana Pinedo están convencidas de que, pese a todo, pese a que la forma de entender las relaciones entre vecinos ya no es ya ni de lejos la que era allá en los 70, cuando Vitoria dio un salto demográfico espectacular (pasó de 73.701 vecinos en los 60 a casi 140.000 en aquellos años) y a pesar de que muchísimos de esos comercios que le daban sabor al barrio hace ya mucho tiempo que tuvieron que bajar la persiana, esta zona de Vitoria, toda la ciudad, se ha transformado «para mejor». «Construyeron el ambulatorio, el colegio... es que hemos ganado mucho aquí y yo creo que en toda Vitoria», presume Mari Carmen con cierto orgullo, asumiendo como propio el éxito de la ciudad.
«Crearon Lakua, Salburua y Zabalgana y muchos se fueron. Ahora vuelven»
La desaparición de la supurante cicatriz del Vasco Navarro en Judimendi supuso el gran hito para un barrio que hasta entonces vivía tan pegado al corazón de Vitoria pero a la vez tan, pero tan separado. Más tarde, las mujeres vieron construir el centro cívico que, con los años, se convirtió en uno de los símbolos de una ciudad que ha hecho de la calidad de vida su santo y seña. Fue uno de los primeros que se abrieron al público (el primero fue el de Sansomendi, aunque el de Iparralde, en 1989 fue el que integró por primera vez las actividades deportivas, las lúdicas y las culturales en un mismo complejo). Justo al doblar la esquina, todo el barrio siguió con expectación desde la Bodeguilla Lanciego, con un pote en la mano, comentando cada avance de la obra, cada vez que se ensanchaba una zanja y cada vez que la hormigonera derramaba metros cúbicos de cemento y hormigón con la promesa de llevar al barrio una modernísima piscina cubierta, una biblioteca... «Aquello fue el no va más, un avance enorme», recuerda Begoña.
Antes se había inaugurado la parroquia de San Juan Bautista después de tantos años en aquella lonja que muchos recuerdan, y durante muchos años epicentro oficioso y oficial de la vida de la zona. Porque, sí, hubo un tiempo en que la vida de barrio no se entendía sin la iglesia. «Y hoy cada vez va menos gente, cualquier día nos la cierran», lamenta Mari Carmen, que desde su tienda también ha asistido a la progresiva secularización de la sociedad alavesa. Un dato: hace justo 40 años, cuando las Fernández de Retana Pinedo subieron la persiana de su tienda, el 95,4% de los alaveses se declaraban cristianos practicantes, según las cifras de entonces del Centro de Investigaciones Sociológicas. Hoy ese porcentaje ha caído a plomo. El 55% se declara católico. Pero sólo el 17,9% va a misa.
LA CIUDAD
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51.300 vecinos tenía Vitoria en 1946, una quinta parte de los actuales.
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La vida en el barrio En 1946, Vitoria tenía justo una quinta parte de los habitantes que hoy. Según los registros del INE, a finales de los años 40 la capital alavesa se disponía a dar el salto hasta los 50.000 vecinos, una cifra que se triplicó en sólo 20 años. Los 70 fue la época de mayor explosión demográfica de una ciudad en la que los barrios, hoy de oro, definían y marcaban carácter.
Del pueblo a la ciudad
«Todo eso, todo lo que hay más allá del Polvorín, todo eso cuando llegamos era campo, trigos y cebadas», recuerda Mari Carmen señalando esos bloques grandotes que delimitan el barrio con Santa Lucía. La familia llegó, como tantísimas otras, de los pueblos más cercanos a la ciudad. Y veían en ese cambio un paso gigantesco, un progreso, poco menos que un pequeño lujo asiático estrenar una cocina con encimera de formica, esos suelos de terrazo, vivir en un edificio ¡con ascensor! «Veníamos de Zurbano a la ciudad, y el hecho de ir a vivir a un piso entonces, en aquella época, se veía como una suerte y ahora... todos se quieren volver otra vez a los pueblos», se sonríe la señora, que de soltera trabajó en la recordadísima floristería Campión de la calle San Prudencio, donde se elaboraban con esmero ramos y centros para las casas más nobles de la ciudad.
