
Los ensayos narrativos de César Aira
Solipsismo. ·
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Solipsismo. ·
En estas intervenciones orales transcritas al papel, el autor argentino habla de sus obsesiones y fantasmas más personalesHay una recurrente definición de genio que describe a este como el ser capaz de relacionar dos objetos, hechos o fenómenos, aparentemente dispares, en algo ... que tienen de común y que los demás no aciertan a apreciar. La definición valdría también para la poesía, porque eso y no otra cosa es la metáfora que llama estrellas a unos ojos o fresas a unos labios. El talento se acrecienta cuando la relación metafórica pasa de los objetos a los recuerdos y más aún cuando salta a los conceptos y a las construcciones abstractas. Hay poetas que llegan a ello y también prosistas. Es el caso del novelista argentino César Aira en 'Actos de presencia', volumen que lleva el subtítulo de 'Disertaciones (1989-2021)' y que reúne once intervenciones orales, algunas de las cuales fueron transcritas de grabaciones y otras reconstruidas a partir de apuntes, según explica en una nota introductoria el propio autor. Son prosas de tono ensayístico en las que la literatura no es solo el principal tema, sino que se apodera creativamente del texto hasta hacerlo, en algunos momentos, casi poético y en todos los casos, sin excepción, narrativo. Narrativo hasta inspirar en el lector la sensación de que se halla ante una ficción.
En la primera de esas prosas, la titulada 'Una educación defectuosa', el escritor cuenta cómo desde su infancia tomó la decisión de dar la espalda a la socialización de la experiencia escolar y convertirse en un autodidacta, aun a sabiendas de que su formación tendría grandes lagunas y hasta errores de base que luego condicionarían su manera particular de percibir la realidad y el mundo. Tan particular como desviada y a la vez ineludible pues en esa desviación, fundamentalmente literaria, se jugaba su propia vocación y su destino de escritor.
Obedeciendo a esa narratividad que impera en todo el libro, cuenta por qué un día abandonó su sueño de triunfar en el dominio del ajedrez. Reproducía las partidas legendarias de los grandes maestros, pero le desalentaba que no llegaran a la bella escenificación del jaque mate pues, en un instante del duelo, uno de los jugadores se rendía asumiendo el error que lo condenaría inexorablemente a la derrota en un amplio abanico de opciones y una larga serie de fatales movimientos: «Ni siquiera mostraba la dignidad trágica del momento final, sino que ese momento se ocultaba en la maraña bifurcatoria de lo hipotético». No se acaba de saber bien si César Aira huyó el resto de su vida de esa decepción o la convirtió, al contrario, en su método de trabajo, ya que en varias de estas digresiones se advierten saltos en el vacío, sobrentendidos, anticipos de desenlaces lógicos… y da la impresión de que él también se retira antes de alcanzar una conclusión porque ya aventura cuál será esta.
Así sucede con un tema al que vuelve de modo recurrente: la conveniencia, que al parecer él considera esencial, de que la obra literaria se desligue, se enajene, se libere de su autor para cumplirse como tal obra y viceversa: para que el escritor lo siga siendo y no quede maniatado al pasado en el que esa obra acabada ya está inserta. César Aira plantea esta cuestión en el texto titulado 'La juventud de Rubén Darío' y lo vuelve a plantear por otro camino en el que le sucede seguidamente: 'La innovación'. Apelando a una expresión feliz de Borges («la discreción de la Historia»), explica cómo ningún escritor puede afirmar «yo innovo» y cómo esa valoración tendrá que hacerla otro «y en otro momento» en que el escritor no se halle presente, de tal modo que la obra tenga entidad por sí misma.
En 'Nuestra semilla tropical', el texto que cierra el volumen y que toma el título de un estrafalario comentario extraído de los diarios de Ernst Jünger, César Aira vuelve al tema de la relación del escritor con su obra pero contemplados ambos desde fuera. En esta ocasión, comparecen lo que él llama «el lector extranjero», que sería el que busca el placer de la lectura por la lectura sin mostrar ningún interés por la personalidad ni la biografía de quien la escribió, así como el «lector literario», que sucumbe a la fascinación ante la historia y la imagen del escritor hasta el punto de prescindir de la obra.
'Actos de presencia' es un libro solipsista sobre los tics, las obsesiones, las manías y los fantasmas más domésticos del hacedor de literatura. De ahí su carácter narrativo, que va ligado al autobiográfico. Pero su gran valor no reside solo en el tema, sino en el estilo y en la cabeza tan rara que tiene su autor. Tan genialmente rara que ninguna de sus citas culturalistas es invocada para un comentario previsible.
