Cuando El Jaro murió a los 16 años de un disparo de escopeta en un barrio bien de Madrid encontraron en los bolsillos de su ... chaqueta recortes con sus hazañas. El cine quinqui había convertido en héroes a delincuentes juveniles. Coppola ha contado muchas veces cómo los mafiosos reales han acabado copiando maneras y comportamientos de 'El padrino'.
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Cuando el falso shaolín apareció en nuestras vidas en 2013, resultaba evidente deducir la mala digestión que Juan Carlos Aguilar había realizado de la serie 'Kung Fu' y del cine de Tarantino. El autoproclamado fundador del monasterio budista Océano de la Tranquilidad podía resultar un inofensivo timador en los carteles de su gimnasio de artes marciales a un paso de la Gran Vía bilbaína. Pero era un monstruo encantado de conocerse, un psicópata que acabó condenado por el asesinato de dos mujeres.
El segundo capítulo de 'Así se escribe un crimen', la serie documental de EiTB y EL CORREO, se beneficia de los fascinantes vídeos grabados por un depredador que se construyó el personaje de sensei carismático. Dio el pego con su foto junto a Chuck Norris hasta el punto de que apareció en el programa 'Redes' que presentaba Eduard Punset. Nunca le faltaron alumnos en su dojo, bajo cuyo tatami aparecieron bolsas con un cuerpo despedazado.
Pocas veces un juicio criminal ha congregado a tantos periodistas en Bilbao. Si es que lo de 'falso shaolín' sonaba a cinematográfico, a la amenaza de un asesino en serie como los de las películas. Pero, en la vida real, todo resulta siempre más sórdido y cutre. Las imágenes en el juicio del reo con los ojos cerrados, sumido en su meditación, resultan patéticas. Seguía interpretando a un villano mientras la sala apartaba de la vista de las grabaciones de sus vejaciones.
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