Vivir en identidades trastocadas
Colaboración. ·
Lucas y Arthur Harari narran el destino de personajes heridos por haber sufrido una metamorfosisJuan Manuel Díaz de Guereñu
Sábado, 4 de octubre 2025, 00:07
Los hermanos Harari se arriesgan a colaborar en la creación de un cómic: 'El caso David Zimmerman', que edita en español Astiberri. La participación conjunta ... de varios artistas en una tarea creativa es una eventualidad imprevisible, pero los Harari, dos contadores de historias, parecían llamados a ensayarla. El menor, Lucas (París, 1990), cursó estudios de Arquitectura y ha trabajado como ilustrador en prensa. Ya había publicado dos obras en viñetas antes de proponer a su hermano esta historia, que acabaron por escribir entre los dos y que él mismo dibujó. Arthur Harari (París, 1981), el hermano mayor, tras estudiar Cinematografía, firmó dos largometrajes como único autor. Emprendió luego una colaboración como guionista con la cineasta Justine Triet, que fructificó en dos películas, la segunda de las cuales, 'Anatomía de una caída', ganó la Palma de Oro de Cannes en 2023 y su guion obtuvo el Oscar, el Globo de Oro y el César, entre otros premios.
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La colaboración de los Harari sólo esperaba su materia apropiada. Juntos han compuesto al fin una ficción que, aunque parte de un suceso fantástico casi convencional, de tan repetido, se torna insólita y cautivadora en sus manos.
La insistencia de su amigo Harry arrastra a David Zimmerman a una fiesta de fin de año a la que asisten sus conocidos pero que él se proponía eludir. Zimmerman es un joven fotógrafo, que se mueve (poco) por los territorios de los jóvenes artistas en París. Esa fiesta de fin de año lo reúne con una joven a la que ya fotografió tiempo atrás, sin conocerla. Un gesto lleva a otro y, cuando se despierta a la mañana siguiente, Zimmerman se descubre atrapado en el cuerpo de esa mujer.
El protagonista se ve obligado a reconocer como propia su nueva identidad física, la que los demás perciben, pero no se resigna a ella. Asume que nadie aceptará que él es David en un cuerpo femenino, de modo que elude todo contacto con la poca gente (madre, amigos) a la que trataba habitualmente, al tiempo que busca a la causante del fenómeno, a fin de recuperar su aspecto físico anterior.
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El relato sigue sus pasos en una trabajosa averiguación sobre esa mujer, de la que no sabe si es como él víctima de lo sucedido, autora o cómplice. Su único encuentro anterior con ella tuvo lugar en la boda judía de un primo. David Zimmerman asistió como fotógrafo. Ella era camarera, hasta que la echaron. «Irradiaba algo auténtico», recuerda el protagonista, que cree que esa fue la causa de su inmediata fascinación por ella en la fiesta de fin de año.
La búsqueda de la desconocida guía los inicios de la trama, que, como es habitual en el género detectivesco, sigue los pasos del protagonista e integra su discurso interior como voz narrativa que conduce ocasionalmente el relato. Sin embargo, la narración no se fija en la interioridad del personaje y se desentiende también de las causas o los mecanismos de la metamorfosis, un eslabón más en una cadena de sucesos semejantes. Mientras se produce, el personaje sufre un apagón de la conciencia que oscurece el momento.
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David y Samia
La indagación de David se complica cuando se le añade Samia, que ha sufrido una transformación igual a la suya. Samia, mujer, habita ahora en el cuerpo que fue de David. Este descubre que recibió el de una tal Rachel. Aunque los protagonistas se esfuerzan con escaso éxito por averiguar y comprender, el relato atiende esencialmente a las consecuencias que el suceso tiene para ellos, a cómo trastorna y derruye sus vidas, a cómo es posible, o no, sobrevivir a la transformación.
Para mostrarlo, los autores proceden a una minuciosa representación gráfica de comportamientos y de los escenarios en que se desarrollan. Los Harari traducen los dramas interiores de los personajes metamorfoseados en acciones e inacciones, en silencios y palabras que tienen lugar en rincones y parajes urbanos conocidos o ignorados. Estos se intercalan en el relato, situándolo en sus escenarios y sugiriendo que los espacios que habitan quizá definen a los personajes tanto como los cuerpos en que son. David Zimmerman se pregunta al inicio de la obra cuánto se podrá adivinar de alguien «a partir de la mera observación» de la vivienda que habita. Las imágenes de interiores y los paisajes urbanos puntúan el relato, marcando con su muda elocuencia un ritmo particular.
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David (en Rachel) y Samia (en David), con sus complicidades y diferencias, activan a menudo el desarrollo del argumento. La desconcertante aventura de ambos va desvelando sus terribles efectos: pérdida de identidad, desarraigo, depresión y tentaciones suicidas. Otros se suman al relato en episodios concretos y contribuyen con sus propias desdichas.
El desenlace lo constituyen escenas e imágenes mudas dispersas, como en álbum de fotos, que parecen anexos al relato propiamente dicho y que lo cierran con algunas certezas y buen número de incertidumbres. La última viñeta representa una foto de los dos protagonistas, que, con solo sus rostros quietos y sus miradas fijas en el lector, deja suponer que sus destinos de identidades trastocadas serán distintos.
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