Ruper Ordorika desde su burbuja
Recital acústico del cantautor euskaldun, que venciendo su timidez presentó su disco en solitario 'Bakarka' en el Arriaga
Los fans salieron encantados del recital de Ruper Ordorika el domingo por la tarde en el Arriaga, donde congregó a 600 almas (algo más de media entrada) en el único concierto de presentación en Bilbao de su disco 'Bakarka' (Elkar, 18). Los fieles fans manifestaban al acabar: «Ruper en estado puro», «muy íntimo, muy emotivo», o «me ha parecido solemne, mirando hacia adentro». Hummm, mirando hacia adentro, sí, oficiando de modo introvertido, tratando de aislarse del elegante entorno del Arriaga, pues ya sabemos todos que Ruper es extremadamente tímido y esa tarde en el Arriaga hasta estaba su propia madre atendiendo al show, pues no le había visto nunca cantando en solitario. También se hallaba su hermano, Jonan Ordorika, que se encargaba del sonido, pero a esto Ruper está más acostumbrado.
El songwriter euskaldun Ruper Ordorika (Oñate, 1956) el domingo ahondó en una suerte de folk americano circular que a Azpiazu le pareció reiterativo. Arrancó demasiado inseguro, por la parte central obtuvo los mayores picos y por el final se desfondó un tanto. Al principio el que suscribe llegó a pensar que el amigo Ruper arrastraba un catarro, pero no, sólo estaba atenazado por los nervios: abrió con vibrato vocal tremolante ('Mundua biltzen duen oihartzuna'), físicamente cansado pareció en la segunda ('Lera zakurren balada', ay, ay, ay…), y no paraba de humedecerse los labios resecos ante el reto ('Nirekin geratu', la tercera, al igual que las previas entonadas con íntima calidez a lo Ted Hawkins).
Una vez roto el hielo interior, Ruper enfiló la senda del folk americano atmosférico de John Fahey, por ejemplo, y dio la sensación de sentirse mejor, más tranquilo, aunque siempre oficiando desde dentro de su burbuja: el alt co algo Will Oldham 'Zerutik gertu', el eco de las ragas hindúes en 'Ireki atea', el blues de un 'Ene begiek' ovacionado al presentarlo, cuando al acabarlo bebió agua y pareció respirar con dificultad (normal que pensáramos en el catarro).
Elegante, con americana y de negro, siempre quieto en el centro de la escena del teatro, Ruper, dentro de su burbuja, no lo olviden, se puso a palpitar y las ondas llegaron a rebotar en el exterior, caso de las dos únicas canciones que interpretó con guitarra eléctrica: la algo velvetiana 'Banekien' y una lisérgica y muy Cowboy Junkies 'Edertasunaz mintzo'. Ya había encarrilado la buena senda y se atrevió a soltar un chiste recordando cuando los lunes iba a la escuela y le sacaban de su mundito interior ordenándole «Ordorika, a la pizarra». Lo dijo en la introducción de su primer gran hito de la tarde con 'Haizea garizumakoa', poco antes del otro, 'Hondartza galduan', tan fronterizo que el texto de Sarrionandia acaba diciendo eso de México lindo y querido.
Ese fue su pasaje cénit, porque hasta el final Ordorika pareció enclaustrarse otra vez en su burbuja, amortiguando su vigor, aunque tuvieran encanto especial títulos como 'Zaindu maite duzun hori', a lo Martin Carthy, o sus éxitos 'Martin Larralde' o un más mecedor de lo habitual 'Fas fatum', penúltimo título, previo al último, 'Ama Euskadi' del vascofrancés Etxahun Iruri, dedicado a su madre, y que, quizá por la emoción, le quedó frágil, desequilibrado, como sin oxígeno. Recibió la ovación postrera, saludó con la mano, lanzó un beso e hizo mutis, dejando a cientos con ganas de un bis, y es que se puso música y se encendió la luz para desalojar el recinto.