Bisar o no bisar, esa es la cuestión
La ópera es un espectáculo con mucha adrenalina. Un esfuerzo físico que puede hacer perder varios kilos a los cantantes. Hay un componente de riesgo ... y desafío que imprime todavía más emoción, sobre todo a los aficionados obsesionados con los agudos estratosféricos y pasajes más complicados de la partitura. Como solía decir Giuseppe Di Stefano, gran tenor y amante de los toros, «la gente pide sangre, que te arrimes al máximo». Hay veces en que los códigos de una función de ópera se acercan más a un número de malabarismo que a una actuación de naturaleza dramático-musical. A nadie se le ocurriría pedir en plena representación de una obra de teatro que se aborde de nuevo una escena.
Uno de los ejemplos más claros de la singularidad del género lírico son los bises, también llamados 'encores'. Supone la repetición de una pieza exigente o muy popular, con un final siempre apoteósico, que deja extasiado y arrebatado al público. Las aclamaciones y vítores llevan al artista a retomar el tema que acaba de interpretar. El caso más reciente en la temporada de la ABAO se vivió el pasado viernes con Nadine Sierra, que bisó 'Amour, ranime mon courage' (Amor, reanima mi valor), conocida como el 'aria del veneno'. La ovación fue mayúscula y mucha gente se puso en pie. El gesto de triunfo de la cantante, esgrimiendo como un trofeo el brebaje, era la viva imagen de una soprano en la gloria. Pero todo aquello tenía muy poco que ver con la Julieta de la ópera de Gounod. Se había producido inevitablemente una desconexión con el flujo dramático.
El género lírico es una disciplina artística que siempre se ha permitido muchas libertades. Por mucho que Richard Wagner prohibiera los aplausos hasta que no se llegara al final de sus óperas o que Arturo Toscanini vetara los bises cuando tomaba la batuta, lo cierto es que tanto los cantantes como el público siempre han tenido una relación muy estrecha y apasionada. El fervor se manifiesta con más o menos intensidad, según la época y el perfil del artista. Ya nadie se desata como el tenor Gianni Poggi, que en la primera temporada de la ABAO, el 19 de agosto de 1953, cantó hasta tres veces seguidas 'La donna è mobile' y no siguió porque al director de orquesta, Giuseppe Podestá, le entró la risa.
Otros, como Luciano Pavarotti, se han resistido pese al chaparrón de aplausos, de gritos que le exigían un bis y de besos al aire. El cantante de Módena se quedó clavado en mitad del escenario, con la cabeza inclinada, tras haber ofrecido una versión inmaculada de 'Una furtiva lacrima'. Aquella noche del 9 de septiembre de 1971, le acompañaba Mirella Freni, gran amiga y magnífica soprano, y es probable que los 'encores' estuvieran descartados para no causar agravios comparativos. O los dos. O ninguno. Los tenores tienen fama de temperamentales, pero ellas no van a la zaga.
En el mundo operístico, lo más habitual es que las piezas 'bisables' se apalabren antes de la representación. El intérprete, el director de orquesta y los responsables de la temporada señalan las arias que se prestan a la reiteración y, luego, todo queda al albur del calor del momento. Hay artistas como Jorge de León que lo consideran de mal gusto, mientras que otros como Javier Camarena bisan a menudo, aunque en esta ocasión, en la ópera 'Roméo et Juliette', el tenor mexicano no lo haya considerado necesario. Bisar o no bisar, esa es la cuestión.
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