IÑAKI EZKERRA
Sábado, 30 de septiembre 2017
Cuando la clásica novela de sagas se inicia con la llegada de un pobre inmigrante a los Estados Unidos, lo previsible es que funde una industria de productos cárnicos y haga una fortuna que agrandarán o dilapidarán las generaciones que luzcan su apellido. Con esa receta es con la que quizá creerá toparse el lector de ‘4 3 2 1’, la novela que Paul Auster acaba de publicar tras un silencio de siete años, al abrir la primera página, en la que un judío ruso llega al puerto de Nueva York el primer 1 de enero del siglo XX y estrena un apellido escocés gracias al malentendido idiomático de un funcionario. Ichabod Ferguson no tardará, sin embargo, en defraudar tales expectativas. Ni mostrará la menor iniciativa empresarial ni hará dinero ni verá a sus nietos. Se casará –eso sí–, tendrá tres hijos y desempeñará una lista de trabajos modestos (estibador, marinero, camionero, cuidador de animales en un circo ambulante…) para morir a tiros en Chicago con 42 años durante un atraco en el almacén de artículos de piel en el que había conseguido el último de esos empleos como vigilante nocturno. Desde el comienzo del libro (esa defunción se produce en la segunda página), Auster nos enfrenta a dos constantes de su poética narrativa –a los giros caprichosos del azar y a la sorpresiva irrupción de la muerte–, que harán continuo acto de presencia en el texto. Lo harán incluso cuando los sorprendidos por ese azar y esa muerte sean los personajes que inventa, como versiones de sí mismo, el propio Archie Ferguson (o Ferguson 4), que es lo más parecido al protagonista de la novela, el álter ego de Auster, y que es escritor, como él; que nació, como él, en la ciudad de Newark, del estado de Nueva Jersey; en el mismo año que él (en 1947), pero un mes antes, y que escribirá una novela también titulada ‘4 3 2 1’ que, a diferencia de la de Auster, estará concluida el 25 de agosto de 1975.
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4 3 2 1
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Autor Paul Auster. Trad: Benito Pérez Ibañez.
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Novela Ed. Seix Barral. 958 págs. Barna, 2017.
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Precio 23,90 euros. (Ebook: 12,99)
En realidad todos los Ferguson que se inventa Ferguson 4 para ese proyecto literario (o sea Ferguson 3, Ferguson 2 y Ferguson 1) nacieron en el mismo lugar y el mismo día que él. Todos presentan vocaciones y rasgos similares con unos mínimos matices que él dosifica de forma variada en cada caso (la pasión por la literatura, el periodismo, las artes, París, el deporte…) aunque sus cortas vidas no les den la oportunidad de sacarles provecho. Uno morirá a los 13 años, otro a los 20 y otro a los 24. De nuevo el autor vuelve a decepcionar, premeditada y magistralmente, las expectativas de ese tipo de lector que anhele encontrarse con una típica novela de sagas y con un mínimo desarrollo épico. Las preguntas que este planteamiento antiépico suscita en una obra que abarca las 950 páginas son inevitables: si de lo que se trataba era de explorar las vidas posibles que podría llegar a tener y los otros ‘yos’ que podría llegar a ser un personaje (o una persona) si hubiera tomado un camino en vez de otro en un momento dado de su existencia, ¿por qué crear cuatro personajes con tales afinidades, por qué matarlos tan pronto y por qué hablar tanto de ellos?
La respuesta es que ‘4 3 2 1’ no es sencillamente una novela clásica de sagas sino acaso su parodia más intencionada y a la vez más seria, más filosófica, un deslumbrante cuestionamiento de ese género al modo en que Cervantes se burló de las novelas de caballerías al escribir el ‘Quijote’; un gran relato de indagación personal que toma la fórmula de las narrativas colectivas y del costumbrismo patrio para reescribir la ‘Pastoral americana’ de Philip Roth, pero yendo aún más lejos que este en la demolición de los mitos nacionales; una metanovela que no solo reflexiona sobre el género sino sobre el propio oficio (de ahí sus referencias culturalistas) y que traslada al sinsentido de sus historias el simple sinsentido de la existencia. Incluso cuando Auster recurre a los hitos de la historia de su país es para interiorizarlos en sus personajes: el asesinato de Kennedy, la lucha por los derechos civiles de los años 60, la matanza de la cárcel de Attica ordenada por Nelson Rockefeller, sobre la que Ferguson 1 no llega a hacer su reportaje periodístico porque muere antes en un incendio. No es la primera vez que sale en la novela el apellido Rockefeller, que está a punto de ser el que toma, en vez de Ferguson, el judío ruso que llega a América con el pasado siglo. ¿Y si el sinsentido novelesco y existencial de esa familia hallara un vago sentido simplemente en el arte de esquivar en sus vidas ese apellido emblemático del sueño americano?
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