Paisajes de un recorrido por España
Escenarios ·
En sus filmes, el director valenciano contempla con mirada aguda lugares de un país en plena transformación y deja imágenes para la HistoriaSábado, 12 de junio 2021, 00:14
Manresa, ciudad de provincias
Josu Eguren
Cassen y su flamante motocarro -del que aún le quedaban por pagar 12 letras y que lo mismo servía de improvisado coche fúnebre ... como para transportar cestas de Navidad- eran lo que Antonio y su bicicleta para la obra maestra de Vittorio De Sica.
Son los ganchos con los que Luis García Berlanga y el guionista Rafael Azcona tiraban del público para ponerle frente a la férrea y alienante estratificación social de una ciudad de provincias, que en el caso de 'Plácido' era Manresa como pudo haber sido Bilbao, Salamanca o Vitoria. Durante la preparación del guión, Azcona viajó a Italia para conocer a Cesare Zavattini, uno de los grandes nombres del movimiento neorrealista. Fue el socio imprescindible de Vittorio De Sica en sus mejores películas.
La plaza de Sant Domènec de la capital del Bages, su estación de tren y esa calle del Born por la que discurría una cabalgata navideña de menesterosos adoptados por los elementos más hipócritas de la burguesía catalana son indisociables del cuadro viviente, rodado en plano secuencia, con el que García Berlanga puso a la localidad de Manresa en el centro del mapa del mejor cine español.
Érase una vez un pueblo español
J. E.
Si toma el coche de línea que une a diario Jezimeque con Villar del Río (ambos en la provincia de Soria, en el límite mismo con La Rioja), el viajero tiene la oportunidad de disfrutar de los paisajes que rodean la base de operaciones desde la que Luis García Berlanga lanzó sus dardos críticos contra la fachada festiva de un país profundamente sumido en el subdesarrollo.
La verdad es que el director valenciano rodó su primer largometraje en solitario en la localidad madrileña de Guadalix de la Sierra, situada al noroeste de la capital, pero si atendemos a la voz en off que introduce la película, el Villar del Río de la ficción donde habitaban los personajes de 'Bienvenido, Mr. Marshall' era intercambiable con casi cualquier pueblo anónimo de la geografía franquista.
No había resquicio para la duda. «Un pueblecito que no tiene nada de particular» decía Fernando Rey, antes de recorrer con sus palabras la plaza, una vieja iglesia, la pequeña escuela para niños sin padres exigentes, un café que era al mismo tiempo gran casino, fonda universal, cabaret con atracciones y estación de autobuses, y el famoso balcón del ayuntamiento, al que el alcalde se asomaba para dar sus elocuentes discursos, coronado por un reloj que marcará siempre las 3 y 10.
Verdugo y víctima en tiempo del desarrollismo
B. C.
Circunspecto burgués, anarquista de salón y tantos otros adjetivos rimbombantes y contradictorios, a veces adjudicados por él mismo, suenan a la hora de hablar de Luis García Berlanga, un espíritu burlón en vida como cineasta, cuya personalidad hipnotiza más allá de sus grandes películas.
'El verdugo', un clásico entre clásicos, cuyo guión, emponzoñado de ironía, firma el maestro Rafael Azcona junto a Ennio Flaiano, es uno de los grandes títulos de nuestra historia del cine. Rodada en blanco y negro en exteriores de Madrid y Palma de Mallorca, es una comedia negra negrísima, una sátira inteligente de brillante narrativa que supo driblar la censura en una época oscura. El filme se estrenó en 1963 y en pantalla se contemplan en varias ocasiones unas calles de un Madrid que empieza a salir de la pobreza de la larga postguerra y apunta ya algunos indicios del desarrollismo que marcará la década.
La historia arremete contra la pena de muerte y pone en entredicho los valores del momento que reinaban en un país regido por una cruda dictadura. Pepe Isbert borda un papel que se mueve entre el bien y el mal, rodeado de un reparto prodigioso. ¿Puede el verdugo acabar siendo una víctima más? La España de las contradicciones.