Para acoger a tantos nuevos vitorianos, los llegados del campo pero también a toda aquella llegada de inmigración interior que recalaba en la capital alavesa al calor de la promesa de nuevas oportunidades laborales en la industria, la construcción de viviendas fue imparable en toda Vitoria durante los 50, 60 y 70 a unos precios que no tienen nada que ver con los actuales. En Zaramaga, los primeros pisos que entregó la sociedad pública Vimuvisa a comienzos de los 60 costaban 190.000 pesetas. Entre los 70 y los 80, se construyó el 39% del actual parque inmobiliario de la ciudad y se entregaban más de 2.200 llaves al año. Entonces, un piso en Judimendi muy parecido al que estrenó Mari Carmen y su familia rara vez superaba el millón y medio de pesetas. Hoy, el metro cuadrado en la zona ronda los 2.400 euros. Es casi imposible encontrar un pisito, por modesto que sea, por aquí por menos de 120.000 euros.
Judimendi llegó a tener 7.000 habitantes en 1997. Hoy son 5.760 vecinos
Fue a partir de los 90 cuando la ciudad se empezó a desbordar más allá de sus confines. La creación de Lakua 3 y después de Salburua y Zabalgana hizo que muchos, cada vez más, decidieran marchar del barrio con la promesa de iniciar una nueva vida de pladur, plaza de garaje y trastero. En 1997, el barrio, uno de los más densos de la ciudad, frisaba los 7.000 vecinos. Hoy son 5.760. Las Fernández de Retana Pinedo vieron cómo muchos se marcharon, condenando a la zona a un envejecimiento inexorable. Donde había hordas de críos jugando a la peonza, pidiendo el último tebeo de Roberto Alcazar y Pedrín ante su mostrador, hoy quedan abuelos apurando un cortado (descafeinado y sin sacarina) al solete del Polvorín.
Un éxodo de ida y vuelta
«La gente joven prefería marcharse a pisos más grandes y más nuevos», destaca Begoña. Ella, como su madre, nunca estuvo tentada, ni por un momento a largarse del barrio. «No hay ningún sitio en Vitoria en el que se viva mejor que aquí», asegura, convencida, con ese 'barrionalismo' tan interiorizado y tan puro que destilan los vecinos de por aquí. Sí lo hizo, sí se fue, Alberto, el hermano de Begoña. Él fue de los que hicieron el petate para tratar de echar raíces en Lakua. Tras unos años ha acabado volviendo. «Y como a él, a muchos les pasa, se van y después se dan cuenta de lo cómodo que es vivir aquí, de lo cerca que estamos del centro, de la calidad de vida que hay y de los servicios con los que contamos», sostiene la tendera. «Mis sobrinas -Izaro y Miren- ya están en la época de salir, de quedar con las amigas y es mucho más cómodo para ellas vivir aquí», destaca.
Además de despachar golosinas en este mostrador con olor a melaza, además de ser testigos de los enormes cambios que ha vivido la ciudad en todos estos años, las Fernández de Retana Pinedo también han vendido día a día, y sin faltar ni uno solo, EL CORREO. Ellas, con la tinta fresca, han servido, desde bien temprano, la actualidad a los vitorianos a lo largo de 40 años. Apiladas en fardos -«que, de tan altos, los domingos necesitaba que me echaran una mano para moverlos», recuerda Begoña-, han dado (en el sentido más literal del término) las últimas noticias de la capital alavesa, han visto cómo los lectores se compungían, se indignaban, ante las portadas protagonizadas por abominables crímenes terroristas en los años de plomo. Pero también se han contagiado de la alegría de los éxitos del Alavés y del Baskonia. Desde aquí, ellas, tenderas y a ratos sociólogas, han conocido, conocen, a Vitoria y a los vitorianos mejor que nadie. «Lo que hemos cambiado», suspiran.
EL TESORO
El cubo de fregar, recuerdos con olor a Ajax pino
Si tu casa empieza a arder, ¿qué salvarías? ¿Qué seria eso que, instintivamente, sin pensarlo ni siquiera por un nanosegundo, rescatarías? La mayoría a esto contestaríamos que el álbum familiar o quizás ese disco tan especial. Los más pragmáticos resolverían, sin andarse con zarandajas, que echarían mano de la libreta de ahorro y de las escrituras de la casa. Las Fernández de Retana Pinedo son de las que no tienen demasiado apego por lo material, por la cacharrería sentimental. Pides que te muestren su mayor tesoro familiar y ellas se encogen de hombros y te sacan esto: un cubo cochambroso, un barreño de la fregona desgastado, agrietado, aparentemente vulgar, que, sin embargo, contiene una tremendísima carga simbólica. Lleva 40 años en la familia, en esa tiendita, y en él han enjuagado tantas veces el mocho, han escurrido tantos malos ratos, han sumergido tantísimas alegrías y tantos desvelos, tantísimos recuerdos con olor a Ajax pino que serían incapaces de desprenderse de él.
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