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El binomio perfecto

Contexto ·

¿El arte refleja las técnicas de seducción o los seductores lo son porque imitan al arte? No importa qué fue primero: siempre han estado unidos

Luisa Idoate

Sábado, 11 de febrero 2023, 00:07

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No tiene cara. Y las tiene todas. Tantas como significados. La seducción es gozo, pecado, refinamiento, habilidad, hipocresía, divertimento, negocio, espectáculo; todo depende del lugar y el tiempo. El arte, la literatura, la música, el cine, la fotografía y los videojuegos son su espejo y modelo. La crean y recrean, la reflejan e inventan. Y construyen arquetipos que imitamos, porque participamos todos en el mismo juego: seducimos y nos seducen. Unas veces con argumentos, otras con emociones y siempre con la triada imbatible: la mirada, la sonrisa y la voz. Potenciados con el perfume, los gestos, el atuendo, el decorado, el momento y la conversación. Para el diccionario, seducir es obtener algo de alguien con argucias y halagos; embargarlo, cautivarlo, atraerlo sexualmente. Hilaban más fino Peito y Suada, las diosas griega y romana de la seducción: lograban que los demás cumplieran sus deseos, creyendo que lo hacían libremente. Porque, como escribió Maquiavelo, «quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar».

'Almohada', de Sara Morello, obra ganadora del concurso «Proyectos La Sedución 2023» organizado por la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU junto a EL CORREO.

El arte de la seducciónVer 31 fotos

'Almohada', de Sara Morello, obra ganadora del concurso «Proyectos La Sedución 2023» organizado por la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU junto a EL CORREO.

Es una estrategia de apariencias. Tan vieja como el mundo. Se solapa con la realidad y la ficción; con el arte, la historia y la mitología. La usan los dioses, las personas y los personajes. Zeus se convierte en cisne y en lluvia de oro para seducir a Leda y Dánae. Las sirenas hechizan con sus cantos a Ulises. El Diablo disfrazado de serpiente seduce a Eva, y ella a Adán. Jezabel engatusa a su esposo Acab para cambiar a Jehová por Baal. Sherezade salva la vida fascinando al sultán Shahriar con los cuentos de 'Las mil y una noches'.

Los escenarios y las reglas han evolucionado a lo largo de los siglos

¿Se aprende a seducir? Sí. En 'Ars amatoria' Ovidio enseña 'Cómo y dónde conseguir el amor de una mujer', 'Cómo mantener el amor ya conseguido' y 'Consejos para que las mujeres puedan seducir a un varón'. ¿Requiere belleza? No. John Falstaff galantea con 'Las alegres comadres de Windsor', de Shakespeare, sin poseerla. Su locuacidad la suple con creces. La tienen los tenorios de Tirso de Molina y de Zorrilla, que rinden a la mujer virtuosa e inalcanzable. La domina Cyrano de Bergerac, que cautiva a Roxane con su voz. La del escritor Gabriele D'Annunzio es profunda y modulada y, según Isadora Duncan, aunque es «bajo, calvo y feo», al hablar a quien desea «se convierte de súbito en Apolo». Porque la seducción proporciona una seguridad que nos hace más seductores. Y crece como la bola de nieve al rodar cuesta abajo.

Infalibles alcahuetas

El galanteo se acomoda a los tiempos. Lo que en un momento es delito, en otro es postureo. En la Alta Edad +Media debe respetar el recato, el decoro y el recogimiento impuestos por el cristianismo; en la Baja, que avanza del sistema feudal al moderno, las alcahuetas resultan esenciales. Son consejeras, casamenteras y confidentes. Profesionales de la seducción. Derriban las murallas entre las clases sociales y los sexos, con roles impuestos y pocas oportunidades de conocerse. Entran en castillos, conventos y burdeles. Adornan el romance con gestos heroicos, frases poéticas, intriga y emoción que avivan el deseo. Las de carne y hueso son discretas; las literarias, famosas. Las encabeza 'La Celestina', que Fernando de Rojas describe peligrosa, mentirosa, astuta, intrigante y perversa, y da nombre al gremio. La Trotaconventos de 'El Libro del Buen amor' del Arcipreste de Hita tiene prestigio, porque se toma en serio un trabajo que le da de comer. Hasta 'El Quijote' de Cervantes defiende la importancia del oficio que no pueden ejercer «ni mujercillas, ni pajecillos ni truhanes de pocos años», porque requiere saber y experiencia. ¿La realidad supera a la ficción o viceversa? ¿O interactúan paralelas?

