La Vuelta descubre los muros de Bilbao
El exciclista Roberto Laiseka detalla los entresijos de la etapa de hoy con los altos de Urruztimendi, el Vivero y Arraiz
La naturaleza le regaló las murallas a Bilbao. La colinas de Artxanda, Arnotegi, el Pagasarri y el monte Arraiz rodean la ciudad, que desde ... arriba parece una maqueta. Brilla la pieza de titanio del Guggenheim, las torres blancas de Basurto, el anillo de San Mamés, el tubo de Iberdrola... Bilbao viste de gala a vista de pájaro. Cuando en la segunda mitad del pasado siglo la capital vizcaína era el eje de la Vuelta a España, el paisaje era distinto, más gris e industrial, con las casas de espalda a una ría que nunca era transparente. En 2011, la carrera regresó tras 33 años de ausencia y se encontró con una ciudad nueva, llena de turistas. La metamorfosis. Igor Antón, con su victoria en la Gran Vía tras subir el Vivero, la cuesta en la que creció, coronó un reencuentro perfecto. Desde entonces, la Vuelta y Bilbao suelen reservar una cita en el final del verano. Toca hoy, con la meta de la decimosegunda etapa, y toca mañana, con la salida desde San Mamés camino de los Machucos. Y como en todas la buenas relaciones conviene buscar cosas nuevas que eviten la monotonía. Para eso están esta vez el monte Arraiz y San Mamés.
En 2011 y 2016, las rampas del Vivero fueron protagonistas. El año pasado, la Vuelta estrenó la desmesura del monte Oiz en una etapa que repasó las cuatro esquinas de Bizkaia. Fue una fiesta popular. Javier Guillén, director de la carrera, tiene vocación de descubridor. Nuevas tierras. Viaja con el exciclista vizcaíno Roberto Laiseka, conductor y asesor. Guillén le llamó en octubre del año pasado, cuando ya había pactado con el Ayuntamiento de Bilbao un final de etapa en la edición de 2019. «Me dijo que buscara algo diferente, que ya habíamos pasado en dos ocasiones por el Vivero», cuenta Laiseka.
A buscar. Bilbao, tierra de ciclismo, está por descubrir. «Miré por Artxanda. Por el funicular. No encontré nada. Así que me fui al otro lado de Bilbao. Me metí por Rekalde. 'Joé'. Menuda subida me encontré en Arraiz, con viñedos. Pero no había salida. Bajé del coche. Hay un parque con una puerta. Crucé y vi la salida a Kobetamendi por la fábrica Beyena», relata. Era el sitio. «Me pareció espectacular. Le dije a Javi (Guillén) que el problema eran 200 metros sin asfaltar». El director de la ronda vino a verlo. «Le encantó. Me dijo que si no lo asfaltaba el Ayuntamiento, lo hacía la Vuelta», añade el exciclista del Euskaltel-Euskadi. «Arriba hay un restaurante y fui a ver al dueño. Me dijo que el camino de tierra era suyo pero con paso de servidumbre para el municipio. Y que si lo asfaltábamos le hacíamos un favor». Manos a la obra.
Kilómetro 38
Durante la primavera, EL CORREO había publicado cuatro reportajes sobre las cuestas desconocidas de Bilbao. Jon Iriberri e Iñaki Erdoiza, responsables de la empresa Custom4.us dedicada a la biomecánica y el rendimiento físico, solían entrenarse por esas laderas verticales. Incluso de noche. Aprovechaban la iluminación de la ciudad. Una de esas rutas recogidas en las páginas de este periódico fue la de Arraiz por la vertiente que hoy espera a la Vuelta. «Con lo bonita que está la ciudad y con las muchas subidas que tiene en Artxanda o en Arraiz, se puede hacer una gran carrera. Se puede hacer lo que se quiera», apunta Laiseka. Bilbao infinito.
La etapa parte desde el Circuito de Navarra, en Los Arcos. Tira por Santa Cruz de Campezo y Azazeta a Vitoria. Y desde Otxandio baja a Dima y Lemoa. Ese primer tramo es fácil. Todo cambia a 38 kilómetros del final, cuando la carrera alcanza Fika. Empieza la traca. Tres puertos encadenados. El primero es nuevo, Urruztimendi, estrecho, con dos kilómetros de longitud y duro. Mucho. Tiene una pendiente media del 10% y máxima del 20%. La cima se descuelga hasta Lezama, donde arranca el Vivero (4 kilómetros al 7%). La Vuelta se sumerge de inmediato en Bilbao y, en Rekalde, gira hacia Arraiz: 2,4 kilómetros al 11,4% con picos del 21%.
Laiseka, que sigue rodando en bicicleta, sólo ha subido una vez Urruztimendi. «Hace mucho, cuando era corredor. Entonces no teníamos piñones en la bici para trepar por esos muros», argumenta. Antes iban, como mucho, con 39 dientes en la catalina pequeña y 25 en el piñón más grande. Ahora llevan el 36 por 32. «Con eso puedes subir cualquier cosa», compara. Cree que en los 171 kilómetros entre Los Arcos y Bilbao habrá «dos carreras». «Se formará -supone- una fuga. No creo que ningún equipo controle. Y por detrás igual alguno de los favoritos a la general lo intenta en ese tramo final. Aunque entre ellos habrá pocos segundos de diferencia», apuesta.
Como descubridor para la Vuelta del monte Arraiz, Laiseka cifra «en cinco segundos» el margen suficiente para que un ciclista corone Arraiz y, menos de 7 kilómetros después, se plante en la Gran Vía.
En esta meta y en 2011 Igor Antón festejó el triunfo de una vida ante un público entregado. En 2016 le dio relevo el belga Keukeleire. La fiesta continúa hoy con el bautizo del monte Arraiz, la cuesta decorada con viñedos de txakoli y un par de rebaños de ovejas que dista apenas dos kilómetros del corazón de Bilbao, la ciudad que ha reanudado su historia común con la Vuelta. Se llevan bien. Mañana, la decimotercera etapa terminará en los Machucos. Hacia allí partirá desde el interior del campo de San Mamés. Un guiño a Bilbao y otro a uno de sus templos, La Catedral rojiblanca. Una fiesta en dos sesiones.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión