Tierra de catástrofes
historia ·
Álvaro Colomer escribe sobre Gernika, Chernóbil y otros lugares en los que prolifera lo que se ha dado en llamar 'turismo oscuro' y que quieren vivir «un futuro no cargado de pasado»iñigo linaje
Sábado, 19 de febrero 2022, 00:02
Hay libros que no se pueden leer sin evitar un escalofrío. 'Guardianes de la memoria', escrito por el periodista Álvaro Colomer y publicado por Fórcola, ... es uno de ellos. Compuesto por cinco crónicas extensas o, según la terminología de Enzensberger, por cinco reportajes ideológicos, los textos reunidos en él son el resultado de otros tantos viajes a territorios marcados -a fuego- por distintas catástrofes de la historia. Gernika, Chernóbil, Lourdes y Auschwitz son ciudades europeas que -paralizadas en el tiempo- no se pueden desprender de su pasado y que, sin embargo, son un reclamo para miles de turistas. El escritor Malcom Foley llama a esa nueva modalidad de viaje «turismo oscuro».
Las historias reunidas en el libro, escritas con prosa precisa y vigorosa y un enorme rigor documental, arrancan en la mirada de una de las protagonistas de 'La huella humana', el documental producido por el Centro de Investigación Gernika Gogoratuz en 1998. Esa mujer -entonces una anciana de 83 años- regresó a la localidad vizcaína cuatro décadas después del bombardeo alemán del 26 de abril de 1937, en el que 26 aviones arrojaron 46 toneladas de explosivos durante tres horas y media devastando por competo el pueblo. Como es sabido, el régimen franquista quiso dar a entender -por aquel entonces- que la localidad había sido arrasada por los partidarios de la República, hasta el punto de que fotografiaron y desperdigaron bidones de gasolina simulando un incendio. Después, como quien dicta una orden inviolable o un mandamiento, se impuso el silencio. Y ese silencio -por temor a las represalias- se prolongó durante años. Nadie hablaba -nadie podía hablar- de aquella masacre. Desaparecido el dictador, algunos supervivientes comenzaron a hacerlo. Incluso, algunos pilotos que participaron en el bombardeo fueron invitados a foros de reconciliación en Euskadi. Al leer sus testimonios, uno no puede evitar la sorpresa mayúscula y el escalofrío: estaban convencidos de que con sus actos habían contribuido a construir una Europa mejor.
Y es que la misma ignorancia de aquel personaje siniestro llamado Adolf Eichmann, retratado de forma magistral por Hannah Arendt, es la que exhibían los pilotos al pronunciar frases como esta: «No imaginaba que, tanto tiempo después, continuarais sintiéndoos en deuda con nosotros». Habría que preguntarse quién fue capaz, y con qué armas, de adiestrar a seres humanos en la maldad más perversa y deleznable, convenciéndolos penosamente de que obraban éticamente bien. Habría que preguntarse por qué el odio o la sinrazón carecen a veces de fronteras. Tal vez la respuesta esté en la arbitrariedad congénita del hombre, en la misma irracionalidad que hoy nos lleva a fotografiarnos con un teléfono en los lugares tétricos que describe este libro. La misma herramienta -escribe Colomer- que publicita nuestra estupidez a lo largo del mundo.
Deberíamos leer este libro para no olvidar y ver la diferencia entre verdad histórica y relato popular
No fueron héroes
La segunda historia que recoge 'Guardianes de la memoria' nos habla de la explosión nuclear de Chernóbil, acaecida como la masacre de Gernika un mes de abril, pero de 1986. Según las fuentes consultadas por el periodista, la explosión de la central impregnó de material radioactivo 160 kilómetros cuadrados y obligó al desalojo de medio millón de seres humanos. El Gobierno soviético, con Mijaíl Gorbachov a la cabeza, reclutó a 600.000 obreros para paliar las consecuencias del desastre. Nadie valoró previamente el riesgo que suponía para la población civil la exposición a tales dosis de residuos radioactivos.
Sin embargo, los obreros aceptaron el reto convencidos de devenir -en un futuro- héroes nacionales. Nada más lejos de la realidad. Paradójicamente, la catástrofe medioambiental más grande de la historia ha quedado reducida, pasados los años, a un juego infantil que consiste en matar muñecos mutantes. No hay apenas libros que documenten el suceso, no hay estudios oficiales. Existen, eso sí, unas declaraciones emitidas por la ONU -treinta años después- que aseguran que las muertes que originó la explosión se reducían a 59. Una cifra ridícula si tenemos en cuenta los miles de damnificados: enfermos de cáncer, jóvenes que desarrollaron trastornos mentales e, incluso, personas que se vieron abocadas al suicidio. Algo que, en ninguno de los casos, pudo demostrarse.
Las apariciones marianas de Lourdes son el eje del tercer reportaje y un buen ejemplo de cómo el turismo religioso ha desplazado al de montaña gracias -en palabras del autor- a ese supermercado de Dios instalado en el sur de Francia, lugar de peregrinaje de creyentes, pero también de escépticos. Una población que recibe, según estimaciones oficiales, seis millones de visitantes al año. Una localidad de 1.500 habitantes que alberga un complejo turístico que incluye desde centros de culto y tiendas de souvenirs hasta 300 hoteles.
El último reportaje de la serie, el dedicado al campo de concentración de Oswiecim/ Auschwitz, comienza en la mirada de otra anciana, cuyos ojos clavados en los suyos -anota Álvaro Colomer- vieron a centenares de seres humanos haciendo cola ante una cámara de gas y luego desaparecer entre el humo del 'lager'. En esta última crónica, narrada con una solvencia literaria sobresaliente, el periodista hace confluir los cuatro relatos anteriores. Y lo hace desde una primera persona que demuestra una empatía humana extraordinaria.
Documento terrible que constata la diferencia entre la verdad histórica y el relato popular, 'Guardianes de la memoria' es un libro que todos deberíamos leer para no olvidar. Auschwitz es hoy una población de 45.000 habitantes cuyo nombre sigue asociado a la barbarie nazi. Hay otro Auschwitz más allá de los límites de la comarca -dicen los lugareños- que esconde bosques hermosos, vegetación y vida. Sus habitantes viven, igual que los de Gernika, con la esperanza de «construir un futuro no cargado de pasado».
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