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Enver Hoxha, un iluminado con poder absoluto, aisló a Albania del resto del mundo; creó un vacío en las fronteras con Europa y actuó como ... un paranoico construyendo 150.000 búnkeres bajo tierra, que con el número de habitantes de su país tocaba a un refugio por cada once personas. Actualmente, muchos están abandonados y algunos por iniciativa privada, que en tiempos de Hoxha estaba prohibida, se han convertido en bares y lugares de recreo.
Pero murió el tirano en su palacio de Tirana, en 1985, y su dictadura se fue diluyendo, aunque no ese halo misterioso que envolvía Albania, que su régimen parlamentario actual intenta disipar del todo. Con el Giro, por ejemplo, que muestra un país luminoso, recién pintado en muchas zonas en las que se he metido la carrera en las que las tomas aéreas muestran edificios modernos, bastantes de ellos en construcción, pero las imágenes a ras de suelo descubren asfaltos cuarteados, o resbaladizos como el que provocó la grave caída de Mikel Landa y sus consecuencias.
Todavía se habla del alavés en el Giro. Patrick Lefevere, su patrón, se lamenta del accidente que sufrió en la primera etapa. «No soy la persona más sensible del mundo, pero me duele el corazón al ver a Mikel Landa caer al suelo con tanta fuerza», dice. «Nunca he entendido bien qué significa el término landismo, pero en todos los artículos periodísticos sobre él se menciona a la mínima oportunidad». Sin embargo, «sé que mucha gente ha perdido a su corredor favorito en el Giro».
A la vez que pide que regrese cuanto antes, comenta que su integración en el equipo Soudal es total: «Habla con todos y se lleva bien con todos, desde Evenepoel hasta el junior Lecerf. No creo que haya muchos corredores en el equipo que puedan decir que no han aprendido nada de Mikel. Si es así, es culpa de ellos, no suya». Lefevere, que es un tipo duro, como él mismo se define, se derrite al recordar el terrible accidente del viernes.
Pero al margen de los inconvenientes, y los percances, el Giro tiene un inequívoco aroma propio, esté donde esté. Todavía no ha llegado a Italia, su hábitat natural, pero comienza ya un baile de colores. El jersey malva, que pertenecía a Pedersen pero lo llevaba Van Aert, regresa a su legítimo propietario, que a la vez le cede el rosa a Primoz Roglic. Pero a la sombra, vestido con el uniforme de su equipo, y sin galones en la carrera, todavía aparece Juan Ayuso, que observa, aprende y espera su momento.
Se cierra la contrarreloj de 13,7 kilómetros en Tirana, una ciudad remozada para la llegada de un acontecimiento que ha sacado a la gente de la capital a la calle, y el corredor español acaba a 17 segundos de Joshua Tarling, un especialista, y a 16 de Primoz Roglic, que acabó segundo, es el nuevo líder y afianza su condición de favorito. El esloveno sí que tiene ya galones. Pero esa diferencia dice mucho de Ayuso, que consigue una media de 50,1 kilómetros por hora, acaba décimo la etapa y se coloca quinto en la general diciendo un «aquí estoy yo».
No se esconde. Pesa dos kilos más que el año pasado (66), porque sus preparadores creen que ganar potencia es lo más importante ahora para su desarrollo y cada vez tiene más experiencia. Ayuso salió bien en los kilómetros iniciales, perdió el bidón aerodinámico en un bache y muchos segundos con el viento en contra a la vuelta del recorrido, pero se coloca de cara a la clasificación general y la lucha por la maglia rosa.
Y claro, está Roglic, que también sufrió con el viento de cara, pero que estuvo a punto de hacer levantarse de la silla caliente al británico Tarling, que llevaba muchos minutos sentado en ella a la espera de saber si tenía que subir al podio como ganador de la etapa. Posiblemente, esa incertidumbre le hizo sufrir más que los trece kilómetros de la contrarreloj. «La espera fue horrible, no quiero repetirla», confesaba una vez confirmada su victoria. Fue como si en la pantalla del televisor que tenía delante no viera la carrera sino una película de terror. «Tenía miedo de todos los favoritos; Wout, Mads y Primoz me dieron mucho miedo; fue un día estresante».
Pero los tres se quedaron detrás. Wout Van Aert completó una contrarreloj desastrosa, Pedersen se quedó algo corto y el único que le plantó cara al chaval de 21 años fue Roglic, el más veterano, con 35, y que con un desarrollo monstruoso de 68 dientes en el plato y 11x34 en los piñones traseros se quedó a un segundo de ganar la etapa. El rosa ya lo tiene otra vez y Juan Ayuso está avisado.
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