'Jonfer' experimenta otras formas de ganar

José Manuel Cortizas

Sábado, 28 de diciembre 2019 | Actualizado 29/12/2019 01:29h.

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Hay otras formas de ganar que por la vía rápida. Según se sube de peso la cotización del cloroformo varía y sus recetas ya no se expiden con tanta alegría. Pero lo importante es que la hoja de servicios siga acumulando méritos, episodios positivos, renglones escritos con una caligrafía recta. De eso le sobra a Jon Fernández, invicto en La Casilla, su escenario fetiche. También en Europa, claro. Sólo vio una vez, en Estados Unidos, cómo los brazos elevados no eran los suyos. Desde entonces explora nuevas vías, ha subido de peso y crece como deportista y persona. 24 años, un chaval. Y un palmarés que sigue siendo envidiable para cualquier trabajador en el boxeo de pago. Tendrá que ir cruzándose con oponentes, cada vez con los menos atractivos por el peligro que encierran. Ya ha sumado uno a esa causa, Abderrazak Houya.

El tunecino dio buena imagen desde su llegada al botxo. Cuerpo de púgil que llegó a pelear hasta en el superwelter, lo que implica aguante, fortaleza, capacidad para el combate. Si alguien creía que se trataba de un postre, de une pera en dulce para animar las fiestas navideñas, se equivocaba de plano. Obligó a Jonfer a consumir los diez asaltos, a sufrir, a salir de marañas de manos que agarraban y evitaban la apertura de huecos. Tuvo que litigar con la frustración de ver pasar el tiempo y no acabar de llevar la pelea al ritmo, distancia y desgaste que había previsto. Situaciones que curten, que hacen mejor a un boxeador.

Porque le obligan a pensar, a desandar trechos del camino, a explorar nuevas vías para llegar a la estación término, la de la victoria. No está acostumbrado el de Etxebarri a que le duren tanto los oponentes. Entre a los que ha ganado Podolski puso la marca en seis asaltos cuando en el viejo pabellón se ajustó el WBC Silver, un sueño hecho realidad. Ayer tocó ampliar la duración hasta que sonó el gong que cerraba el décimo round con ambos boxeadores desfondados, dándose estopa en el centro del cuadrilátero, ya sin guardias que valieran. Todo valentía, coraje, quemar las naves.

Para llegar a ese momento, el combate iba y venía. 'Jonfer' controló los dos primeros asaltos, el tercero se igualó, el cuarto y quintos pareció adjudicárselos Houya. Y en el resto, de todo un poco. Sí, el vizcaíno mereció el veredicto por insistencia, por cantidad. La calidad de las manos estuvo más repartida y le tocó tragar sin rechistar directos y contras como nunca antes había experimentado. No sólo salió entero de los momentos de confusión. También supo reaccionar marcando territorio, recordándole al tunecino que el rey de la tarima vive en La Casilla en un territorio prohibido para el foráneo.

Una amonestación al tunecino en el último asalto -cierto que se excedió con los agarrones y enganchones, pero de no haber sido antes ya se podía haber dejado estar- cimentó más la victoria por decisión unánime otorgada por los tres jueces con tarjetas de 91-98, 90-99 y 92-98. Doctores tiene el boxeo de pago junto a la lona, pero no dio quizá una sensación de tanta diferencia entre ambos.

Más de 1.500 espectadores arroparon al vizcaíno, ahora afincado en Ponferrada, que volverá el 8 de febrero en una macro velada multidisciplinar. Lo hará ante otro huso, aún por confirmar. Es su camino, su pasaporte a un 2020 en el que apunta alto, a cinturones continentales, a recuperar su carrera en Estados Unidos. Demostró en La Casilla que tiene paciencia, que no se sale del guion, que es capaz de llegar a la cumbre por otro tipo de vías a las que está acostumbrado. Incluso sin cuerdas. Las peleas plantean tesituras. Houya lo hizo. Le calentó la cara, le causó problemas. Y 'Jonfer', alumno aplicado, supo resolverlos. Ahora sufriendo, ahora con elegancia rodando golpes, apartándose del radio de acción y volviendo a intentar su boxeo. El que sabe que le funciona. Aunque no siempre se puede talar adversarios.