Vivir tu vida frente al Mediterráneo
Borja Crespo
«No creo que el cine pueda arreglar la moral de un pueblo», solía citar Berlanga. 'Calabuch' se rodó en 1956 en Peñíscola (Castellón), convertida para la pantalla en un delicioso pueblecito mediterráneo donde resulta llamativo el equilibrio entre las gentes del lugar. No deja de ser un retrato utópico, ahora que estamos perdiendo el sentimiento de comunidad.
Llevarse bien con tus semejantes, convivir en armonía, se antoja una misión imposible en la actualidad. Berlanga expone el tema apoyándose en un reparto coral entrañable y, ya de paso, profundiza en el noble arte de poder vivir haciendo lo que a cada uno le plazca. En su caso, contar historias y disfrutar de sus filias, algunas excéntricas.
La historia, sensible y costumbrista, todo un retrato histórico, presenta a un veterano científico extranjero que va a parar a la localidad con la intención de pasar inadvertido, huyendo de su pasado. Un concurso de fuegos artificiales, muy valenciano, muy Berlanga, desvela su paradero y rompe la concordia. Se acabó la tranquilidad.
El cineasta volvió a Peñíscola en 1999 para rodar algunas escenas de su última película, 'París Tombuctú'.
Negocios en una cacería en Aldea del Fresno
J. E.
En Aldea del Fresno, un pequeño municipio de 2.500 habitantes situado en el sudeste de la comunidad de Madrid y a unos 50 kilómetros del centro de la capital, sobre un terreno de unas 120 hectáreas, rodeado de selectos viñedos, se levanta un palacio construido en la segunda mitad del siglo XIX que en la actualidad pertenece a los herederos del marqués de Griñón.
No siempre fue así. Hasta 1981, lo que hoy se conoce como el Palacio del Rincón y la antigua finca de 'Los Tejadillos' fueron propiedad de los Leguineche, la decadente familia aristocrática protagonista de una trilogía nacional en la que García Berlanga y Azcona se despacharon a gusto con la bandada de empresarios sin escrúpulos y oportunistas que proliferaron en torno a los viejos dinosaurios del franquismo en los estertores del régimen. Las películas son 'La escopeta nacional' (1978), 'Patrimonio nacional (1981) y 'Nacional III' (1982)
Donde José Luis Borau ('Furtivos') y Mario Camus ('Los santos inocentes') tiraban con bala, García Berlanga usa la ironía aunque el resultado de la cacería es el mismo. Nadie se salva de la crítica acidísima a aquella España de la Transición bañada en chanchullos económicos que hoy está siendo puesta en tela de juicio.
La parábola de la disputa por una vaquilla
B. C.
El genio de Berlanga aterrizó, a mediados de los años ochenta, en Sos del Rey Católico (Zaragoza), la localidad donde nació el rey Fernando y en la que el maestro rodó la mayor parte de 'La vaquilla'. Se trata de una película coescrita al alimón con su compañero de fatigas Rafael Azcona, con Alfredo Landa como protagonista compartiendo encuadre con numerosos rostros indispensables del cine español.
La retahíla de variopintos personajes al servicio de las obsesiones del cineasta valenciano es de recibo. La acción se sitúa en la Guerra Civil, escenario que ha acogido menos filmes patrios de lo que algunos agoreros denuncian. La celebración de una corrida de toros en el bando nacional se ve truncada cuando un grupo de republicanos roba la vaquilla con la intención de aguarle la fiesta al enemigo.
Una parábola coral, disparatada, que contó como figurantes con muchos, casi todos, los habitantes de la localidad. Todavía hoy, además de una estatua dedicada al cineasta, se recuerda en muchos rincones del pequeño pueblo cómo fue el rodaje y qué lugares concretos salen en pantalla. El filme apela a la conciliación en un marco delirante. De nuevo el comportamiento absurdo del ser humano entra en juego con impredecibles consecuencias.
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