
Juan Gabriel Vásquez o la bioficción
Morir de tristeza ·
Homenaje a Feliza Bursztyn, la escultora colombiana y judía que falleció en un restaurante del París al que se había exiliadoSecciones
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Morir de tristeza ·
Homenaje a Feliza Bursztyn, la escultora colombiana y judía que falleció en un restaurante del París al que se había exiliadoEn los últimos años, y dentro del contexto de la narrativa en lengua castellana, se ha hablado mucho de la autoficción, en referencia a novelas autobiográficas en las que el autor ponía ciertas dosis de creatividad. El fenómeno no se ha quedado en nuestras fronteras, ... sino que de él dan fe títulos como 'La parte recordada' del argentino Rodrigo Fresán o 'Estoico y frugal' del cubano Pedro Juan Gutiérrez. Lo que el colombiano Juan Gabriel Vásquez ha hecho en 'Los nombres de Feliza', su nueva entrega literaria, no es ficcionar la propia vida sino la ajena: la de la escultora Feliza Bursztyn, que murió el 8 de enero de 1982 a los 48 años, víctima de un infarto fulminante cuando se encontraba en un restaurante parisino en compañía de su marido, Pablo Leyba, y cuatro amigos, entre ellos su compatriota Gabriel García Márquez.
Fue este último el que puso la semilla literaria del actual libro de Vásquez cuando, doce días después del fallecimiento repentino de Feliza, publicó un artículo donde literalmente afirmaba que esta «se murió de tristeza». En esa frase se halla la gran clave de una novela concebida como una investigación policial, pues se abre con las andanzas de Juan Gabriel Vásquez a modo de detective en un París actual, el del reciente 2023, en que se entrevista con el esposo de la difunta, pero a la vez se ve obligado a responder a la pregunta que, en un determinado instante, le espeta el propio viudo sometido al interrogatorio: «¿Qué quieres saber?» Lo que Vásquez quería saber es el porqué de la tristeza de Feliza Bursztyn. La verdad es que todo el libro es una larga búsqueda de la respuesta a esa pregunta, que ya empieza a ser contestada por Pablo Leyba en esa primera parte que hace la función de planteamiento argumental.
Feliza había tenido que exiliarse de Colombia durante el año anterior debido a la presión que ejercieron sobre ella las autoridades del gobierno de Julio César Turbay a través del llamado Estatuto de Seguridad y que se tradujo en un registro de su domicilio efectuado por una patrulla del ejército. Es a esa comprometida situación, que se saldó con la petición de asilo a México y luego con su traslado a París, a la que se refiere su marido cuando en uno de esos primeros días del 82 habla del 'annus horribilis' que habían pasado, a lo que ella responde en un tono acorde con su intempestivo carácter: «No me lo adornes con latín. Es simplemente un año de mierda».
A través de las cinco partes en que se divide el volumen, que concluye con un entierro en el Cementerio Hebreo de Bogotá al que asiste una multitud heterogénea de famosos, intelectuales y gentes de todas las filiaciones políticas, pero ningún miembro del gobierno, Vásquez traza no solo una trayectoria vital, sino también, y sobre todo, el retrato de Feliza o de las Felizas que formaron su personalidad y que ya se expresaban en ese nombre y ese apellido que se pasó la vida deletreando. De este modo, más que ante una biografía novelada, estamos ante una 'bioficción' construida con una documentación concienzuda que, si bien repara en el papel de los judíos en el pasado colombiano y en el origen polaco de los Bursztyn, recoge antes que nada el testimonio vivo de quienes trataron a la artista, el primero de ellos su último marido.
Es por él por quien sabemos del sufrimiento que arrastró la artista en sus últimos días, por la frialdad de los que había creído sus amigos y con los que se había portado de manera generosa; del miedo a no poder volver a su país y de perder la casa donde albergaba los materiales con los que construía sus esculturas de metal a golpe de un soplete que le había dañado la salud. Por ese compañero suyo sabremos también -Vasquéz sabe recoger su testimonio como si fuera propio- de la pérdida de alegría que se sumó, en esa mujer, a su sentimiento de soledad; de la sonrisa ladeada que reemplazó a sus risotadas salvajes; de los tropezones físicos que tuvo en aquel enero de la ciudad del Sena; del dolor de no estar con las hijas de su primer matrimonio…
En el modo casi metódico de aprehender al personaje, de penetrar en su personalidad y en su existencia, 'Los nombres de Feliza' puede recordar a un proyecto no muy distante de este que David Foenkinos plasmó en 'Charlotte', un libro que publicó en 2015 y que era un homenaje a la pintora, también judía, Charlotte Salomon si bien en ese caso se trataba de un texto cargado de delicado lirismo. La emoción que Foenkinos ponía en aquel texto, que emulaba la forma de un poema, aquí habría sido sustituida por el talento narrativo y descriptivo.
