Tensión agridulce
La serie sobre Balenciaga en Disney Plus se ampara en la ficción y la libre interpretación sobre la vida de un personaje del que no se sabe mucho
Las películas biográficas sobre genios creativos siempre tienen la tensión agridulce de una ficción que ampara el libérrimo retrato del protagonista, lo mismo que un ... tirón comercial que incluye la identificación del genio con el que lo interpreta. Esta tensión se extiende por el metraje, seis capítulos, de la miniserie que Disney Plus consagra a Cristóbal Balenciaga. Se sabe que el 'couturier' era reservado, perfeccionista y obsesivamente centrado en su trabajo; pero no tanto el ser atormentado y casi agorafóbico que expresa con indudable destreza actoral Alberto San Juan.
Seguramente pase lo mismo con el Freddie Mercury de Rami Malek o con el Leonard Bernstein de Bradley Cooper, dos aclamadas interpretaciones, pero no tanto reconocidos retratos de veracidad histórica. La discordancia se extiende igualmente a algunos otros personajes de la serie -Cocó Chanel no parece un personaje vanguardista, sino una 'cocotte'; Givenchy un efebo sobrevenido y Dior un epicúreo redactor de la guía Gault Maillau-.
Resultan impecables la música de Alberto Iglesias y el esfuerzo por reproducir las piezas del modisto
Otro tanto sucede con la dirección de arte y los diálogos. De un lado quizá la ignorancia y el presupuesto hayan convertido en modernista y en oscuro y desangelado el gusto de Balenciaga en los interiores o hayan transmutado la decoración Luis XV o Directorio del Ritz parisino en el que Cocó Chanel recibe a Bizkarrondo, por el eclecticismo neoflamenco del Palacio Chávarri de Bilbao, en el que se filmó la escena. Por lo que se refiere a los diálogos, por ejemplo, es inimaginable que Balenciaga afirmara crear «para gente maja» o que Bizkarrondo reprochara al maestro su opción por la alta costura para «una marquesa de chorrapelada», en lugar de buscar una clientela más amplia. En fin, la ficción y la libre interpretación de un personaje sobre el que no se sabe mucho lo justifican todo, aunque se apunte el silencio del creador durante la Ocupación -más bien el problema lo tuvieron las empresas obligadas a 'arianizarse'-, el improbable perdón del republicano Bizkarrondo en Vichy o la identidad sexual del maestro, ésta a base de retozos y miradas tiernas.
Por contra, impecables son la música de Alberto Iglesias, sin protagonismo abusivo y a tono con la intensidad dramática; el detalle del trabajo sartorial -aunque sea a costa del ritmo narrativo- y el esfuerzo por reproducir las piezas de Balenciaga, perfectas en las secuencias rápidas, aunque no tanto en la fotofija, ni mucho menos en una muestra sobre ellas, ya que las del maestro fueron únicas e irreproducibles.
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