«Yo he hecho de todo en el teatro, desde actor hasta taquillero»
Alfonso Torregrosa ·
Lleva al Arriaga su primer monólogo, en el que interpreta a un camarero mexicano decidido a matar a Franco para librarse de los exiliados republicanosParece una carambola pasar de interpretar a 23 personajes en 'La lucha por la vida', la adaptación de la trilogía de Pío Baroja, a representar ... un monólogo. Es lo único que le faltaba por hacer a Alfonso Torregrosa (Durango, 1959) en el teatro, donde ha sido desde taquillero y tramoyista hasta Max Estrella, uno de esos personajes «que te obligan a escalar». Ha agotado entradas en el Espacio Escenario del Arriaga (19 y 20 de abril) con 'La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco', basada en un cuento de Max Aub y dirigida por Laura Ortega. En el ambiente íntimo de un café, interpreta a un camarero mexicano que, harto de escuchar los lamentos de los exiliados republicanos, decide matar al dictador. Una pieza crítica y llena de humor, por momentos delirante, que llevará al Teatro del Barrio de Madrid.
- Este es su primer monólogo en más de 40 años de trayectoria.
- Sí, hay que encontrar el momento en el que uno se siente con ganas y con energía para meterse en un lío de estos. Cuando se montó 'El laberinto mágico' en el CDN empecé a recopilar material de Max Aub y este cuento siempre me había llamado la atención. Durante el confinamiento, llamé a José Ramón Fernández y nos pusimos a trabajar.
- ¿Deberíamos tener más presentes las obras de Max Aub?
- Yo creo que hay muchos autores de esa época que desgraciadamente tuvieron dos exilios: uno durante el franquismo y otro después porque cayeron en el ovido. No los reivindicó ningún bloque y quedaron en tierra de nadie.
- Él defendió la República.
- Sí, pero tampoco dio carta blanca al bando al que él pertenecía. Criticar al contrario es lo lógico, pero a tu propio espacio ideológico y de pensamiento... es lo que creo que realmente falta. Un intelectual debe tener libertad para afrontar el pensamiento crítico.
- Nació en París, hijo de padre alemán y madre francesa, pero decidió ser español.
- Tenía una frase, uno es de donde hace el Bachillerato. Estuvo comprometido con la cultura y la sociedad española y eso le costó el exilio. Cuando leí su obra me pregunté: ¿nos queda todavía algo de Franco aunque no lo sepamos, en nuestra manera de entender la vida y la política?
- ¿Y a qué conclusión llegó?
- Yo creo que sí, tendrán que pasar años para que este país pueda afrontar su realidad desde otro lugar.
- ¿Habría cambiado mucho nuestra historia si la dictadura hubiera tenido otro final?
- Pues para un hombre que sufrió la educación franquista en sus huesos... Yo creo que mucho. Pero es lo que nos ha tocado vivir y venimos de eso.
Pegatinas a diez pesetas
- Usted empezó a hacer teatro en la Transición, con Geroa.
- En 1977 empecé medio amateur y en el 79 Geroa pasó a ser una compañía profesional. Ahí empezó el camino.
- Hacían un teatro comprometido.
- Sí, intentaba hacer preguntas a la sociedad. Había que empezar casi de cero, no existían circuitos y tenías que actuar en plazas, frontones... donde se podía. Ibas, físicamente, con el teatro a cuestas. Yo abría la furgoneta a las nueve de la mañana y la cerraba a las dos de la madrugada. Trabajar así te unía al acto teatral en todo su recorrido, desde poner focos a sillas. Yo siempre digo que he hecho de todo en el teatro, desde actor hasta taquillero. Tramoyista, acomodador... solo me faltaba hacer la promoción y ahora lo estoy intentando.
- ¿Qué tiene la comarca del Duranguesado que es tan teatrera? Cuna de Geroa, Markeliñe, Gorakada...
- Estábamos rodeados de montes y aquí no llegaba nada, había que hacerlo. Geroa surgió a partir de un grupo que se asoció a Gerediaga y una de las cosas que más influyó fue la creación de la Antzerki Eskola de Durango, dos años antes que la de Basauri. La montaron Paco Obregón y Antonio Malonda. Yo hago teatro porque entré en esa escuela. Se traían profesionales de Madrid para hacer cursos y no había subvenciones. Cuando terminábamos las actuaciones, explicábamos al público lo que estábamos haciendo y vendíamos unas pegatinas a 10 pesetas. Con ese dinero pagábamos a los profesores.
- ¿En su profesión es más difícil llegar o mantenerse?
- Lo segundo. Empecé con 17 años, tengo 63 y sigo con la misma ilusión, nervios e inseguridad. Siempre piensas ¿y mañana? En esta profesión hay épocas en las que parece que todo se viene abajo, pero no he tenido grandes periodos de inactividad.
- Ha trabajado mucho en televisión. ¿Las plataformas generan más oportunidades?
- Sí, es trabajo, es movimiento. Pero a mí me gustaría que, como en otros países europeos, el teatro tuviera una red mucho más amplia. Que en Bilbao todo se base en el Euskalduna, el bombón del Arriaga o la maravilla de Pabellón 6... faltan espacios intermedios, para 100 o 150 espectadores. Eso genera una energía que hace que no te encuentres con chavales de veintitantos años que van al teatro por primera vez.
- ¿Le queda tiempo para disfrutar de su refugio en Soria?
- Estoy aquí ahora, frente al Moncayo. Hay que preparar el terreno y la casa para el verano. Cuando la cabeza no te da para más, tres días aquí y vuelves como nuevo. En estos entornos se trasciende menos. A veces necesito que me dé el viento y el agua, ver cómo nace un tomate y unas cebollas. Y de repente, todo toma otro pulso.
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