Luis Alfonso Gámez
La Tierra tiene los días contados. Pero no se asuste: nuestro planeta está en la mediana edad. Le queda tanto futuro hasta que lo abrase el Sol como pasado, aunque eso no significa que el porvenir vaya a ser tranquilo. «Podemos considerarnos seres que viven en un único fotograma de la historia cósmica», dice Santiago Pérez Hoyos. En ese largometraje, casi todo lo que puede aniquilarnos ya se ha visto antes y puede repetirse. Da igual que hablemos de impactos de asteroides como el que acabó con los dinosaurios que de explosiones estelares catastróficas. El universo, deja claro el astrofísico bilbaíno en 'Manual para la destrucción del planeta Tierra', es un lugar muy violento, con supernovas, agujeros negros, estrellas errantes…
El autor explora con datos y humor -es un investigador de primera línea y un orgulloso friqui- cada una de esas amenazas, algunas evitables. Porque la ciencia podría impedir el choque de un asteroide y mantener a nuestra estrella bajo estricta vigilancia, como ya se hace, amortiguará los efectos de una tormenta solar que, si no, podría provocar el caos en una sociedad tan dependiente de la tecnología. Ese es el principal mensaje de estas páginas: apostar por el conocimiento es hacerlo por nuestra supervivencia, sobre todo en lo que respecta a amenazas creadas por nosotros mismos -como la nuclear y el cambio climático- que está en nuestras manos minimizar.
Iñaki Ezkerra
'Los viejos amores' es la cuarta entrega del ciclo del género negro que Rosa Ribas inauguró en 2019 y que protagoniza una familia disfuncional de detectives del barrio barcelonés de Sant Andreu que tiene una manera peculiar de entender la defensa de la Ley: saltándosela si el guión lo exige. Tras un período traumático en el que los Hernández estuvieron disgregados, Mateo, el padre, ha vuelto a reunirlos, aunque sobre ellos pesa el vacío dejado por Marc, el hijo, asesinado hace cinco años. Esa tragedia y la venganza que la siguió de Lola, la madre, han dejado un rastro que ensombrece el aire del texto de una manera física, si bien este se orienta hacia un nuevo caso: el de una anciana vecina fallecida por causa natural que en la última etapa de su vida había mantenido una relación con un sospechoso admirador que la había arruinado y con el que había contactado por Internet. Será el hijo de esta el que, en su funeral, se acerca a los Hernández para proponerles que investiguen esos crepusculares vínculos amorosos.
Rosa Ribas tiene un especial talento para introducir en sus tramas novelescas con verosimilitud narrativa fenómenos que caracterizan nuestro presente. En esta ocasión estamos ante el 'cibercrimen', el estafador que se finge enamorado de sus víctimas, a las que localiza en un momento de soledad y debilidad a través de la redes sociales. Al interés de la propia acción se suma el estilo sobrio y eficaz de un destemplado realismo.
Julio Arrieta
En su fundamental 'En busca del pasado' contaba Lewis Binford una conversación sobre arqueología que tuvo con un viajero con el que compartió autobús. Aquel hombre creía que un arqueólogo se dedica a «desenterrar el pasado». Pero no, porque el registro arqueológico no es el pasado, es parte de nuestro mundo, «está aquí, es el presente», le explicó. El Foro de Roma, la gran plaza pública entre el Arco de Tito, los muros del Capitolio y la colina del Palatino, no es un espacio recuperado de la antigüedad por la piqueta de los excavadores, una 'foto' de la Roma clásica, es un paisaje actual, un palimpsesto arquitectónico en el que se acumulan construcciones superpuestas durante más de dos milenios que no solo han sobrevivido a la erosión del tiempo, sino también a la humana, a las reutilizaciones y destrucciones intencionadas. En 'El Foro romano: la invención de un espacio arruinado' el medievalista Igor Santos Salazar, profesor de la Universidad de Trento (Italia), presenta una historia -o mejor, una biografía- de este espacio desde que fue el corazón de la Roma antigua hasta su recuperación y alteración propagandística por Mussolini. Se trata de una narración cautivadora y fascinante en la que Santos Salazar no solo detalla la evolución del foro y sus usos a través de los siglos -centro simbólico de la política romana, mercado, cantera, barrio-, sino que profundiza también en la interpretación que se le ha dado y el trato que ha recibido en consecuencia, no pocas veces malo.
J. Ernesto Ayala-Dip
Recuerdo que una de mis reseñas de una novela de Joël Dicker la titulé 'Cuando lo inverosímil funciona'. Obviamente me refería a la inverosimilitud narrativa, cosa curiosa porque, si hay un sitio donde lo inverosímil no funciona, es en la ficción. Sin embargo Dicker obra el milagro de hacer verosímil lo increíble. Con el nuevo libro suyo en mis manos, 'La muy catastrófica visita al zoo', se suma otro milagro, lo imprevisto, lo inimaginable. Si había algo que no esperaba del escritor suizo era esta novela, su naturaleza casi panfletaria; un panfleto político y moral de alto standing literario, por supuesto.
