Un brindis sin nostalgia por el futuro

CÓMO HEMOS CAMBIADO ·

Martes, 23 de noviembre 2021, 00:48

no de los primeros recuerdos que tengo es de los años cincuenta, cuando estaba con mi abuelo a la puerta de la cueva; eran vendimias y en la escuela nos dejaban faltar a clase. No tardaron en llegar mis hermanos, arreando al caballo y a la mula, que tiraban de un carro cargado con ocho comportones llenos de uva. En la viña había quedado mi padre con los vendimiadores que, corquete en mano, seguían cortando uva. Hombres llegados de Castilla, de Galicia, que, tras la dura jornada, dormían en la cuadra o en el pajar. El vino se vendía a granel, tras cerrar el trato de palabra, y era transportado en barricas a las capitales vascas y otros lugares, por camiones.

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En el año 1960 las hectáreas de viñedo en Rioja Alavesa ascendían a 5.466, que daban quince millones de litros de vino. Las dedicadas al cereal pasaban de 6.500. Se cavaba con azada, se labraba con arado romano y se segaba con hoz, utensilios que venían desde los romanos; en muchas casas se cocinaba con fuego bajo o en la cocinilla, a base de leña y carbón. Era una economía de subsistencia, malviviendo con unas viñas, cuatro piezas de cereal, olivos, la huerta, alguna cabra y uno o dos cerdos. Una época en la que, más de un veinte por ciento de la población emigró, pues no veía futuro a trabajar en el campo.

Entre los que no emigraron, unos pocos trataron de rentabilizar el vino asociándose en la cooperativa PALESA (Páganos, Leza, Samaniego) y, tras su fracaso, se creó COVIRIA con cosecheros de siete pueblos, que recogieron poco más de tres millones de litros de vino el año 1967. La falta de interés cooperativista, el poco espíritu emprendedor, así como la nula experiencia en ventas, hizo que estas iniciativas apenas fraguaran.

En el lustro del 70 al 75 el precio de la cántara de vino se multiplicó por tres y favoreció que en pocos años se plantaran 3.000 hectáreas de viñedo. En las viñas comenzaron a verse tractores en lugar de caballerías y el viñedo llegó a las 8.000 hectáreas plantadas, superando, tras muchos años, al terreno dedicado a cereal, que irá retrocediendo año tras año. Para el año 1974 Bodegas Domecq había comprado 1.700 hectáreas de terreno, 800 de ellas de viñedo. Son años en los que aparecen nuevas bodegas: El Coto, Bodegas Alavesas, Torre de Oña… que, al no poseer suficientes viñedos propios, necesitan comprar uva. Ya no se vende el vino a los arrieros, sino a las nuevas bodegas que compran uva, abandonándose poco a poco las cuevas excavadas bajo tierra. En la villa de Laguardia la Diputación Foral de Álava abrió la Casa del Vino, para apoyar a los vitivinicultores, favoreciendo que muchos se lanzaran a levantar nuevas y modernas bodegas, esperando revalorizar su producto. En una década se pasó de comercializar 15 millones de botellas a más de 35 millones, con nombre y apellido: Rioja Alavesa.

En estos últimos años el paisaje y paisanaje de Rioja Alavesa ha cambiado de modo radical. Desde las sierras de Toloño y Cantabria hasta el río Ebro, es un mar de viñas. Quienes cortan las uvas son portugueses, marroquíes y gentes llegadas de Mali y otros países, aumentando de año en año la presencia de máquinas vendimiadoras. Los barrios de las cuevas están silenciosos y ya no huele a vino, pues las nuevas bodegas se han levantado en otros parajes, a piso llano, y en sus naves abundan los depósitos de acero inoxidable que llevan la refrigeración incorporada. Aunque se sigue vendiendo la uva, manejando el precio las grandes bodegas, la mayor parte del vino, bajo Denominación de Origen Calificada Rioja, se vende embotellado, contando cada bodega con sus marcas que exportan a todo el mundo.

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Mujeres y hombres jóvenes con estudios en enología elaboran pequeñas cosechas de vinos especiales, luchando por abrirse mercado. En bares y restaurantes se pide el vino por su marca o el nombre de la bodega, tendiendo a que la etiqueta de cada botella indique el pueblo, el paraje y la parcela de donde procede. Y, de pocos años acá, el auge del turismo ha empujado a las bodegas a ofrecer servicios de habitación, catas y experiencias enoturísticas. Hoy a las bodegas ya no vienen arrieros, llegan turistas.

Si de los 50 a los 70 Rioja Alavesa sufrió una fuerte despoblación, hoy día se corre el peligro de que las viñas caigan en manos de grandes bodegas e inversores, pasando los vitivinicultores a ser meros asalariados, que se inclinen por dejar el pueblo e ir a residir a la ciudad. Para evitarlo, es necesario que se pueda vivir dignamente, con precios justos, que hagan atractivo trabajar en el campo y vivir en el pueblo. Habrá que procurar que los pueblos cuenten con los servicios esenciales así como incentivar la formación. Desde las instituciones se deberá favorecer el emprendimiento, facilitando a la gente joven la adquisición de tierras y la creación de bodegas, si no queremos que los pueblos se queden vacíos, sin vida. Quizás así la vista no se volverá hacia atrás con nostalgia, porque lo que vendrá será mejor que el pasado.

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