La seducción proporciona una seguridad que nos hace aún más seductores

Los escenarios y las reglas de la seducción evolucionan. En el Siglo de Oro, la noche de San Juan era en Madrid una fecha plagada de broncas, homicidios, robos y reyertas; sobre todo en las riberas del Manzanares, lugar preferido del tonteo local. Tanto que el 23 de junio de 1642 un pregón general ordena «que nadie bajase al río bajo pena de 300 ducados y vergüenza pública». En realidad el festejo duraba una semana. Se estiraba hasta el día de San Pedro «para deleite de jóvenes y pesar de padres, madres y sujetavelas». Aunque la danza era propia de los saraos cortesanos y el baile, del vulgo, paulatinamente se iban mezclando y enlazando a la aristocracia con el pueblo. Muchos lo rechazaban. En 1712, el deán de Alicante criticaba que el fandango de Cádiz «se baile en todas las encrucijadas de la ciudad, en todos los salones, con increíble aplauso de los asistentes, no solo entre los negros y gente plebeya, sino también entre muy honorables damas, nacidas de noble cuna». Se escandaliza de sus «movimientos en extremo voluptuosos, taconeos, miradas, saltos, todas las figuras rebosantes de lascivas intenciones». Y de ver «al varón insinuarse y a la mujer emitir gemidos y contonearse».

Lo público y lo privado se aproximan en la Ilustración. La mujer logra protagonismo social como anfitriona de los influyentes salones franceses que reúnen a literatos, políticos y filósofos. Es asidua de las veladas, celebraciones, tertulias, cafés y academias que se extienden por Europa. Adquiere habilidades para socializar. Se muestra activa, espontánea y sensual. El hogar y la modestia ni gustan ni puntúan. Se lleva el coqueteo mundano, que ejercen con entusiasmo y por aburrimiento la nobleza y la burguesía adinerada. A mayor embrollo en la conquista, más divertimento. Lo cuentan 'El columpio' (1767), de Jean-Honoré Fragonard, y 'Fiesta veneciana' (1718), de Jean-Antoine Watteau. Son escenas de galanteos en parajes exuberantes, de personas refinadas y ociosas que, posiblemente, decoren sus residencias con cuadros semejantes. ¿Quién imita a quién en ese juego?

Arrebatadoras

En el XIX brilla la 'femme fatal', la implacable seductora que acarrea desdichas y calamidades. Los pintores prerrafaelitas recrean a las grandes castigadoras de la Historia. John William Waterhouse revive a Cleopatra, Pandora, Circe y Ariadna; y Dante Gabriel Rossetti a Venus, Proserpina y Lilith. La literatura la escenifica en 'La Regenta ' de Clarín, 'Nana' de Zola, 'Carmen' de Mérimée, 'Anna Karenina' de Tolstoy, 'Madame Bovary' de Flaubert. Son adúlteras, prostitutas y libertinas que simbolizan el mal, la oscuridad y la lascivia. Representan una amenaza para la sociedad decimonónica, que las novelas de terror reconvierten en vampiresas de apariencia demoníaca: piel clara, ojos verdes, pelo rojizo. Un estereotipo que concentra toda la voluptuosidad y los vicios del mundo, escribe Erika Bornay en 'Las hijas de Lilith'. Para Ramón del Valle-Inclán, «son desastres de los cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que matan por ellas; otros se extravían».

La literatura, la pintura, el cine, la música no serían iguales sin sexo y conquista

Nadie se resiste a las 'flappers' de los locos años veinte. Rompen la baraja. Dan un vuelco a su vida. Cambian el hogar por el trabajo; el corsé por la lencería de seda; las redondeces por la androginia. Bajan los escotes, suben las faldas, enseñan las piernas. Fuman, conducen, beben, escuchan jazz, bailan ritmos agitados. Llevan labios rojos en forma de corazón. Son arrebatadoras. Unas maestras de la seducción, que el arte promociona. Las popularizan la película muda 'The Flapper' (1920), de Alan Crosland; la novela 'El Gran Gatsby', de Scott Fitzgerald, adaptada dos veces al cine; los cuadros de Tamara Lempicka. Y creaciones de 'flappers' como la escritora y periodista Anita Loos, autora de 'Los caballeros las prefieren rubias', protagonizada en el cine por Marilyn Monroe; Zelda Sayre, que narra su matrimonio con Scott Fitzgerald en 'Resérvame el vals'; y Louise Brooks, que impone el pelo Bob y levanta polvareda con su espalda desnuda en 'La caja de Pandora', filme que la consagra como actriz.

No hay mayor seductor que el arte. Nos conquista al momento. Con la forma, el color, el volumen, la perspectiva; con el adjetivo y el verbo, la prosa y el verso; con la música, el canto, el silencio. Con personajes ficticios como el Tenorio, Romeo, Dorian Gray, Helena de Troya, el conde Vronsky, Scarlett O'Hara y Lolita; y con personas que convierte en iconos como Josephine Baker, Mata Hari, Picasso, Liz Taylor, Ava Gardner, Andy Warhol, Frida Kahlo. ¿Serían los mismos sin la literatura, la pintura, la fotografía y la prensa? ¿Sin biografías, teleseries y películas que rebuscan el romance, el drama y el sexo en sus vidas? Seguramente, no. «Toda obra de arte debe ser seductora y, si por ser demasiado original se pierde la cualidad de la seducción, ya no hay obra de arte», escribe Antoni Gaudí. Lo dice el refrán: la seducción engaña con arte y maña.

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