Óscar Beltrán de Otálora
'La línea de la vida' es la entrega más reciente de las historias de ese personaje ya casi mitológico, Corto Maltés, que quedó huerfano tras la muerte de su padre, Hugo Pratt, en 1995, y cuyas aventuras están continuando ahora el guionista Juan Díaz Canales y el dibujante Rubén Pellejero. Este cómic lleva al marinero al México de los años 20, con el transfondo de las luchas cristeras -las guerras religiosas que sacudieron el país a comienzos del siglo XX- y el tráfico de antigüedades. La obra tiene todos los ingredientes que han conseguido que el héroe, cuyo primer cómic apareció en 1967, sea uno de los más carismáticos y adultos del mundo de las viñetas. Díaz Canales y Pellejero son religiosamente respetuosos con la atmósfera de Pratt, pero no es un sacrilegio decir que en la versión de color del cómic se ven muchos hallazgos de luz y creación de paisajes que crean una espectacularidad de la que Pratt prescindió.
Todos los fanáticos de Corto Maltés han imaginado en algún momento que este marinero era un personaje real y que los cómics de sus viajes y diversos líos tienen más de periodístico que de ficción. Canales y Pellejero consiguen que 'La línea de la vida' genere también esa sospecha. La verosimilitud de todos los elementos de la trama y el espíritu de Pratt flotan en todas las viñetas. No es un ejercicio de melancolía. Es una demostración de que el poder de las buenas historias es eterno.
Iñaki Ezkerra
En 'La memoria infiel', la escritora valenciana Carmen Moraga (Picanya, 1969) nos brinda una novela que gira en torno a los sentimientos o, más bien, en torno a la carencia de estos. Salomé Olano, la protagonista y narradora en primera persona, recibe una llamada telefónica en la que le informan de que ha muerto su madre, a la que no ha querido tratar en dos décadas, desde que se largó de casa sin ninguna intención de volver a verla. Ni la quiso ni se sintió querida por ella, pero ahora debe volver al pueblo de la provincia de Valencia que dejó atrás.
Ese regreso al hogar materno la enfrentan al reencuentro con personas con las que también rompió en aquella huida, entre ellas un antiguo noviete, Sebastián, y Marisol, su mejor amiga de aquellos años. A ninguno le dio explicaciones. El lector va, así, comprendiendo que se halla ante una historia de desamores y corazones estériles. La imagen del cadáver de su madre hallado en la cocina junto al perro que no dejaba de ladrar es, aunque tópica, bien gráfica de la soledad que transmiten estás páginas. A Salomé su madre la crió sola. Y ella sola ha criado también a su hijo Javi, al que ha dejado durante su viaje al cuidado de unos vecinos. La revisión que hace la heroína del libro de su pasado, ese recuento que le hace dudar de que sus recuerdos sean fieles a la realidad, permite intuir que alguna flor o yerbajo pueden crecer en su desierto interior, cuya clave parece estar en el miedo a la decepción y al dolor que le puedan causar los otros.
Julio Arrieta
El 25 de enero de 1915, hoy hace 110 años, Alexander Graham Bell inauguró el servicio telefónico transcontinental en Estados Unidos, «con una llamada desde Nueva York a San Francisco». Al otro lado del hilo, un tendido de 5.500 kilómetros sostenido por 130.000 postes, atendió la llamada su ayudante, el doctor Thomas Watson. Ese mismo día, pero en 1983, se lanzó al espacio por primera vez un telescopio de infrarrojos y en idéntica fecha, pero en 1798, el físico Benjamín Thompson desmontó la teoría del calórico. Estos tres episodios conforman el epígrafe correspondiente al 25 de enero de 'El calendario de la Historia de la Ciencia', del científico y divulgador Moncho Núñez, director que fue de la Casa de las Ciencias de La Coruña, entre otras instituciones científicas.
Inevitablemente, se trata de un libro de dimensiones notables, pues incluye 366 capítulos correspondientes a otros tantos días del año -hay hitos registrados el 29 de febrero y hasta una entrada dedicada al 30 de febrero, fecha que solo se vio en los calendarios suecos de 1712- y en cada uno se reseñan entre un par y media docena de hechos o descubrimientos, en entradas cuya extensión va de un párrafo a dos páginas. La tentación es leerlo a lo largo del año, dedicándole un ratito cada día al correspondiente capítulo, aunque también se disfruta leyendo al azar. Se echan en falta un índice onomástico y otro por materias que facilitarían la consulta y la lectura.
J. Ernesto Ayala-Dip
Sigo con la novela policiaca. Esta semana repito género porque el título de la que hoy reseño me atrajo sobremanera. Se trata de 'Apreciada señora Christie' (en clara referencia a la Dama del Crimen), de la novelista catalana y en catalán Núria Pradas. La trama aborda dos crímenes, uno en el presente de la novela (poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial) y otro lejano en el tiempo, con una diferencia de unos cuarenta años.