No hace mucho, en una entrevista Dicker confesó que ganó millones de lectores en todo el mundo con 'La verdad sobre el caso Harry Quebert' (2013), pero que esa era su sexta novela, y las anteriores habían sido un total fracaso de ventas. Debo decir que yo la primera novela que leí de Dicker fue su exitazo mundial. Con el tiempo, leí dos novelas suyas que poco tenían que ver con los enigmas: 'Los últimos días de nuestros padres' y 'El libro de los Baltimore': dos novelas estupendas, dos radiografías de la sociedad norteamericana contemporánea. En esta estela yo diría que está su nueva novela. Unos niños, no más de siete, estudian en un colegio especial. Cada uno tiene su característica, siempre llamativas, incluso desconcertantes. Por ejemplo, uno sabe mucho de kárate, entre otras cosas porque su padre es un eximio karateka. Tenemos a nuestra narradora, Joséphine, de la cual se remarca su capacidad meteórica de aprendizaje, no tarda muchos segundos en aprender lo que sea. También está otro que es mudo y por fin el que lo sabe todo, no hay conocimiento que se le resista. No olvidemos al que sobresale por el altísimo nivel económico de su familia, herederos de una histórica fábrica de papel higiénico. Este también destaca en la narración por la capacidad analítica de su abuela, consumidora de televisión y novelas de misterio. Al frente de todos ellos está su maestra, la señorita Jennings, la maestra perfecta, irremplazable. Al lado de esta escuela se encuentra otra, esta de niños normales. Así se las conoce a ambas: la escuela normal y la especial.
Un día en la escuela especial se produce una inundación de tal dimensión que obliga a los niños especiales a trasladarse a la escuela normal. Allí los espera el director, al que todo el mundo conoce como el Director.
Como si no pudiese resistirse a una cuota de misterio, Dicker se las arregla para colarnos una aventurilla policiaca, en la que la abuela del niño millonario tiene mucho que ver. Pero antes de contarnos la catástrofe del zoo, Joséphine nos tendrá que relatar las catástrofes anteriores que llevarán a los niños especiales, a la señorita Jennings y al Director al zoo. En resumen, una novela dictada por un sorprendente arte de birlibirloque narrativo.
Pablo Martínez Zarracina
Un pueblo en un confín de un imperio innominado es el escenario de la última novela de Philippe Claudel. Envuelto en la bruma histórica y recorrido por un aire que hace pensar en el comienzo del siglo XX en la convulsa Centroeuropa, el lugar reproduce un orden simbólico y esencial. Hay en él una iglesia, una mezquita, un alcalde, un notario, un médico y ningún judío porque en algún momento se los expulsó a todos.
También hay, claro, un policía. Su nombre es Nurio y tiene un ayudante gigantesco y peculiar llamado Baraj. Ambos componen una pareja quijotesca y examinan al comienzo del libro la escena de un crimen que incendiará la convivencia en el pueblo: el cura ha aparecido muerto, con la cabeza destrozada, en una callejuela junto a la iglesia. El narrador omnisciente, lírico y cáustico -una fórmula característica en el autor- no esquiva el humor negro en torno al religioso asesinado: «Por fin iba a saber si había hecho bien en consagrar su vida a Dios o si la había malgastado en tonterías».
Lo que viene después es la mezcla entre investigación y alegoría que define muchas de las novelas de Claudel. Si la primera parte, la puramente policial, rebosa intriga y se eleva con la descripción de un mundo cerrado, cruel y expresionista, la segunda soporta un exceso de intención que resulta ineficaz. Convenientemente instrumentalizado por el poder, el crimen del cura aviva los peores instintos en el pueblo y precipita a la gente hacia el odio entre religiones.
La novela encierra una reflexión sobre la xenofobia y el miedo en sociedades amenazadas. Los musulmanes terminan siendo el chivo expiatorio y la violencia avanza como suele en espiral. Por si no fuera evidente que quiere hablar de la situación de la Francia contemporánea, Claudel incluye guiños llamativos. En la novela hay unos hermanos musulmanes que incurren en la venganza religiosa y se apellidan Kuechi, lo que recuerda a los hermanos Kouachi que participaron en los atentados de 'Charlie Hebdo'. Mientras tanto, el dueño de un bazar capaz de vender cualquier mercancía que presenta «una nariz larga, fina y aguileña, unos ojuelos de lirón y unas orejas inusualmente grandes y puntiagudas» se llama Semmour lo que recuerda bastante a Eric Zemmour, el líder del partido Reconquista.
