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'Celestial Pablum', obra de Remedios Varo (1958), artista presente en la muestra de Venecia.
Artes plásticas

Un sueño real

exposiciones ·

La Peggy Guggenheim Collection de Venecia y la Tate Modern de Londres indagan en el surrealismo y sus influencias

begoña gómez moral

Sábado, 30 de julio 2022, 00:02

Con el Manifiesto Surrealista, publicado en octubre de 1924, André Breton puso la primera piedra de un movimiento literario y artístico que se convirtió en ... la principal vanguardia internacional entre las muchas que proliferaban en ese momento y que, desde entonces, no ha dejado de suscitar interés y ramificaciones. Sus premisas eran incuestionables. Afectados por la experiencia de la Primera Guerra Mundial, los surrealistas rechazaban la racionalidad y optaban por buscar vías alternativas: los sueños, la irracionalidad, el inconsciente,… y con ellos, la magia, el mito, la alquimia y el ocultismo.

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Para la pléyade de artistas que se movían en la órbita intelectual del movimiento, estas eran poderosas formas de estimular y liberar la mente de cualquier limitación. El objetivo no era otro que regenerar la humanidad y provocar un cambio necesario en una época de conflicto, ansiedad y profundos cambios sociopolíticos. Para el Surrealismo, la magia constituía una puerta de entrada al renacimiento cultural y espiritual que consideraban imprescindible. Cumplía el objetivo de propiciar una revolución no solo material, sino de la mente y, por tanto, de cada individualidad. Entre sueños, pesadillas y campos metafísicos, recurrieron a la simbología oculta, relacionándola tanto con el conocimiento arcano como con la indagación sobre el propio ser. Así creció la idea, con su poderosa repercusión en el arte contemporáneo, del artista mago, chamán, vidente, alquimista, diosa, brujo y hechicera.

Para el Surrealismo, la magia constituía una puerta de entrada al renacimiento cultural y espiritual

Visible e invisible

Breton definió la magia como el poder de «hacer visible lo invisible», y describió el Surrealismo como el redescubrimiento de ese poder en medio de una modernidad racionalizada, otorgándole el título de heredero de un largo linaje de «arte mágico», que se remontaba a precursores como El Bosco. Una exposición en la Peggy Guggeheim Collection de Venecia indaga en el largo abrazo entre el Surrealimo y lo oculto. El punto de partida son los fondos de primer orden que la colección posee. De hecho, buen número de los artistas cuya obra cubre las paredes del Museo sobre la laguna veneciana ya fueron expuestos por Peggy Guggenheim, que se convirtió en una de las mecenas más enérgicas del Surrealismo a finales de la década de 1930. Habiéndose familiarizado con el movimiento durante su estancia en París en el periodo de entreguerras, se relacionó con Max Ernst -que fue su marido entre 1942 y 1946- y con el gurú indiscutible del movimiento, André Breton.

La exposición no deja nada al azar. Explora aspectos como la alquimia, la metamorfosis, el tarot, el mal de ojo, la transustanciación totémica, y un nutrido muestrario de dimensiones invisibles y cósmicas, de donde surge poderosa la noción del artista conectado con cuanto escapa a la razón. El recorrido comienza con un tributo a las imprescindibles 'pinturas metafísicas' de Giorgio de Chirico, a quien Breton consideraba el principal precursor del movimiento surrealista. Las siguientes salas profundizan en nociones, algo anticuadas, de la mujer como ser mágico, y en la mucho más actual conexión de la vida animal y vegetal con la humana, con obras como 'La mujer gato' (La gran dama) de Leonora Carrington (1951), 'Los confines de la tierra' (1949) de Leonor Fini, 'Magia negra' (1945) de René Magritte, y 'El juego de las flores mágicas' (1941) de Dorothea Tanning. A las tres se unen en las siguientes salas otras figuras estelares del Surrealismo, como Remedios Varo, Yves Tanguy, Kurt Seligman o Wifredo Lam.

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Vocación internacional

Sala tras sala se hace patente que el Surrealismo siempre tuvo vocación internacional. Al mismo tiempo que el museo veneciano ilumina los caminos desde el Surrealismo hacia lo oculto, la Tate Modern presenta una exposición sobre la capacidad del inagotable movimiento para dar cohesión y unir la sensibilidad de artistas en cualquier rincón del globo. Con base en una investigación compartida entre la propia institución londinense y el MoMA de Nueva York, la muestra se extiende a lo largo de 60 años y 50 países para mostrar cómo un impulso creativo nacido en el periodo de entreguerras europeo inspiró a artistas radicados en lugares tan dispares como El Cairo, Buenos Aires, Praga o Tokio.

Los temas habituales adoptan una nueva perspectiva a través de obras legendarias como 'Dos niños amenazados por un ruiseños', pintado por Max Ernst en 1924 -el mismo año de eclosión del movimiento-, el 'Teléfono-langosta' de Dalí y otros menos conocidos, pero significativos, como 'Landru en el Hotel Paris', que Antonio Berni expuso en la primera exposición surrealista celebrada en Argentina, o 'La llamada' de Toshiko Okanoue, que en 1954 expresaba en el lienzo la experiencia de vivir en Japón tras dejar atrás la guerra. Esta delirante y entretenida muestra examina la capacidad del Surrealismo no solo para derribar fronteras sino para ser la yesca de cualquier espíritu insurrecto. Pintura, fotografía, escultura, textos y películas exploran una variedad de opciones que el catálogo apenas puede contener y que, a cada paso, desafían la generalización.

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