La protagonista es una muchacha que acaba de recibir en herencia de su tía, recientemente fallecida, una librería en un pueblo de la campiña inglesa, alejada de Londres. La chica, que se llama Emma (¿una lejana reminiscencia de la 'Emma' de Jane Austen?), se instala en la vivienda adosada a la tienda y enseguida toma contacto con los lugareños. Uno de ellos es el carpintero del pueblo, a quien contrata para que le haga unas estanterías para los libros con los que renovará el negocio. A escasos kilómetros del pueblo, vive con su marido la ya famosa escritora de novelas de intriga Agatha Christie. Un día aparece muerto el carpintero en su vivienda e instantes después es detenido su ayudante, el joven con el cual Emma ya ha mantenido algunos contactos. El chico en cuestión es acusado del crimen del carpintero y, tras un juicio rápido, le condenan a morir en la horca. Esto enfurece a Emma, que no cree que el joven sea el asesino.
Como ella sabe que Agatha Christie vive no muy lejos, en otro pueblo del condado, un día se atreve a escribirle y comentarle que está segura que el declarado culpable no lo es. Y ambas comienzan a investigar. A Emma le cuesta convencer a la policía de que el ayudante del carpintero no es el culpable y de que debe darse mucha prisa para que un inocente no sea ahorcado.
En la promoción de este libro se hace hincapié en que pertenece al 'cozy crime', el formato que está haciendo furor dentro de la novela policiaca. Se trata de historias sobre crímenes relatadas con un tratamiento amable. Pondré un ejemplo: hace unos días se estrenó en una plataforma una serie de pocos capítulos en la cual un detective de Scotland Yard iba detrás de un asesino en serie. La serie es muy buena pero a mí me resultó excesivamente dramática, llevándose la palma el propio detective en virtud de su exagerado y traumático pasado. Pues en la novela de Núria Pradas tal tratamiento nunca se da. Todo lo contrario. Como lo hubiera hecho la misma Agatha Christie, los espantosos crímenes se cuentan desde la templanza de tono y desarrollo. Otra característica de esta excelente novela de misterio es que la autora nos regala una especie de biografía de la Dama del Crimen. Y por cierto, esta historia ficticia está relacionada con un crimen real acaecido en 1901 en Londres. Les sugiero, lectores, que no se pierdan esta magnífica novela.
Pablo Martínez Zarracina
Un rumor entrando a un edificio donde se celebra una fiesta es lo primero que se encuentra el lector de 'Que nuestra alegría perdure'. El rumor se transforma en una corriente de aire que sube por una escalera, mueve vestidos caros, roza copas, abre puertas y se dispersa entre un grupo de invitados hasta desaparecer transformada en la risa traviesa de una pareja que se escabulle en una habitación. Todo sucede en un movimiento cinematográfico mediante una frase inicial que ocupa veintiocho líneas. La oración asombra por momentos, desfallece llamativamente en otros y se sitúa a sí misma ante una posibilidad contraproducente: todo lo que en ella no es brillante resulta por fuerza enojoso.
Esa suerte de todo o nada, de apuesta entre el asombro y la molestia, se extiende por una novela que aspira a sostenerse sobre una voz envolvente, entre Fitzgerald y Proust, propensa a las frases de largo periodo y estructura tentacular, capaz de inmiscuirse en la intimidad de los elegidos para describir con distancia una tragedia en el gran mundo. La anfitriona de la fiesta es Céline Wachowski, una arquitecta estrella que parece afrontar el proyecto que supondrá su consagración: la sede de una multinacional que funcionará como el motor de la reinvención urbanística de toda una zona de su ciudad, Montreal.
La acogida del proyecto es buena hasta que con las obras ya avanzadas aparece en el 'New Yorker' un artículo crítico con la obra y con lo que su autora representa. Lo que viene después es un huracán contemporáneo destrozando a un individuo. La arquitecta es acusada de promover la gentrificación, de instaurar el «fascismo afectivo» en sus empresas y de servir al turbocapitalismo. Su rostro pasa de aparecer en Netflix a multiplicarse tachado en los carteles mientras el urbanismo se vuelve un escenario político y las protestas se transforman en manifestaciones violentas. Kevin Lambert describe el mecanismo de la cancelación con frialdad satírica, pero sin el asidero de unos personajes sólidos y una trama articulada. Su interés es algo así como dejar que hable el huracán y se muestre al tiempo poderoso e indiferente. Lo que queda tras el desastre ocupa la última parte del libro, con mucho la mejor. Asistimos en ella a otra fiesta, la del setenta cumpleaños de la protagonista, que hace un balance de daños tras el paso por su vida del fanatismo disfrazado de pureza. Si Lambert no acierta con el tono, demasiado ampuloso y exhibicionista, sí acierta con el punto de vista. Lo hace esquivando la tentación ideológica y centrándose, no tanto en la maldad de sus criaturas, como en su debilidad. En la de los verdugos y en la de las víctimas, que resultan en esta novela con frecuencia intercambiables.