Sin embargo, Claudel es un narrador eficaz y estas páginas contienen por debajo de toda esa carga alusiva una historia que llega a combinar la fuerza del mito con una mirada feroz y mundana. El lastre del texto tiene que ver con el exceso alegórico y con una propensión al desvarío tremendista, especialmente en lo tocante a la violencia y la sexualidad, que al lector, antes que alguna clase de impacto estético, termina causándole estupor.
Javier Ortiz de Lazcano
Tôru Sakanishi es un arquitecto recién graduado que se acaba de incorporar a Murai, un prestigioso pero pequeño estudio de arquitectura fundado por Shunsuke Murai, discípulo de Frank Lloyd Wright. Ganadora del prestigioso premio Yomiuri y de gran éxito en su país, 'La casa de verano' es una novela muy original que explora el fascinante mundo de la arquitectura y el Japón contemporáneo con su oscilación constante entre modernidad y tradición. Masashi Matsuie (Tokio, 67 años) logra la cuadratura del círculo en su primera novela, editada en su país en 2012. A los amantes de esta disciplina artística les encanta porque lanza declaraciones de principios del estilo de «La arquitectura no es un arte. Es la realidad misma». Y a los profanos no nos apabulla con sus conocimientos. Es capaz de conseguir que prestemos una atención total al proceso creativo del estudio, que prepara un proyecto para el concurso de la nueva Biblioteca Nacional de Literatura Contemporánea de Tokio.
Matsuie nos coloca ante una doble historia que se entreteje: el final de la carrera de un maestro de la arquitectura y un triángulo en el despertar amoroso de unos jóvenes que trabajan en el estudio. Con una escritura suave que nos hace agudizar el paladar, nos traslada el mensaje de que la creatividad sin tesón de poco vale. Los arquitectos de esta deliciosa novela hacen muy suya la máxima de Picasso de que las musas te deben pillar trabajando.
Jon Kortazar
Se traduce al español la primera novela de Colin Barrett, un autor del que se habían editado dos colecciones de relatos, 'Glanbeigh' y 'Morriña'. Estos relatos le han aportado una más que merecida fama de escritor interesante en la descripción de una Irlanda urbana, pero que mantiene sus raíces rurales. Colin Barrett escribe con un cuchillo en los dientes y disecciona un universo en el que los personajes se ven superados por las circunstancias. En 'Casas de locos', construye la acción en torno a un argumento que sigue los pasos de una novela policial, que puede leerse de manera lineal. Cillian, un pequeño traficante, ha perdido un alijo de cocaína. Y los secuaces de su jefe, Gabe y Sketch Ferdia, secuestran a su hermano Doll. Lo encierran en casa de un primo, Dev, mientras la novia de Doll lo busca. La forma en que Ciliam consigue parte del dinero de la deuda tampoco ofrece sorpresas.
Esa construcción argumental, en cierto modo convencional, contrasta con los valores más nítidos de la novela, la arquitectura de la personalidad de los personajes claves: Dev, quien se ve obligado a retener al chico, y Nicky, la novia del secuestrado. Dos actores que se acercan por su fragilidad, por su condición de personas perdidas que poseen un presente trágico, a los protagonistas tan característicos de las narraciones de Colin Barrett. El argumento de la novela da paso a la descripción de dos personalidades bien definidas que dotan de interés a la obra.
Mariano Villarreal
T. Kingfisher es el seudónimo empleado por la popular escritora norteamericana Ursula Vernon para firmar sus obras de terror. En este caso, un retelling de 'La caída de la casa de Usher' de Edgar Allan Poe, galardonado con el premio Locus de Novela de Terror en 2023 y cuya excelente traducción es obra de la bilbaína Arrate Hidalgo. Cuando avisan al joven oficial del ejército Alex Easton de que una amiga de la infancia está a punto de fallecer, no duda en acudir a la casa señorial de los Usher, en la campiña de un pequeño reino centroeuropeo. Lo que allí encuentra es una pesadilla fúngica, fauna poseída y un lago oscuro y palpitante, cuyas aguas ejercen una malsana influencia sobre el cuerpo y el alma de los dos últimos representantes de esa noble y antigua estirpe. Con ayuda de un perplejo doctor norteamericano y una muy particular micóloga inglesa, Alex intentará desentrañar el secreto de aquel horrible lugar antes de que consuma a todos sus habitantes.
Con tono ligero, un estilo muy directo y, ciertamente, contemporáneo -un anacronismo que, sin embargo, permite a la autora ganarse rápidamente el favor del lector-, un personaje no heteronormativo y algún delicioso cameo -la ficticia tía de la escritora e ilustradora británica Beatrix Potter-, Kingfisher sale airosa del desafío de narrar una versión weird de este gran clásico, ahora al alcance del aficionado al fantástico.
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