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un baño de realidad sobre las pensiones

El aumento de las cotizaciones solo mitigará una mínima parte del déficit del sistema. Aún así apunta la magnitud de los esfuerzos necesarios para hacerlo viable

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Domingo, 4 de noviembre 2018, 00:03

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La subida de las cotizaciones sociales que prepara el Gobierno de Pedro Sánchez ayuda a entender la gravedad del problema que afronta el sistema público de pensiones en España y la dimensión de los esfuerzos que serán necesarios para hacerlo sostenible a corto plazo y garantizar su viabilidad futura sin propinar un severo tijeretazo a las prestaciones.

El Ejecutivo proyecta aumentar entre un 10% y un 12% las bases máximas de cotización, lo que afectará a los trabajadores que ganan más de 45.636 euros anuales brutos y a las empresas que les tienen contratados. Los primeros verán reducido su salario neto. Las segundas sufrirán un encarecimiento de sus costes laborales.

Cada empleado al que le afecte la medida cobrará cada año en la nómina, en función de cuál sea el incremento, 215 o 257 euros menos. Los que abonará de más a la Seguridad Social. Es una cantidad modesta. De acuerdo. En torno a 20 euros al mes. Lo que cuestan un par de entradas de cine y un puñado de gominolas. De palomitas, ni hablar, que el presupuesto no da para tanto.

Pero ese dinero se puede medir de otras formas. Por ejemplo, para un empleado con un sueldo de 50.000 euros anuales equivale a medio punto de ascenso salarial. Si es que lo ha tenido. Y si no, también. Dicho de otro modo: el alza de las cuotas se 'comerá' en torno a una tercera parte o incluso hasta la mitad de lo que haya mejorado su retribución este ejercicio.

Hablamos de trabajadores, no de millonarios que se tuestan al sol del Caribe con el mayordomo a sus pies. En Euskadi, de unas 100.000 personas: sanitarios, docentes y empleados públicos de otros ámbitos, así como personal de la gran industria, ingenierías, banca...

Peor paradas saldrán las empresas, que abonarán, según el alcance del aumento, 1.077 o 1.550 euros más al año por cada empleado en esas circunstancias. En algunas compañías con plantillas muy cualificadas y salarios altos, el 'roto' puede ser de aúpa.

¿Qué arreglamos con este esfuerzo? Poco, la verdad. Solo permitirá tapar una mínima parte del agujero anual del sistema de pensiones. El Gobierno calcula unos ingresos adicionales de entre 1.000 y 1.200 millones. Bienvenidos sean. Pero esa cifra queda muy lejos de los 19.000 millones de déficit registrados el pasado ejercicio, una cifra que se superará el actual. Más de tres billones de las antiguas pesetas, por si alguien quiere una traducción más aproximada del gigantesco desfase.

Por tanto, para cuadrar las cuentas de la Seguridad Social, para equilibrar su recaudación y sus gastos, habría que multiplicar ¡hasta por 19! el dinero previsto con el aumento de las cotizaciones que plantea el Ejecutivo. ¡Hasta por 19, sí! Pese a su enorme volumen, ese hipotético sacrificio aún se quedaría corto, muy corto, a no mucho tardar: en cuanto la generación del 'baby boom' se retire y dispare el número de jubilados, mientras se reducen los empleados en activo que financian las prestaciones con sus cuotas.

Dicho de otra manera: para hacer sostenible el sistema hoy por hoy, de golpe y porrazo, sería necesario que cada trabajador aportara no veinte euros, sino casi 4.900 más al año y otros 29.000 más la empresa en la que esté contratado.

Las cifras marean. Asustan. Pero son las que son. Y la situación es de todo menos tranquilizadora. Decir lo contrario sería engañar.

El modelo público de pensiones necesita más ingresos. Muchos más. Nadie en su sano juicio se plantea fulminar el déficit de la noche a la mañana con medidas drásticas e impopulares. Pero que tampoco nadie sueñe con el que el ajuste, que lo habrá, resulte indoloro.

¿De dónde saldrá el abundantísimo dinero que requiere el sistema? ¡Bingo! Del mismo sitio que la subida de las cotizaciones: de nuestros bolsillos. Ya sea en forma de cuotas sociales, aumento del IVA, alza del IRPF; incremento de los impuestos al gasóleo, la gasolina, los chicles de menta y lo que haga falta; creación de nuevos tributos o la fórmula que sea. Y todo ello, adobado probablemente con un retraso de la edad de jubilación, cambios en el cálculo de las nuevas prestaciones que rebajan su cuantía y otras vías para contener el gasto. Y si aún así no llega, recortes en algunas partidas presupuestarias o más paladas de déficit y deuda (que algún día habrá que pagar, claro).

Así es la triste realidad. Aunque ningún partido ni Gobierno la ponga negro sobre blanco. Las pensiones sobrevivirán. Seguro. Pero no sin que nos tengamos que apretar el cinturón un par de agujeros más que ahora. ¿O es que alguien cree que se pagarán con billetes de 500 euros caídos del cielo?

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