Elena Sierra
Qué cosas, la novela finalista del Premio Planeta tiene un interés -el argumento, los personajes, los giros, hasta el tono casi fantástico que adquiere ya avanzada la historia- que la novela ganadora no tiene. Y no es la primera vez que eso ocurre. Pero bueno, sus razones tendrán los que deciden para que eso sea así. La apuesta de Beatriz Serrano, autora de 'Fuego en la garganta', ha sido la de intentar escribir algo diferente, con esa niña abandonada por su madre que descubre capacidades extraordinarias -cada vez que se enfada le suben los calores y se le salen por las manos-. Una niña de la que se cuenta primero su adolescencia para pasar a dar la visión de la madre -no todo es lo que parece o te han contado, como siempre- y a un viaje de la hija con colegas que podría llamarse iniciático.
Los distintos puntos de vista permiten asomarse a la realidad de una niña solitaria de los noventa tanto como a la de una madre joven que no ha tomado las mejores decisiones y está atrapada en una vida anodina bajo el control de un hombre en apariencia muy normal, y también a la construcción de la identidad a través del grupo de amistades, en algunas etapas más importantes que el entorno familiar. En medio, la irrupción de internet y los precursores de las redes sociales (los blogs), que cambiaron la forma de relacionarse. Todo esto con cierto toque reivindicativo en el monólogo de la madre y otro fantástico en las peripecias de la hija.
Juan Infante
Ibon Martín, uno de los escritores más acreditados del 'euskal noir', nos invita a acompañarle en esta nueva historia que no les va a defraudar. De hecho, es una de sus mejores novelas. Una de las señas de identidad de su estilo literario es cómo trata el paisaje, el entorno, el medio donde transcurren sus novelas. Desde Pasaia a Hondarribia, Oñati y su entorno hasta la zona minera de Bizkaia donde transcurre 'Alma Negra'.
El paisaje de la cuenca minera, que fue clave en el desarrollo industrial y el progreso económico de la provincia, impresiona y permite al lector disfrutar de unos lugares únicos descritos con intensidad y que encajan a la perfección con la historia criminal que la Ertzaintza intenta desentrañar.
Julia, la ertzaina encargada del caso, con un pasado aún por resolver, necesita encontrar verdades en su traumática vida.Para ello pedirá colaboración a Ane Cestero, protagonista de varias novelas del autor, que ha sido apartada del servicio, de su uniforme y de su placa.La trama narrada a modo de thriller reúne los necesarios ingredientes de tensión y enigma para animar al lector a participar en la resolución del caso. Nada es lo que parece y todo puede ser cierto. La investigación mantiene la tensión hasta el final y Ane Cestero vuelve a brillar, consiguiendo que el lector se sienta muy identificado con ella. Los lectores a los que les gusta un buen thiller es seguro que lo van a pasar bien con esta novela.
Jon Kortazar
Galaxia Gutenberg presenta una excelente antología bilingüe del poeta Joan Vinyoli (1914-1984) con edición de Josep María Sala-Valldaura, acreditado especialista en poesía. La obra 'Passeig d'aniversari' (1984) de Vinyoli mereció en 1985 el Premio Nacional de Poesía. Yo me encontraba en el jurado y sentía entonces que la sociedad estaba cambiando. Al volver a leerlo ahora rememoro las mismas sensaciones que transcribí en mis notas del momento. La obra de Joan Vinyoli pertenece a una estética postsimbolista que concede a la poesía una fuerza casi religiosa.
Al fondo están sus lecturas de dos clásicos: uno catalán, Carles Riba, el otro europeo, Rilke. Busca la condensación en la palabra de un más allá de la realidad. Contemplación y destilación del lenguaje poético son dos características de este volumen, que incluye una presentación lineal toda su obra, desde sus comienzos en 1937 hasta sus textos a partir de 1970, su época de madurez. La experiencia del poeta, que surge de la vida cotidiana, se concreta en un viaje hacia un infinito de rasgos místicos. Sirva como ejemplo este poema en el que la pareja de amantes se abraza para constatar que: «Aunque el amor no basta./ Busquemos la manera de subir la escalera/ que inventaremos peldaño a peldaño,/ hasta el cénit de nuestro sueño». Ese viaje de la dulzura de la vida hasta el momento del ideal es lo que configura de manera consustancial la poesía, siempre sutil y evocadora, de Joan Vinyoli.
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