
El primer amor de San Ignacio de Loyola
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Un libro rescata las andanzas juveniles del fundador de la Compañía de Jesús en la Corte castellanaLos asuntos de Dios no figuraban entre las prioridades de Iñigo de Loyola cuando a comienzos de 1.500 recaló en la localidad abulense de ... Arévalo para servir en la Corte castellana durante once años. Había nacido en Azpeitia en el seno de una familia muy católica y la España religiosa en los albores del siglo XVI estaba plagada de beatas reconocidas y líderes espirituales, pero sus aficiones eran las de un adolescente de la época con una vida despreocupada. Se entrenó en las armas y se enamoró en un periodo (1506-1517) del que se sabe muy poco, quizás por su «vida licenciosa».
Ricardo Guerra Sancho, cronista oficial de Arévalo y miembro de la Institución Gran Duque de Alba, ha investigado esa etapa. Con el material recopilado inició un serial en el 'Diario de Ávila', que ahora lo ha reunido en el libro 'San Ignacio de Loyola en Arévalo'.
Su lectura se puede complementar con el ensayo del historiador Enrique García Herrán 'Ignacio de Loyola', publicado por Taurus en una colección para fomentar el desarrollo del género biográfico. También con 'Los años juveniles de Ignacio de loyola', de L. Fernández Martín, e 'Ignacio. Los años de la espada', de José Luis Urrutia. En la villa de la atractiva comarca de La Moraña, que cuenta con un casco antiguo declarado bien de interés cultural, se mantienen vestigios relacionados con el fundador de los jesuitas. La iglesia y colegio de San Nicolás de Bari, un complejo levantado en su memoria, se encuentran hoy muy deteriorados.
Huérfano de madre, el jovencísimo Íñigo llegó con 15 años a Arévalo para formarse en la casa familiar de Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor de Castilla con los Reyes Católicos y Juana I, gran amigo de Beltrán Yañez de Oñaz y Loyola, padre de Íñigo. Era el responsable de las casas reales y alcaide del castillo, además de un hombre de confianza de la Corona. Todo un privilegio para un adolescente y una gran oportunidad para vivir aventuras en aquella España de intrigas palaciegas y luchas por el poder, poco tiempo después de la muerte de Isabel la Católica. Señor de las villas de Madrigal de las Altas Torres y Olmedo, Velázquez de Cuéllar fue confirmado por la reina Juana en todos sus cargos de confianza, convirtiéndose en un hombre poderoso, una de las personalidades más influyentes de Castilla. Buen padrino para Íñigo, que se convirtió en un gran escribano.
Juan Velázquez, hombre de costumbres serias y recias, había llegado a la nobleza por su matrimonio con María de Velasco Guevara, del linaje de los condes de Siruela, emparentada con la rama materna de Íñigo, del que se convirtió en madre adoptiva. La madre de ésta, María de Guevara, era tía abuela de Íñigo, otra clave más a la hora de explicar por qué fue enviado a Arévalo para su educación. Fue una mujer cristiana y piadosa (atendía a las mujeres enfermas y pobres, acompañada de su sobrino Ignacio) que perteneció a la tercera Orden Franciscana, por lo que es de suponer que algún poso dejó en la formación humanista de aquel joven de Azpeitia en el corazón político y económico de la Corona de Castilla. Otro miembro de la familia, Arnao de Velasco, también fue clérigo, capellán real en Tordesillas.
De adolescente protagonizó travesuras propias de un mancebo un poco pendenciero. En una ocasión que resultó magullado, María de Guevara le dijo: «Iñigo no asesarás ni escarmentarás hasta que te quiebren una pierna», una frase premonitoria para un jovenzuelo vividor, dado a «las vanidades del mundo» y «tentado y vencido del vicio de la carne», y al que le gustaba mucho bailar. Simpático y valiente, era persuasivo y audaz con las mujeres, lo que le acarreó algunos líos de faldas. Un seductor. Un ligón, diríamos hoy. Un galán un poco presumido que vestía de punta en blanco, siempre exhibiendo sus armas. Un pecador en toda regla.
El joven Íñigo también despertó en Arévalo al amor. Algunos historiadores creen que su primer amor platónico fue la infanta Catalina de Austria, hija de Juana 'la loca' y Felipe 'el hermoso', a la que conoció en la casa real y prisión de Tordesillas en visitas frecuentes. Un amor inalcanzable: aquella niña dulce, que luego se convertiría en una mujer bellísima, era mucho menor que él y puede que su situación de cautividad despertara una sensación de ternura. El azpeitarra volvió a coincidir con ella en las Cortes de Valladolid, cuando fue presentada en sociedad por el rey Carlos, pero estaba destinada a ser reina (consorte de Juan III de Portugal). Primera desilusión.
La segunda llegaría con una de las hijas naturales de Fernando el Católico, María Esperanza de Aragón, a la que conoció en persona, que profesó como monja agustina en el convento madrigaleño de Santa María de Gracía. Algunos autores también le relacionan con Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia, la segunda mujer del rey Fernando; insinúan que pudo tener con ella alguna aventura. Incluso hay quien le adjudica una hija, fruto de una relación con María de Villarreal, pero no existen pruebas documentales que lo respalden.
La carrera de Íñigo en la corte se truncó cuando Arévalo se levantó contra el rey Carlos, su primera escaramuza militar. Velázquez de Cuellar cayó en desgracia y arruinó toda su posición política. Era 1517 y el joven de Azpeitia tenía 26 años. Muerto su padrino, y desilusionado por las vanidades cortesanas, viajó a la localidad riojana de Navarrete, a la casa de Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera, virrey y capitán general de Navarra. Aficionado al ejercicio profesional de las armas, quería seguir la carrera militar para ganar honra y fama. De carácter competitivo, «era todo fuego», describe un historiador.
Manrique de Lara, pariente suyo, era de su propio bando oñacino y beumontés, protector de su solar. Alistado bajo su bandera, aprendió el arte de la guerra. En mayo de 1521 resultó herido en ambas piernas tratando de salvar la ciudadela de Pamplona frente al asedio de tropas franco navarras. Durante su larga convalecencia, seducido por la lectura de libros piadosos, se convirtió en soldado de Cristo. Creó un movimiento religioso inspirado en el Ejército, la Compañía de Jesús, y se convirtió en su primer general.
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